¿SALVOS DE QUÉ? (jueves 22 de marzo de 2012)
“Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:15 NVI).
Una persona de la iglesia me preguntó: ¿qué le ofrecemos a la gente?, ¿cuál es nuestro “interés”? esas preguntas me dejaron meditando. ¿Cómo iglesia qué le estamos “vendiendo” a las personas? Una respuesta segura y concreta es: “salvación”, sin embargo, ¿salvación de qué?, es decir ¿para qué problemas el cristianismo es una solución? Si la respuesta gira en torno al “pecado”, es decir nuestro intento es alejar del pecado a este mundo corrompido, entonces creo que vamos por el camino equivocado, porque liberar al ser humano del pecado, es una tarea “titánica” y hasta imposible, porque, cómo dijo Pablo: “…Pero yo soy meramente humano, y estoy vendido como esclavo al pecado”.[1] Si hablamos en terrenos reales, el pecado es altamente atractivo, ¿por qué querría alguien ser salvado de algo altamente atractivo y agradable? Si todo lo que podemos ofrecerle a las personas es liberarlos de sus debilidades favoritas entonces nuestra oferta no es muy buena.
El pecado en sí no es el problema principal, y no pasa de ser más bien la causa del problema. No podemos esforzarnos solamente en tratar de convencer a las personas en centrarse en sus pecados y “sudar al máximo” para liberarse, sino en llevarlo a entender que la liberación no es del pecado sino de la consecuencia que ella origina.
El apóstol Santiago nos dice que la “madre” es el “deseo” (pasión) y esta acaba en muerte. Desde el punto de vista del pecador, su principal deseo no es liberarse del pecado, sino de la consecuencia: la muerte. Es decir, el pecador es como un infeliz paciente que no quiere liberarse de cigarro sino solamente del cáncer. Por lo tanto, el cristianismo debe ser una solución para el problema de la muerte. Nuestra oferta debe ser en señalar el camino que lleva a la vida eterna. Si entendemos este asunto, entonces estos textos tienen sentido: “—Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí”,[2] “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”.[3] ¡No para condenar por el pecado, sino para ser salvo de él![4] El pecado nos lleva a la muerte, pero podemos tener otro final: “La vida eterna”.
White dice: “Por naturaleza estamos enemistados con Dios. El Espíritu Santo describe nuestra condición en palabras como éstas «Muertos en las transgresiones y los pecados» (Efe. 2: 1), «la cabeza toda está ya enferma, el corazón todo desfallecido», «no queda ya en él cosa sana» (Isa. 1: 5, 6). Estamos enredados fuertemente en los lazos de Satanás, por el cual hemos «sido apresados para hacer su voluntad» (2 Tim. 2: 26). Dios quiere sanarnos y libertarnos. Pero, puesto que esto demanda una transformación completa y la renovación de toda nuestra naturaleza, debemos entregarnos a él enteramente”.[5]
Pero, ¿cómo podemos saber que vamos en la dirección correcta a la vida eterna? ¡Buena pregunta!
Pr. Joe Saavedra
Desde la línea de batalla y un poquito antes del retorno de Cristo…
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