LLORA EL QUE TIENE CORAZÓN
“Conmovido por la presencia de su hermano, y no pudiendo contener el llanto, José salió de prisa. Entró en su habitación, y allí se echó a llorar desconsoladamente. Después se lavó la cara y, ya más calmado, salió y ordenó: «¡Sirvan la comida!»” (Génesis 43:30-31 NVI)
Encontrarse después de muchos años con sus hermanos que lo lastimaron, saber de su padre, enterarse de los pormenores de la muerte de su madre, conocer a su hermano Benjamín, reconocer que las cosas habían cambiado en su casa, provocaron muchas emociones intensas en la vida de José. Las emociones, son propias de los seres humanos, y son reconocidas como “reacciones psicofisiológicas que representan modos de adaptación a ciertos estímulos ambientales o de uno mismo. Psicológicamente, las emociones alteran la atención, hacen subir de rango ciertas conductas guía de respuestas del individuo y activan redes asociativas relevantes en la memoria. Fisiológicamente, las emociones organizan rápidamente las respuestas de distintos sistemas biológicos, incluidas las expresiones faciales, los músculos, la voz, la actividad del SNA y la del sistema endocrino, a fin de establecer un medio interno óptimo para el comportamiento más efectivo”.[1] Todo esto produce reacciones de conducta, siendo el más común el llanto.
Cuando el cuerpo de un ser humano se emociona, su cuerpo se altera y se recarga de sensaciones y sentimientos que deben ser canalizados para que no produzcan daños psicológicos y fisiológicos. Una de las vías más seguras para poder drenar una sobrecarga de emociones es llorar, a través de las lágrimas, ese cuerpo alterado vuelve a su estado normal. “El término llanto en general describe cuando alguien derrama lágrimas en reacción a un estado emocionado”,[2] y esto porque investigaciones recientes establecieron una red neural biológica entre el conducto lagrimal y las áreas del cerebro humano implicadas con la emoción. Además, las lágrimas, son producidas por la glándula lagrimal, y tienen una importancia crucial en la visión, porque limpian y lubrican el ojo. Esto quiere decir que “intervienen fundamentalmente en la óptica ocular y en el normal funcionamiento del globo ocular y de sus estructuras. Cualquier alteración de la lágrima influye en la agudeza visual”.[3]
¿Te imaginas que pasaría si no podríamos llorar?, creo que habría desperfectos en la vida humana. Por un lado, el ojo estaría sucio y la falta de lubricación haría complicada la visión; por el lado de las emociones, habría alteraciones psicológicas y fisiológicas, el cuerpo no resistiría la sobrecarga de emociones y el final sería fatal. Gracias a Dios, que podemos llorar, para tener una visión más aguda y sobretodo, poder drenar tantas emociones que en transcurso de nuestra vida vamos a manifestar. Cómo José, que necesitó llorar para poder descargar tantas emociones juntas, y hallar consuelo para las tribulaciones en que se encontraba. O cómo Pablo, quién habiendo pasado muchas aflicciones y finalmente la cárcel, llegó a sentir que no podía más, tenía que descargar tantas emociones y sentimientos encontrados, tenía que tener la serenidad de poder defenderse en Roma de todos los ataques diabólicos en su contra, y la forma más segura era llorar. Elena de White comenta los momentos antes de que Pablo emprendiera su viaje final a Roma: “Después, reflexionando sobre las arduas experiencias de aquel día, receló Pablo de que su conducta no hubiese sido agradable a Dios. ¿Acaso se había equivocado al visitar a Jerusalén? La causa de Cristo estaba muy cerca del corazón de Pablo, y con profunda ansiedad pensaba en los peligros de las diseminadas iglesias, expuestas a las persecuciones de hombres tales como los que había encontrado en el concilio del Sanedrín. Angustiado y desconsolado, lloró y oró”.[4]
Mi amigo (a), no podemos quedarnos ajenos a las emociones, porque cada momento estamos interactuando con seres humanos, con reacciones y estados de ánimo. Además, nos toparemos con injusticias, maldades, insultos, incomprensiones, traiciones, decepciones y ataques malignos, y no te sientas débil si algún momento quiere llorar, más bien adelante, llora y llora bien, porque solo llora el que tiene corazón, el que siente, el que vive intensamente cada día, el que se esfuerza por estar en paz con Dios, él que sabe que llorar no es debilidad, sino fuerza para seguir sobreviviendo en este mundo de maldad. Y allí, en medio del llanto, sabrás que no estás solo, que el mismo Dios está presto para correr en tu auxilio, cómo pasó con Pablo que al sentirse débil lloró y oró y recibió respuesta; porque ese mismo Dios que lo había librado de turbas asesinas y de todo ataque infernal, estaba allí y le trasmitió confianza: «A la noche siguiente el Señor se apareció a Pablo, y le dijo: «¡Ánimo! Así como has dado testimonio de mí en Jerusalén, es necesario que lo des también en Roma»”.[5] ¡Ánimo si estas llorando!, solo lloran los que tienen corazón.
Pr. Joe Saavedra
Desde la línea de batalla y un poquito antes del retorno de Cristo…
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