PASOS DE AMOR
“Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios.” (Efesios 5.1–2, NVI)
Ayer, hoy y quizás los días que vienen, la muerte de Gabriel García Márquez, será la noticia más comentada del mundo. Y no sorprende, puesto que este escritor colombiano, premio Novel de Literatura, es considerado leyenda de la literatura latinoamericana. Su muerte a los 87 años, no hace más que resaltar su vasta producción -integrada por una decena de novelas, más de treinta cuentos, cientos de artículos periodísticos y hasta guiones de cines- que le sobrevivirán. Sin duda, escribió historias buenas que han trascendido los años.
Sin embargo, conozco un escritor más grande, inigualable e incomparable, que escribió la mayor historia de amor jamás contada, cuya influencia no se queda en años, sino apunta hacia la eternidad. Lo más impresionante de esta historia, es que no se escribió con una tinta común y corriente, sino con sangre. Jesús es el autor de esta historia, también el personaje principal, y la sangre también le pertenece.
La historia comienza con la creación de la tierra, aunque la verdad es que “Cristo, a quien Dios escogió antes de la creación del mundo, se ha manifestado en estos últimos tiempos en beneficio de ustedes”,[1] es decir, es bien antigua, aunque también muy actual. Dios, creó la tierra con la orden de su boca, pero lo mejor de su creación lo hizo con sus propias manos: el hombre. No lo hizo esclavo, ni lo programó para que lo adore, le sirva y obedezca, todo esto debería ser voluntariamente, porque lo mejor del amor es hacer todo por propia voluntad. Para esto, “Dios el SEÑOR tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara, y le dio este mandato: ‘Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás’”.[2] Esta prueba era de amor, porque el hombre debía decidir obedecer y creer en su Creador, por propia voluntad. Esta historia comienza a tornarse trágica, porque el hombre no confía en su Creador, y le desobedece.
Los procedimientos celestiales son claros, “la paga del pecado es muerte”,[3] y el hombre debe morir. Cómo humano creado con emociones, el hombre tiene miedo, no quiere morir y “cuando el día comenzó a refrescar, oyeron el hombre y la mujer que Dios andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse entre los árboles, para que Dios no los viera. Pero Dios el SEÑOR llamó al hombre…”,[4] porque había cuentas que pagar. El hombre suplica por su vida, y el Creador, como un padre que daría todo por su hijo, tiene que decidir. Por un lado su Palabra su cumple, y la deuda del pecado debe pagarse, por otro, su amor por el hombre es incomprensible, daría todo por él. Allí se erige la figura de Jesús, Él saca un “as de la manga”, saca esa alternativa que fue propuesta desde antes que el mundo fuera, donde la ley se cumple y el amor sobresale. El brillo de alegría en los ojos de Dios desaparece, porque la decisión es dolorosa.
La deuda del pecado se paga con la muerte, no hay vuelta, pero la alternativa plantea que alguien puede morir por el hombre, y la deuda queda saldada. Cristo levanta la mano y dice: “Yo lo haré, yo tomo la muerte del hombre, y voy a la tierra para ganarme su vida”, por eso “tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”,[5] y aunque la deuda del pecado es muerte, “la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor”.[6]
Esa historia de amor cuenta que “eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron”. “El inmaculado Hijo de Dios pendía de la cruz: su carne estaba lacerada por los azotes; aquellas manos que tantas veces se habían extendido para bendecir, estaban clavadas en el madero; aquellos pies tan incansables en los ministerios de amor estaban también clavados a la cruz; esa cabeza real estaba herida por la corona de espinas; aquellos labios temblorosos formulaban clamores de dolor”,[7] allí, en medio del dolor de muerte, mirando al cielo, buscando el rostro de su Padre “dijo: Todo se ha cumplido”,[8] inclinó la cabeza y murió. La ley no puede condenar más al hombre, porque la deuda fue cancelada. Por eso, “en él tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados, conforme a las riquezas de la gracia”.[9] Esta historia fue escrita con dolor y ese cheque de amor, que pagó nuestra deuda, fue firmada con su sangre.
Mis hermanos (as) en la fe, “por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios”. ¡Sigamos esos pasos de amor!
Desde mi rincón de poder…y un poquito antes del retorno de Cristo…
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[1] 1 Pedro 1.20 NVI
[2] Génesis 2.15–17 NVI
[3] Romanos 6.23 NVI
[4] Génesis 3:8-9 NVI
[5] Juan 3.16 NVI
[6] Romanos 6:23 NVI
[7] Elena de White, Deseado de todas las gentes, 703.
[8] Juan 19.30 NVI
[9] Efesios 1.7 NVI