SU NOMBRE
“Oh Señor, soberano nuestro, ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra! ¡Has puesto tu gloria sobre los cielos!” (Salmo 8.1, NVI)
Si hay una herencia que recibimos a los pocos días de nacer es nuestro nombre, y no podemos hacer nada para dar siquiera una sugerencia. Nos guste o no, hemos recibido un nombre, y aunque con el tiempo algunos intenten modificarlo, lo importante es tener uno y valorarlo. Tener un nombre es tan importante, porque a través de él nos identificamos, nos reconocen y podemos establecer nuestra red social. Un individuo sin nombre, no podría tener una vida normal, nadie podría identificarlo, quizás ni él mismo, habría una gran dificultad al momento de sociabilizar, sus presentaciones serían así: “hola, soy el sin nombre”.
Hoy en muchas partes del mundo, la acción de asignar un nombre ha perdido sentido. Los padres colocan nombres a sus hijos, no por lo que pueden significar, ni la influencia que podrían abarcar, sino por lo agradable a los oídos o porque están de moda. Sin embargo, muchos pueblos todavía entienden el valor de un nombre y lo colocan con mucho cuidado, porque un nombre no solo debería ser un grupo de letras que identifican a un individuo, sino más que eso, como los hebreos que “pensaban en los nombres como una revelación que encerraba algún atributo o característica de la persona nombrada. Por ejemplo, el nombre ‘Adán’ significa ‘de la tierra Adán’ o ‘sacado de tierra colorada’; su nombre revelaba su origen”.[1]Así, el hombre al tener una relación directa con la persona, participa de alguna manera en la esencia que tiene por objeto revelar. “Expresa la personalidad hasta tal punto que el conocimiento del nombre de alguien implica conocerlo íntimamente”,[2] e, incluso en cierto sentido, de jerarquía y autoridad.
Por eso, Dios se nos ha dado a conocer utilizando nombres que estuvieran dentro de nuestro entendimiento, porque nos permite conocerlo más de cerca y valorar su poder y dominio. Por ejemplo, tenemos tres que tienen la misma raíz (El, Elohim y Elyon) y que apuntan a mostrar su grandeza y señorío. Éstos están diseminados por todo el Antiguo Testamento.
“Otro nombre relacionado es Adonai, que significa ‘capacidad para juzgar o dirigir’, y muestra que Dios es el Soberano Todopoderoso, a quien todo debe estar sujeto y, los hombres son sus siervos (Éxodo 4:10–12; 34:9; Salmo 38:9). Podríamos ver que otro nombre cercano es El Shadai, porque más particularmente se encuadra con la descripción del poder absoluto que posee. Así como Elohim es el Dios de la creación, El Shadai es el Dios de la sujeción, de quien todo depende (Génesis 17:1; Exodo 6:3; Job 40:2), incluso como fuente de bendición y cuidado (Exodo 6:1–8)”.[3]
Finalmente, nos encontramos con Jehová, que presenta todo lo que vemos en los anteriores, pero en gracia. Los judíos tenían por él una reverencia casi supersticiosa, y ni siquiera se atrevían a pronunciarlo.[4] “La verdadera procedencia del nombre, su pronunciación original y el verdadero significado, no están bien claros, pero nos afianzamos en Éxodo 3:13–14 para certificar que agrega la hermosa cualidad de la inmutabilidad de Dios, especialmente en el cumplimiento de sus pactos y en su interés permanente de salvar a su pueblo”.[5]
Mi amigo (a), el nombre de Dios es imponente, porque a través de él podemos conocerlo íntimamente, apreciar su grandeza, valorar su autoridad, disfrutar de su compañía y tener posibilidades de salvación. Con razón el apóstol Pablo exclamó: “porque todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”.[6]
Que en todos los momentos de tu vida, en los malos y en los buenos, pueda salir de tus labios cualquiera de los nombres imponentes de Dios, al cual te rindes y dejas que su voluntad te conduzca.////.
Desde mi rincón de poder…y un poquito antes del retorno de Cristo…
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[1]Guy P. Duffield y Nathaniel M. Van Cleave, Fundamentos de Teología Pentecostal (San Dimas, CA: Foursquare Media, 2006), 68.
[2] Samuel Vila Ventura, Nuevo diccionario biblico ilustrado (TERRASSA (Barcelona): Editorial CLIE, 1985), 818.
[3] Raúl Caballero Yoccou, Del púlpito al corazón, Primera edición. (Miami, FL: Editorial Unilit, 1994), 17–18.
[4] “Además, todo el que pronuncie el nombre del SEÑOR al maldecir a su prójimo será condenado a muerte. Toda la asamblea lo apedreará. Sea extranjero o nativo, si pronuncia el nombre del SEÑOR al maldecir a su prójimo, será condenado a muerte” (Levítico 24.16 NVI)
[5] Raúl Caballero Yoccou, Del púlpito al corazón, 17–18.
[6] Romanos 10:13 NVI