SACERDOTES (jueves 12 de enero de 2012)

“…al que ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre, ¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén” (Apocalipsis 1:6 NVI)

Un sacerdote en los tiempos bíblicos, especialmente en el marco del Antiguo Testamento, básicamente cuidaba del santuario y comunicaba las decisiones divinas, además representaba al pueblo delante de Dios y a Dios delante del pueblo.

Cabe notar que el Nuevo Testamento jamás usa el título de sacerdote para el ministro de la iglesia. Esta costumbre, aunque empezó temprano en la historia de la iglesia (1 Clemente, La didajé, etc.), carece de base puesto que todo creyente es llamado a ser sacerdote. “La doctrina del sacerdocio de los creyentes comprende la verdadera meta del sacerdocio bíblico, es decir, la responsabilidad de cada uno para con los demás. El creyente se identifica con Cristo y con el pecador, siendo «un Cristo para el prójimo»”.[1]

El sacerdote al servicio de Dios, asume como honor este llamado y se desvive por cumplir sus responsabilidades. “El Nuevo Testamento exige que cada creyente sea santo y, a la vez, responsable de su hermano creyente o no creyente. La iglesia como el cuerpo de Cristo comparte el sacerdocio de Jesucristo (1 Pedro 2.5, 9; Apocalipsis 1:6; 5:10; 20:8) y es responsable delante de Dios por el mundo”.[2]

Somos parte de un reino, en el cual somos llamados a ser sacerdotes de Dios, cuando esta verdad le fue revelada a Juan,  glorificó a Dios por este honor: “¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén”. ¡Qué privilegio es servir a Dios y hacer su voluntad. “Cristo ha constituido a su iglesia en un «reino» y a sus miembros individuales en sacerdotes. Ser miembro del reino es ser «sacerdote”. Los que han aceptado la salvación en Cristo, constituyen un reino cuyo rey es Cristo. Es una referencia al reino de la gracia divina en los corazones de los seres humanos. Un sacerdote puede ser considerado como uno que presenta ofrendas a Dios (cf. Hebreos 5: l; 8:3), y en este sentido todo cristiano tiene el privilegio de presentar «sacrificios espirituales» -oración, intercesión, acción de gracias, gloria- a Dios (1 Pedro 2:5, 9). Como cada cristiano es un sacerdote, puede acercarse a Dios personalmente, sin la mediación de otro ser humano, y también acercarse -interceder- por otros. Cristo es nuestro mediador (1 Timoteo 2:5), nuestro gran «sumo sacerdote», y por medio de él tenemos el privilegio de llegarnos «confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:15-16)”.[3]

Mi amigo (a), ¿sabes quién eres?, recordemos: Hijos de Dios, príncipes, más que vencedores, creación maravillosa y llamados a constituirnos sacerdotes de su reino… “…¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén”

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

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[1] Wilton M. Nelson and Juan Rojas Mayo, Nelson Nuevo Diccionario Ilustrado de La Biblia, electronic ed. (Nashville: Editorial Caribe, 2000, c1998).

[2] Ibid.

[3] Comentario Bíblico Adventista, Tomo 7, Apocalipsis 1:6

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