JESÚS
“Tabla genealógica de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham…” (Mateo 1:1 NVI)
No es difícil notar que el libro según Mateo comienza con el árbol genealógico de Jesús, aunque también es sencillo pasar muy de prisa estos versículos, porque para nuestra cultura, quizás las genealogías no tienen importancia. Sin embargo, “debemos recordar que Mateo escribía principalmente para los judíos… Esto también explica el hecho de que comienza la línea con Abraham, y no la extiende hasta Adán como Lucas lo hace. Ahora bien, para los judíos las genealogías nunca carecen de interés e importancia. Después de la conquista de Canaán era importante para determinar el lugar de residencia de la familia, porque, por ley divina, la ocupación de la tierra debía hacerse según las tribus, las familias y las casas de los padres”.[1] Aparte de ello, si damos una lectura a esta genealogía encontraremos detalles que dejan de serlo, porque muestran verdades que no podemos pasar por alto, aunque no puede sorprendernos los descubrimientos porque detrás del autor de Mateo estaba el Espíritu Santo.
Sin embargo, un solo punto brillará en todo el firmamento de este evangelio. Si somos cuidadosos al leer esta genealogía, que se presenta desde el versículo 1 al 17, nos daremos cuenta que no es simplemente un apéndice del libro, sino que está íntimamente ligada con la sustancia de todo el capítulo: Cristo. En un sentido más amplio, esta parte está en relación directa con el contenido de todo el libro. Por ejemplo, “en el encabezamiento de la genealogía (v. 1) se llama a Jesucristo “hijo de David”. Esta expresión reaparece en el v. 20, donde se aplica a José el “padre” de Jesús. Pero nótese la forma tan cuidadosa en que se describe en el v. 16 la relación de José con Jesús. Por este versículo es evidente que el evangelista está impidiendo la posibilidad de que el lector pueda pensar que José es el padre físico de Cristo. Lo que está implicando en esta genealogía ya es que aunque María era por cierto la madre de Jesús, José era su padre, no en el sentido natural sino en el legal solamente. Y es exactamente este mismo punto el que se desarrolla en el hermoso relato que sigue en los vv. 18–25”. [2] Es decir, este primer versículo, no solamente es el encabezado o principio de este evangelio, sino está presentando a Jesús quien es el Hijo del hombre, pero también es también el Hijo de Dios, además Él es la verdadera simiente de David y de Abraham, el cumplimiento de la profecía. Jesús, es la única Esperanza de Israel y de la humanidad. Esta idea central, que se expresa en el primer versículo del libro, de ningún modo está confinado al capítulo 1, más bien, en todo el Evangelio el escritor “presenta la grandeza de Cristo, tal como es revelada en su glorioso origen y en la forma maravillosa en que cumplió la tarea que le fue asignada por el Padre. Por lo tanto, el hijo de David es además y definitivamente el Señor de David (22:41–46)”.[3]
Además, este encabezado contiene el nombre que es sobre todo nombre, Jesucristo. Es oportuno indicar que nuestra palabra castellana “Jesús” es realmente una palabra latina que viene de la muy semejante palabra griega Iesous. “Esta, a su vez, es la forma helenizada del nombre hebreo Jeshua, forma abreviada de Jehoshua (Jos. 1:1; Zac. 3:1). Esta última forma significa Jehová es salvación. En la forma abreviada Jeshua el énfasis está en el verbo, es decir él ciertamente salvará. Esto nos recuerda Mt. 1:21: ‘Llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados’”. [4]
A este nombre se le añade el nombre oficial “Cristo”, y este es la palabra griega equivalente a Mesías del hebreo. Es decir, el mismo inicio del libro de Mateo está diciéndonos que la genealogía que se presenta a continuación, y el contenido total, tienen que ver con el actor principal, Jesucristo, que es el “ungido por el Espíritu Santo”, el ordenado, apartado y habilitado para llevar a cabo la tarea de salvar a su pueblo, y a nosotros mismos. A esto se añade, un complemento elemental, “hijo de David, hijo de Abraham”, para que recordemos, que este Ungido, este Libertador, no solamente es Hijo de Dios y viene del cielo mismo, sino que es parte del cumplimiento profético, más conocido como la profecía mesiánica, según la cual el futuro Libertador sería la simiente “de la mujer, (Gn. 3:15), de Abraham (Gn. 22:18), de Judá (Gn. 49:10), y de David (2 S. 7:12, 13)”.[5]
Mi amigo (a), Jesucristo, no es un nombre más, ni un simple hombre que ha sido idolatrado por su sabiduría y enseñanzas, sino es el Salvador, el Ungido del cielo, el que ha sido Separado para llevar Esperanza a la raza humana, a ti y a mí, y no llega por un accidente, sino que es parte de todo un plan, cuya profecía se ha cumplido a cabalidad. Razón tenía esta cita: “Cristo nunca debiera estar alejado de nuestra mente. Los ángeles dijeron de Él: ‘Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados’ ( Mateo 1: 21). ¡Qué precioso Salvador es Jesús! Seguridad, auxilio, confianza y paz hay en El. Es el disipador de todas nuestras dudas, la prenda de todas nuestras esperanzas. Cuán precioso es el pensamiento de que realmente podemos llegar a ser participantes de la naturaleza divina, con la que podemos vencer así como Jesús venció. Jesús es la plenitud de nuestras expectativas. Es la melodía de nuestros himnos, la sombra de una gran roca en el desierto. Es el agua viva para el alma sedienta. Es nuestro refugio en la tempestad. Es nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención. Cuando Cristo es nuestro Salvador personal, anunciaremos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable…”.[6] Te invito a darle más que una mirada a esta genealogía, y delante de tus ojos brillarán verdades que afianzarán tu confianza en la providencia Divina y en su enviado: Jesús.
Pr. Joe Saavedra
Desde la línea de batalla y un poquito antes del retorno de Cristo…
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[1] William Hendriksen, Comentario Al Nuevo Testamento: El Evangelio Según San Mateo (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2007), 116.
[2] William Hendriksen, Comentario Al Nuevo Testamento: El Evangelio Según San Mateo (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2007), 116-17.
[3] Ibid.
[4] Ibid, 118.
[5] Ibid.
[6] Reflejemos a Jesús, 7 de enero