HIJOS
“Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios.” (Juan 1.12, NVI)
Hace aproximadamente 42 años, un científico británico descubrió por azar en su laboratorio un proceso que cambiaría para siempre el campo de la medicina forense: las huellas genéticas o pruebas de ADN. La historia cuenta que, el profesor Alec Jeffreys en su laboratorio de la Universidad de Leicester, hizo el descubrimiento cuando hacía un análisis y extrajo de un tanque de revelado una radiografía. Cuando observó el material genético en la placa, el científico pudo ver patrones que diferenciaban totalmente a las tres personas que habían estado involucradas en el análisis: un técnico de laboratorio, una madre y un padre.
Desde entonces, estas pruebas se han convertido en una de las principales herramientas para identificar a sospechosos, resolver un crimen e identificar a un persona en un proceso de inmigración. No obstante, también es un método estándar y efectivo para resolver disputas de paternidad, de tal forma que se comprueba quién es el padre o el hijo de alguna persona que lo demande. Con razón el profesor Jeffreys dijo esto a propósito de su descubrimiento: «En segundos fue obvio que nos habíamos tropezado con un método basado en el ADN, no sólo para identificación biológica sino para solucionar relaciones familiares».[1]
El ADN significa ácido desoxirribonucleico, y es la molécula que lleva la información genética utilizada por una célula para la creación de proteínas. El ADN contiene las instrucciones genéticas usadas en el desarrollo y funcionamiento de todos los organismos vivos conocidos. La función principal de las moléculas de ADN es el almacenamiento a largo plazo de la información genética. ADN es a menudo comparado con un conjunto de planos para los seres humanos.[2] Es decir, “es el principal constituyente del material genético de los seres vivos”,[3] es la información que es personal e irrepetible en cada ser ya que la combinación de elementos se construye de manera única. Este ácido contiene, además, los datos genéticos que serán hereditarios, o sea que se transmitirán de una persona a otra, de generación en generación. Sin esa molécula el ser humano no sería único, ni podría diferenciarse del resto, tampoco probar su origen y su identidad.
De la misma manera, nuestro derecho de ser hijos de Dios, y ser herederos de sus promesas, estriba en comprobar que realmente le pertenecemos, entonces necesitamos probarlo através de nuestro ADN espiritual. Y éste se identifica cuantos recibimos a Jesús y creemos en su nombre. Quiere decir que, no necesitamos una determinada nacionalidad, ni algún parentesco sanguíneo, ni alguna prueba ceremonial para ganarnos el derecho de ser hijos de Dios y tenerlo como Padre. Hendriksen comenta que “aunque el mundo y su representante, el pueblo judío, rechazaron al Salvador, algunas personas lo aceptaron. Esas personas reciben el mayor favor espiritual sin consideración de nacionalidad o ascendencia física. Así pues, la mencionada expresión significa ‘cualquiera’, sea judío o gentil”.[4] Asimismo el término griego “lambano”, señala “la recepción espontánea de individuos, sean judíos o gentiles”.[5]
Cualquiera que lo recibe y lo acepta como Salvador posee el ADN que garantiza su parentesco con Dios, porque nadie tiene mayor derecho de hijo, aun tenga el carnet de feligrés o jamás haya pisado una Iglesia. Y el que lo recibe y lo acepta, muestra una dependencia total de su Padre, en obediencia, confianza y acciones. Además, el tener el ADN espiritual y ser auténtico hijo de Dios, es una decision totalmente personal, porque el “factor decisivo radica en los hombres mismos. ‘A todos’ (mas a cuantos) los que le reciben y creen en él se les da el derecho de ser hijos”.[6]
Mi apreciado(a) compañero(a) de fe, no importa si nacimos en relación con la Iglesia o los años que llevamos frecuentándola, si no poseemos el ADN espiritual no somos más hijos de Dios que los que andan en la calles sin saber de donde vienen y a quién pertenecen. Necesitamos recibirle y aceptarlo como Salvador y cada día reafirmar esa decisión, porque cuando hacemos eso, nuestras venas se sacuden cuando sienten dentro de ellas la sangre real, porque somos príncipes, hijos del Rey del Universo. Con razón el mismo apóstol Juan, dice más adelante en Las Escrituras: “¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! El mundo no nos conoce, precisamente porque no lo conoció a él”.[7] ¿Qué piensas?////////////////////.
Desde mi rincón de poder… un poquito antes del retorno de Jesús…
Ubícame en la página web: www.poder1844.org, en el Facebook: http://www.facebook.com/poder1844, o en Twitter: https://twitter.com/joesaa (@joesaa)
__________________________
[1]http://www.bbc.com/mundo/ciencia_tecnologia/2009/09/090910_huella_adn_men
[2]https://easylearngenetics.net/what-is-genetics/what-is-dna/que-es-el-adn/
[3]Núria Lucena Cayuela, ed., Diccionario general de la lengua española Vox (Barcelona: VOX, 1997).
[4]William Hendriksen, Comentario al Nuevo Testamento: El Evangelio según San Juan (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 1981), 85.
[5]James Bartley et al., Comentario bı́blico mundo hispano: Juan, 1. ed. (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2004), 62.
[6]Francis D. Nichol y Humberto M. Rasi, eds., Mateo a Juan, trans. Victor E. Ampuero Matta y Nancy W. de Vyhmeister, vol. 5, Comentario Biblico Adventista del Séptimo Día (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995), 878.
[7]1 Juan 3.1, NVI