HAZLO HOY
“Y todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño; porque en el sepulcro, adonde te diriges, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni sabiduría.” (Eclesiastés 9.10, NVI)
Estaba por acostarme y un mensaje corto brilló en el teléfono móvil: “Pastor quería informarle que A…. falleció hace unos momentos”. Me quedé mudo unos instantes, “¿era posible eso?”, me preguntaba con tristeza. “Sabía que estaba enfermo, pero era bastante joven para soportar todo”, me hablaba a mí mismo. Empecé a pensar en el papá, líder de iglesia fiel y leal al Señor, mi mano derecha cuando fui su pastor, y maestro en mansedumbre y sencillez. Hace pocos días atrás fui a verlo cuando me enteré que su muchacho fue internado de emergencia en un hospital, y su mirada era de esperanza, tenía la certeza que su hijo saldría caminando de ese lugar. Ya no caminará más, solo queda el recuerdo de un buen joven cristiano, misionero y muy responsable con sus labores de iglesia.
No es natural que un padre entierre a su hijo, lo natural es que un hijo entierre a su padre. A pesar que hay dolor por una muerte, hay más dolor cuando el proceso natural de la muerte se altera, como cuando un padre debe cargar el cuerpo inerte de un hijo. Mientras pensaba en todo esto, un dolor aún más agudo empezó a apretar el corazón, porque soy padre y deseo que un día mis hijos lleven mi cuerpo a la tumba y se despidan como debe ser. Pero ese dolor no era por la muerte, sino por la vida que dejamos pasar sin aprovechar cada minuto, sin arreglar las cosas que nos hacen infelices. Me preparaba para ir a descansar, sin importar ya lo que mi hijo mayor sentía allí en su habitación. Quizás moría y yo dejaba pasar el tiempo, como creyendo tontamente que los minutos piden perdón o que los segundos reconstruyen relaciones rotas. Habíamos tenido un altercado, él crece y yo a veces no entiendo eso, o pienso que todavía es un niño que acepta todo sin pensar y sin tomar muy en serio lo que siente. Cómo un padre que no tiene argumentos para convencer, solo atiné a utilizar mi autoridad para mandarlo a la cama a meditar en sus errores, aunque los míos eran más grandes que la de él. Lo vi irse desencajado, cómo que tenía que decir algo más, pero no había caso razonar con un tirano, total él también tenía un orgullo a prueba de balas, imitando al mejor maestro que tiene, su padre.
Mientras pensaba en los momentos en que mi buen amigo estaría llorando abrazando el cuerpo frío de su muchacho, yo temblaba porque tenía tan cerca el cuerpo caliente de mi hijo y no lo aprovechaba. El orgullo, la prepotencia y mi falso sentido de justicia estaban enfriando mi corazón, y me llevaban por la senda helada del que cree que tiene la razón y debe sacrificar el amor, el perdón y la reconciliación. Y se vuelve más helada y más terrible cuando la cólera y la falta de empatía como bloques de hielo se colocan unas sobre otras para formar una pared que impide que la comunicación, el respeto, y el amor hagan que padre e hijos, esposos y amigos vivan en paz, en alegría y prosperidad.
Fui sacudido al descubrirme con el corazón casi frío, y quizás con mis actos también estaba enfriando el corazón de mi hijo, y lo peor, cuando pensaba que mi agenda, mis actividades y mis dificultades me hacían el justo merecedor de toda comprensión, sólo hacía más grande la pared y el frío de las vanas justificaciones me adormecían más. Mi muchacho está a cinco pasos de mi cama, pero cuantas veces pensé que eran kilómetros muy largos para recorrerlos. La verdad era que mi amigo, lloraba a su hijo fallecido, y yo ni siquiera lloraba por mi hijo que iba muriendo.
