SIN CARROS DEL CIELO
“Por eso el SEÑOR dejó en paz a esas naciones; no las echó en seguida ni las entregó en manos de Josué” (Jueces 2:23 NVI)
Anoche, en el culto de familia, meditamos en el capítulo uno del libro de los jueces, y después de explicar a mis hijos que los guerreros hebreos no pudieron derrotar a las cananeos en las llanuras solamente por los carros de hierro, les dejé la tarea de leer el capítulo dos del mismo libro, porque allí estaba la verdadera respuesta del fracaso judío en los valles de Canaán.
Hoy por la madrugada, mientras buscaba un vaso con agua para comenzar el día, me encontré con el menor de mis hijos varones y antes de mostrarle mi asombro de verlo despierto muy temprano en la mañana, exclamó seguro: “papito, ya se la respuesta”, y mostrándome la Biblia dijo: “Esos israelitas hicieron lo que ofende al SEÑOR y adoraron a los ídolos de Baal”.[1] ¡Esa respuesta me hizo despertar, la respuesta del tema de anoche comenzaba a tomar forma!
El capítulo dos de Jueces empieza resaltando el pacto que Dios hizo con su pueblo de ir delante de Él y derrotar a todo enemigo en las montañas o en la llanura. Sin embargo, a pesar que la cláusula principal del pacto de Dios advertía las relaciones con los cananeos, los hebreos comenzaron a introducir prácticas y costumbres abominables a los ojos de Dios. El verso 2 es enfático: “… ustedes, por su parte, no harán ningún pacto con la gente de esta tierra, sino que derribarán sus altares. ¡Pero me han desobedecido! ¿Por qué han actuado así?”.[2] Y a continuación les asegura que un pacto que no se cumple es un pacto roto, y eso significaba que los carros del cielo que estaban listos para despedazar la maquinaria de hierro, comenzaban la retirada. En las palabras de los Jueces dice así: “Pues quiero que sepan que no expulsaré de la presencia de ustedes a esa gente; ellos les harán la vida imposible, y sus dioses les serán una trampa”.[3]
Después de ver el pacto de Dios quebrado, los israelitas lloraron amargamente y dejaron de pelear, porque sabían que sin Dios no hay victoria. Sin embargo, el cese de las luchas significó que los cananeos se afianzaran más en su territorio y se conviertan en constante amenaza para los hebreos. Nadie podía dormir bien, porque sabían que en cualquier momento entrarían a destruir sus hogares y lastimar a sus familias. Cuenta la historia bíblica, que toda la generación de Josué que conocía de cerca a Dios, descansó sin ver la restauración del pacto de Dios. La siguiente generación que nació en Canaán no conocía a Dios, ni le importó el asunto del pacto, sino “abandonaron al SEÑOR, Dios de sus padres, que los había sacado de Egipto, y siguieron a otros dioses —dioses de los pueblos que los rodeaban—, y los adoraron, provocando así la ira del SEÑOR. Abandonaron al SEÑOR, y adoraron a Baal y a las imágenes de Astarté”.[4] Entonces el Señor no solo abandonó a su pueblo sino que “los entregó en manos de invasores que los saquearon. Los vendió a sus enemigos que tenían a su alrededor, a los que ya no pudieron hacerles frente”.[5] Sus pesadillas dejaron de existir porque se tornaron en realidades. Entendieron que cumplir el pacto de adoración exclusiva a Dios era imprescindible y practicar las costumbres del mundo no pasan desapercibidos a los ojos del Altísimo. “Por eso el SEÑOR dejó en paz a esas naciones; no las echó en seguida ni las entregó en manos de Josué”.
Mi amigo (a), los carros de fuego están listos para darte la victoria, no existe carro humano que pueda vencer al poder del ejército del cielo. Dios está listo a cumplir sus promesas de vitoria en todos los terrenos de tu vida, pero Él requiere adoración exclusiva, obediencia a su Palabra y una vida limpia delante de Él. Con razón, el apóstol Juan en una visión, contempla un ejército de vencedores y a la pregunta de un anciano de quienes eran, responde: “—Eso usted lo sabe, mi señor —respondí. Él me dijo: —Aquéllos son los que están saliendo de la gran tribulación; han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero”.[6]
Cada mañana, cada momento, en medio de un mundo rodeado de carros de hierro listos para arrasar con todo, lava tu vida en la sangre de Cristo, reconócelo como tu Salvador y Protector, pon tus pocas fuerzas en las fuerzas divinas que no conocen derrota, porque en su Méritos podemos hallar descanso. Restaura el pacto quebrado con Dios, empieza con una oración, y no pares hasta asirte de la victoria.
Pr. Joe Saavedra
Desde la línea de batalla y un poquito antes del retorno de Cristo…