LISTOS PARA ESCUCHAR (parte 2)
“Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse; pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere.” (Santiago 1.19–20, NVI)
El consejo es claro, menos palabras y más oído para escuchar y entender, cómo lo hizo Jesús. Los evangelios están llenos de relatos sobre la interacción del Mesías con individuos: Mateo, Natanael, una prostituta, Nicodemo, un ciego, la mujer samaritana y muchos otros, cómo el joven rico. Éste se acercó a Jesús quién “lo miró y lo amó”. Él escucho. Estuvo atento, nunca apurado o distraído. En palabras simples, Jesús dedicó tiempo a explorar historias, entonces se convirtió también en un Sanador de emociones. Por lo tanto, escuchar es sanar, pero también es explorar historias cómo Jesús, y cuando uno explora encuentra tantas cosas que a simple vista no observa, entonces entiende, ayuda y restaura. Y cuando uno hace eso, recibe a cambio respeto y amor incondicional. Escuchar es ganarse seguidores, amigos y colaboradores.
Sin embargo, el acto de escuchar, tiene otra dimensión, que prepara la vida para todo lo demás, incluido el don de escuchar y explorar las historias de las personas. Esta dimensión tiene como protagonistas al hombre y su Creador. Si bien es cierto que Dios ideó la oración para poder mantenerse en contacto con sus hijos humanos, está es una vía efectiva de doble sentido, dónde se habla y se escucha, y esta práctica es la esencia de una comunicación saludable. Empero, muchos cristianos solamente aprendieron a hablar y solicitarle a Dios toda la atención posible, al dejarlo así, entonces ellos no se comunican, no oran, porque se rompió el mecanismo de ida y vuelta, y se dio paso a un simple monólogo. Es triste saber que tú o yo podemos ser parte de los miles de cristianos que «monologan» y piensan que están orando.
Comunicarse con Dios, es también aprender a escucharlo, y esto sucede en la vida de los cristianos que aprendieron a callar y a sintonizar la voz de Dios porque el “viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu”.[1] Un cristiano que ha experimentado la presencia del Espíritu Santo en su vida, es aquel que busca oír la voz de Dios, y cuando la escucha está presto a obedecerlo, cómo Abraham que “cuando fue llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir por herencia; y salió sin saber a dónde iba”.[2]
Cuando uno aprende a escuchar a Dios, se acostumbra a su voz, el tono apacible del Creador se vuelve familiar, entonces le escuchamos y obedecemos, cómo en la ilustración de las ovejas en el evangelio de Juan que presenta a Jesús cómo el pastor de la ovejas, y es a él que “le abre el portero, y las ovejas oyen su voz. A sus ovejas las llama por nombre y las conduce afuera. Y cuando saca fuera a todas las suyas, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz”,[3] y “Jesús conoce quiénes son. Sabe también quiénes oyen alegremente su llamamiento y están listos para colocarse bajo su cuidado pastoral”.[4]
Pero si no sabemos cómo es su voz, entonces podemos familiarizarnos con cualquier sonido o con las voces de falsos pastores que quieren descarriarnos. Cómo “la noche de la agonía de nuestro Salvador, en el huerto de Getsemaní, los discípulos, dormidos, no escucharon la voz de Jesús; tenían un tenue atisbo de la presencia de los ángeles, pero la somnolencia y el sopor les impidieron recibir la prueba que habría fortalecido sus almas, preparándolas para las terribles escenas que se les avecinaban. Así pues, los mismos hombres que más necesitan la instrucción divina, a menudo, no la reciben porque no establecen comunicación con el cielo. Satanás siempre busca controlar la mente y nadie está a salvo a menos que tenga una conexión constante con Dios. En algunos momentos debemos recibir provisiones del cielo y si queremos que el poder de Dios nos guarde debemos obedecer sus exigencias”.[5]
Es nuestro privilegio y deber escuchar la voz de Dios. Después de una oración, quédate un momento en silencio, allí aprenderás a escuchar y distinguir su voz. Cada día, busca un momento de quietud, apártate un poco de todo lo agitado y busca sus palabras. Algunas veces su voz aparecerá en los formatos menos esperados, tenemos que aprender a distinguirlos, pero casi siempre cuando abrimos la Biblia. Todo es cuestión de disciplina. “Debemos oírlo individualmente hablarnos al corazón. Cuando todas las demás voces quedan acalladas, y en la quietud esperamos delante de él, el silencio del alma hace más distinta la voz de Dios. Nos invita: ‘Estad quietos y conoced que yo soy Dios’. Solamente allí puede encontrarse verdadero descanso. Y ésta es la preparación eficaz para todo trabajo que se haya de realizar para Dios. Entre la muchedumbre apresurada y el recargo de las intensas actividades de la vida, el alma que es así refrigerada quedará rodeada de una atmósfera de luz y de paz. La vida respirará fragancia, y revelará un poder divino que alcanzará a los corazones humanos”.[6]
Mi hermano (a) en Cristo, aprender a escuchar a Dios es caminar con esperanza por un mundo inseguro, es cambiar las miserias por las riquezas de su Presencia, es dejar de mendigar aprecio porque nos encontramos con la fuente misma del amor. Él nos dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo”.[7] ¿Una cena con el Creador del Universo?, ¿una cita con él?, ¡sería una locura perderse eso!, ¿pero cómo hacemos? Él llama, él habla, y el oído presto, escucha y obedece. Entonces todo se apaga, todo pierde valor, nada interesa.////.
Desde mi rincón de poder…y un poquito antes del retorno de Cristo…
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