SOLAMENTE: HIJOS DE DIOS
¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! El mundo no nos conoce, precisamente porque no lo conoció a él. 2 Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios… (1 Juan 3.1–2 NVI)

Desde su nacimiento en el siglo XVIII, la antropología física se centró en el estudio de los restos de esqueletos humanos. Su objetivo era observar el desarrollo y la variabilidad humana. Conforme se descubrían nuevos territorios y poblaciones, fue necesario, según los naturalistas europeos, clasificar a los seres humanos según sus rasgos.
Sin embargo, la diversidad humana no se percibía como una selección del medio ambiente, sino se interpretó como el reflejo de las características culturales de las muchas poblaciones del planeta. Por ejemplo, y de forma lamentable, los rasgos europeos eran considerados «superiores, equilibrados, hermosos», y eran el reflejo exterior de la «inteligencia y la educación» que caracterizaban a todo europeo. En sentido contrario, estaban los rasgos africanos, considerados «primitivos y poco atractivos», símbolo de una población «ignorante e incivilizada» según los naturalistas y antropólogos del siglo XVIII.
El descubrimiento de “nuevas tierras”, favoreció una investigación dedicada a la clasificación de los tipos humanos. En ese marco histórico, el colonialismo y la esclavitud fueron los motores que llevaron los europeos a buscar apoyos científicos para justificar sus acciones contra los indígenas. Por lo mismo, una de las primeras herramientas que se emplearon para discriminar las diferentes «razas» humanas fue la craneología. Esta consistía en el estudio del tamaño y forma del cráneo humano.

En base a este estudio a cada grupo poblacional se le atribuyó un patrón preciso de características (cráneo globular, alargado, etc.) que correspondían con las cualidades intelectivas más o menos desarrolladas. Así se estableció una jerarquía social y cultural entre los grupos humanos, llegando a diferenciarlos hasta en 63 razas. En síntesis, los primeros naturalistas y antropólogos que intentaron dividir la humanidad en razas utilizaron parámetros sujetos al medio ambiente y los rasgos fisonómicos (color de la piel, tamaño y morfología del cráneo). Asimismo, desde el siglo XVIII, toda esta forma de jerarquizar a los seres se ha extendido hasta nuestros días.
No obstante, en la actualidad, muchos antropólogos físicos y genetistas se han disociado sobre esta forma de categorizar la variabilidad humana. Para ello aportaron evidencias y estudios científicos, donde revelaban la inconsistencia del concepto de raza. Específicamente, en 1994, la American Anthropological Association llegó a la conclusión que resulta incorrecto definir fenómenos tan dinámicos como la inmensa variabilidad humana con un concepto estático y estéril como el de «raza». Para alejarse de la connotación social de la palabra «raza», la ciencia tuvo que modificar su forma de referirse a las poblaciones humanas, y aceptar la existencia de una sola especie: El ser humano. Igualmente, cambió el terminó “raza” por “ascendencia”, cuando se refiere a características particulares de los seres humanos.

Ahora ya los estudios antropológicos, no se remiten a localización y morfología del esqueleto humano, sino a pruebas genéticas y moleculares. Justamente, en un estudio de 1972 se analizaron unas proteínas contenidas en la sangre de diferentes poblaciones, y los resultados no mostraron diferencias significativas desde el punto de vista molecular para separar razas humanas. Asimismo, estudios recientes contribuyeron a verificar que la secuencia de bases (las unidades que forman la información genética) en el ADN humano es idéntica al 99,9%, lo que demolió por completo la posibilidad de encontrar un parámetro fiable para definir las razas.[1]
Con razón cuando vamos a la Biblia, encontramos una sola división de los seres humanos: HIJOS DE DIOS. Esto, no solamente, destierra la división jerárquica de una raza superior y otra inferior, sino que rechaza su origen animal. Asimismo, eleva la autoestima y el autoconcepto del hombre, quién se convence que no es producto del azar o su antepasado fue un ser irracional, sino que su origen está en la manos de un ser inteligente y superior, por lo tanto su futuro debe ser extraordinario.
No hay razas, hay hijos de Dios. Por lo tanto Jesús, en referencia a los hombres, mientras oraba al Padre le dijo: “…para que todos sean uno… así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros”.[2] Por eso, fue enfático cuando nos ordena: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.[3] Porque somos iguales, tenemos un mismo Padre, padecemos las mismas dificultades y sufrimos por las mismas cosas. No hay diferencias, ni razas superiores ni inferiores, solamente somos hijos de Dios.

Mi apreciado(a) compañero(a) de fe, el apóstol Juan quién nos recuerda que somos una sola especie inteligente, especial, y que nuestro origen están en las manos de Dios, resalta el pedido de Jesús, especialmente para estos días donde los seres humanos, atacados por un virus desconocido, necesitan vivir, apoyarse y trabajar en unidad: “El que afirma que está en la luz, pero odia a su hermano, todavía está en la oscuridad. El que ama a su hermano permanece en la luz, y no hay nada en su vida que lo haga tropezar. Pero el que odia a su hermano está en la oscuridad y en ella vive, y no sabe a dónde va porque la oscuridad no lo deja ver”.[4] ¿Qué piensas… qué opinas?//////////.

Desde mi rincón de poder… un poquito antes del retorno de Jesús…
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[1]https://theconversation.com/como-los-huesos-acabaron-con-las-razas-humanas-141222
[2]Juan 17:21 NVI
[3]Mateo 22:39 NVI
[4]1 Juan 2:9–11 NVI