SIERVO DE JESÚS
“Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, junto con los obispos y diáconos:…” (Filipenses 1:1 NVI[1])

Una presentación es importante en una buena comunicación. Desde un embajador que debe presentar sus credenciales de la nación que representa o un académico sus grados en una cátedra hasta un simple primer contacto entre dos personas que solamente mencionan sus nombres, presentarse nos da la información más importante que necesitamos saber acerca de la persona para un contexto particular. Asimismo, en una presentación se muestra la información más relevante que la persona necesita saber, basados en el contexto.
Pablo sabía del impacto de una presentación y normalmente en sus cartas lo hacía visualizando una lección importante que no debía ser ignorada. Por ejemplo, en el libro de Gálatas, se presenta como “apóstol, no por investidura ni mediación humanas, sino por Jesucristo y por Dios Padre, que lo levantó de entre los muertos”.[2] En la carta de Filemón, la credencial que Pablo elige es “prisionero de Cristo Jesús”.[3] Y en las cartas a los Tesalonicenses Pablo se presenta solamente con su nombre.
En el libro de Filipenses ¿cómo se presenta Pablo y que había detrás de esa presentación?
El versículo que encabeza esta reflexión delata que Pablo se presenta como “siervo” de Jesús. La palabra original griega es doulos, una de las palabras favoritas del apóstol y que la emplea en sus epístolas una treintena de veces, que se puede traducir también como esclavo.[4] Y escoge esa presentación porque se adapta mejor a los objetivos que tenía en mente, puesto que la obediencia, la humildad y la sumisión en la vida de un esclavo o un siervo, son relevantes también para un creyente que acepta la voluntad soberana de Dios y cumple voluntariamente la tarea de compartir el evangelio.

El contexto de la Carta a los Filipenses es una prueba de lo que estoy mencionando porque Pablo ha “aceptado gustosamente sus circunstancias (la prisión). Las ve como dispuestas por Dios para el progreso del evangelio, y exhorta a los filipenses a adoptar esa misma perspectiva. Lejos de ser víctima, Pablo se alegra y seguirá alegrándose de sus circunstancias”.[5] Leamos:
“Es justo que yo piense así de todos ustedes porque los llevo en el corazón; pues, ya sea que me encuentre preso o defendiendo y confirmando el evangelio, todos ustedes participan conmigo de la gracia que Dios me ha dado. Dios es testigo de cuánto los quiero a todos con el entrañable amor de Cristo Jesús. [6]
Pablo no se está quejando de las circunstancias difíciles y “calientes” que le toca vivir por ser un seguidor de Jesús, más bien resalta su compromiso con la misión evangelística y el amor de Jesús que lo lleva amar y apoyar a sus compañeros que aceptan ser siervos como él.
Mi apreciado(a) compañero(a) de fe, ser un siervo de Dios no es una exclusividad de Pablo ni de ningún apóstol, sino tú y yo podemos serlo. Por un lado, tu experiencia y la mía van por la misma ruta, en algún momento nuestro orgullo ha sido quebrado por las consecuencias de nuestras malas decisiones, y hemos comprendido que es mejor someternos a la voluntad del Señor y renunciar a nuestros propios «derechos» de hacer lo que a nosotros nos parece, porque Dios sabe lo que es mejor.

Por otro lado, Pablo mismo nos menciona que fuimos “comprados por un precio. Por tanto, glorifiquen con su cuerpo a Dios”,[7] entonces le pertenecemos y estamos “obligados” a servirle por amor, y aunque parezca contradictorio, no lo es, porque si alguien paga una deuda nuestra aun sabiendo que no podremos devolverle el pago, esa acción nos “obliga” a reconocer y hacer todo para agradar al que tuvo semejante acción de amor.
Esto me recuerda una historia que sucedió en la época en que en América se compraban y se vendían esclavos africanos. Uno de esos, alto y musculoso, en cuyo rostro se dibujaba nobleza de carácter y la ira de su condición, despertó el interés de un hombre inglés que deseaba comprarlo.
—Si usted me compra —le dijo el esclavo al inglés que estaba arreglando el precio con su dueño—, ¡yo nunca le serviré!
El inglés miró al joven un buen rato, pero no respondió nada. Entró en la oficina del comerciante, pagó el precio por el esclavo, y salió con un documento en la mano.
—Lee esto —le dijo el inglés al determinado esclavo.
El joven leyó el documento, y no podía creer lo que leía. Allí estaba legalizada su libertad. En aquel documento constaba que el precio total de su libertad había sido pagado y que él ahora era dueño de sí mismo y podía hacer de su vida lo que quisiera.
Al joven “ex esclavo” le rodaron las lágrimas y, deponiendo toda actitud agresiva y con voz tierna y humilde, dijo: —Señor, no sólo seré su servidor, sino que si llega a ser necesario, daré la vida por usted—.
¿Qué decides? ¿Qué piensas”///////////////.

Joe Saavedra https://twitter.com/joesaa
[1] Todos los textos bíblicos citados en las meditaciones de Joe Saavedra pertenecen a la Nueva Versión Internacional (NVI) a menos que se indique otra.
[2] Gálatas 1:1
[3] Filemón 1:1
[4] Henry George Liddell et al., A Greek-English lexicon (Oxford: Clarendon Press, 1996), 447.
[5] Steven E. Runge, Comentario de Alta Definición: Filipenses, ed. John D. Barry, trans. Adriana Powell y Guillermo D. Powell (Bellingham, WA: Software Bíblico Logos, 2011), Flp 1:1–11.
[6] Filipenses 1:7–8.
[7] 1 Corintios 6:20
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