HOGAR
“No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté.” (Juan 14.1–3, NVI)
Estados Unidos es un país desarrollado con muchas riquezas y opulencia por doquier, sin embargo también hay personas con muchas carencias y necesidades. Un buen ejemplo son los mas de 100 empleados del aeropuerto internacional de Los Ángeles.
Estos trabajadores, cansados de sus largos trayectos para llegar a sus hogares o abrumados por el alto precio de los alquileres en California, decidieron instalarse en el estacionamiento del aeropuerto.[1] Felizmente las autoridades del aeródromo, por el momento, les han permitido instalarse en casas rodantes.
Al principio empezaron a surgir racimos de caravanas esparcidos por los distintos estacionamientos del enorme aeródromo hasta que las autoridades congregaron las casas rodantes en el aparcamiento B. Ahora, cuando algún pasajero entra a esta zona del tercer aeropuerto más transitado de Estados Unidos se encuentra con un común parque de caravanas o casas rodantes.
Aunque este tipo de comunidad se ve con frecuencia en los barrios menos favorecidos de las ciudades estadounidenses, este lugar, sin embargo, llama la atención por la particularidad de sus residentes: todos ellos trabajan en algún sector de la industria de la aviación. Allí hay pilotos, copilotos, asistentes de vuelo, mecánicos, trabajadores de las empresas de carga de mercancías y personal que trabaja en el aeropuerto.
El tráfico aéreo de este aeropuerto es constante, y el rugido de los aviones que sobrevuelan los estacionamientos a pocos metros de altura es imponente, creo que en esa condición, dormir se hace complicado. Sin embargo, las personas viven tranquilas, conviven en armonía y se somenten a las reglas que ellos mismos se han impuesto. Y aunque ellos saben que es una forma de vida temporal, están dispuestos a aprovecharla mientras dure.
Mientras lees estas líneas, quizás te encuentres sentado en la sala de tu casa, en una propia o rentada, de repente cómoda, o no tanto. Por otro lado, puede ser que no tengas un hogar, y tengas que acomodarte en cualquier lugar para protegerte del frío o del calor, o hasta quizás en pocos día tienes que desalojar el lugar que te cobijaba porque ya el alquiler no encaja en tu presupuesto. Sin embargo, te recuerdo que todo es temporal. Los impuestos, la renta, los peligros naturales y urbanos, el deterioro de una vida corruptible, nos recuerda que todo es momentáneo, que estamos de paso por este lugar que cada día se torna inevitable.
No obstante, la promesa es esta: “No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté”. Una casa es la herencia que como hijos recibiremos, pero esta promesa no solo se reduce a un sitio físico que haremos nuestro hogar, sino a reunirnos con Jesús y gozar de su compañía, con los santos y otros seres angelicales.
Mi apreciado(a) compañero(a) de fe, aunque la casa del Padre es el cielo y “es un lugar muy espacioso. En él hay moradas completas, casas, y mansiones permanentes para todos los hijos de Dios”, además de que esta casa “no se parece a una casa de vecindad o conventillo, en que cada familia ocupa una habitación”, y “por el contrario, es más como un hermoso edificio de apartamentos, con una infinidad de apartamentos espaciosos y completamente amueblados, sin aglomeraciones de ninguna clase”,[2] la única idea que se expresa es que hay mucho espacio en el cielo, espacio para mí y también para ti.
Porque más que una casa, del material que fuere, el Señor quiere que vivamos en alegría, en acción y en paz, y eso es lo que promete: un hogar para vivir. Porque en la Biblia “a la heredad de los salvados se la llama patria. Allí el gran Pastor conduce a su rebaño a fuentes de aguas vivas. El árbol de vida da su fruto cada mes, y las hojas del árbol son para la sanidad de las naciones. Hay ríos de aguas corrientes, claras como el cristal, y en sus márgenes los árboles que siempre se mecen proyectan su sombra sobre los senderos preparados para los redimidos del Señor. Allí las amplias planicies desembocan en colinas hermosas, y las montañas de Dios yerguen sus elevados picos. En esas pacíficas planicies, junto a las corrientes vivas, el pueblo de Dios, por tanto tiempo peregrino y errante, encontrará un hogar”.[3]
¡Yo quiero ese hogar!//////////.
Pr. Joe Saavedra
Desde mi rincón de poder… un poquito antes del retorno de Jesús…
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[1]http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-37830346
[2]William Hendriksen, Comentario al Nuevo Testamento: El Evangelio según San Juan (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1981), 537.
[3]Elena G. de White, La historia de la redención, trans. Gastón Clouzet y Alberto Novell, Primera edición. (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009), 451.
Si nuestra casa está en el cielo no aquí en la tierra.amen.