De un salto llegué a su cama, y parecía dormido. Puse mi mano en su cabeza y le dije: “Muchacho lindo, sé que no estoy siendo comprensivo contigo, sé que levanto la voz para no escuchar tus argumentos coherentes, sé que no te estoy prestando atención… perdóname… cuenta conmigo una vez más… dame la oportunidad de ser el amigo, el maestro y el papá que necesitas…”. Mientras salía de la habitación, pensando que mañana tendría que decirle todo de nuevo, su voz me hizo parar y girar la cabeza: “Te amo papá”… Mi corazón se calentó de nuevo.
Mi amigo(a), ¿eres padre?, ¿eres madre?, ¿eres hijo?, ¿eres esposo?, ¿eres esposa?, ¿eres amigo?, ¿eres amiga?, ¿eres novio?, ¿eres novia?… ¿alguien es especial para ti? Cierra los ojos por un instante y trae a tu mente a la persona más importante que tienes sobre la Tierra, ¿ya lo tienes en mente? Esa persona ¿sabe que lo amas?, no me respondas cómo un amigo cuando le hice esa pregunta: “Claro que sabe, si vivo con ella, la llevo en el carro, le doy dinero…”. Quizás debo ser más específico: ¿Cuándo fue la última vez que le dijiste cuanto lo amas a esa persona?, ¿cuándo fue que le demostraste adrede que lo amas?, ¿cómo está tu corazón?, ¿caliente porque sabes pedir perdón, sabes perdonar o fácilmente demuestras que darías todo por la persona que amas?
Hace algún tiempo estaba en Asunción, y pasé frente a una clínica, en cuya entrada había un mural con unas palabras que decían más o menos así: “Si quieres dar un beso, hazlo hoy; si quieres regalar una rosa, hazlo hoy; si quieres pedir perdón, hazlo hoy; si quieres reconciliarte, hazlo hoy; si quieres cantar una serenata, hazlo hoy; si quieres salir a pasear, hazlo hoy; si quieres decir “te amo”, hazlo hoy; si quieres dar un abrazo, hazlo hoy; si quieres recitar un poema, hazlo hoy; si quieres tomarle de la mano y correr por la playa, hazlo hoy; si quieres perdonar, hazlo hoy…”, y la lista era larga, pero lo que me sacudió, era la parte final, que se leía así: “Atentamente… el muerto”.
Afortunadamente, tú estás vivo, y yo también, entonces tenemos hoy la oportunidad de calentar nuestros corazones, pidiendo perdón, perdonando y demostrando a las personas que amamos, cuanto nos interesan y cuan feliz hacen nuestra existencia. Entonces si no puedes decir “te amo” o “perdóname”, entonces escríbelo y pégalo en cada pared que hay de tu casa, y si quizás no puedes escribirlo porque te tiemblan las manos de emoción, demuéstralo con acciones claras, como un abrazo, o con un gran momento diario entre ella(él) y tú, donde nada sea más importante, ni el teléfono móvil, ni el gran negocio de tu vida.
Hoy una persona llora por su hijo, y le estará haciendo preguntas a Dios, y quizás muy pronto tú o yo estemos llorando, sintiendo que Dios nos hace las preguntas: ¿Por qué desperdiciaste el tiempo en rencor, orgullo y resentimientos?, ¿por qué no abrazaste, amaste o pediste perdón cuando había tiempo?, ¿por qué dejaste para mañana el amor que te correspondía ese día? Y no habrá respuesta que te satisfaga, más bien habrá comenzado tu lenta y triste muerte, porque “todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño; porque en el sepulcro, adonde te diriges, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni sabiduría”. ¿Qué vas a hacer este mismo instante?///////////.
Desde mi rincón de poder… escribí esto un poquito antes del retorno de Jesús, en homenaje a un buen padre, esposo y líder de iglesia, Walter Rodriguez Reyes y en memoria de su buen hijo, Alex Rodriguez Ramos… ¡hasta aquel día cuando Cristo lo llame por su nombre!
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