EL VIVE
“Yo sé que mi redentor vive, y que al final triunfará sobre la muerte. Y cuando mi piel haya sido destruida, todavía veré a Dios con mis propios ojos” (Job 19:25-26 NVI)
Mientras reviso las últimas noticias es ineludible darle una mirada un acontecimiento que ha paralizado un país sudamericano y quizás al mundo entero: la muerte de un presidente muy carismático aunque polémico. Es impactante ver a multitudes acompañando a su líder fallecido, haciendo largas colas para poder verlo, y llorando su desaparición. Es indudable que este líder marcó la vida de muchas personas en su país. Sin embargo una información reciente me dejó pensando algunos instantes, porque como si fuera una religión, los partidarios de este líder podrán llegar a verlo muchos años después de su muerte y rendirle tributo, puesto que será embalsamado luego de una decisión conjunta del gobierno y los familiares del desaparecido mandatario. La desaparición de ese gobernante ha dejado un enorme vacío entre sus partidarios, que no se resignan a no verlo, y quieren tenerlo por siempre, aunque muerto.
Asimismo, este líder sudamericano, no es el único gobernante muerto que será momificado, porque existe una lista de líderes modernos que han pasado por ese proceso, para conservarlos casi como en vida. Por ejemplo “el 23 de enero de 1924, dos días después de la muerte de Lenin, un prominente anatomista ruso se encargó de embalsamar su cuerpo, que desde esa época se exhibe en un edificio de la Plaza Roja de Moscú. El culto al líder ruso se expandió en 1953, cuando un Stalin disecado estuvo sentado al lado de su mentor. Sin embargo, no duró mucho ahí, pues ocho años después fue retirado y enterrado. A diferencia suya, el padre de la Revolución Rusa sigue incólume en su descanso final. Lo curioso es que ambos fueron embalsamados en contra de su voluntad, tal como ocurrió con el presidente de la República Democrática de Vietnam, Ho Chi Min, que falleció en 1969 en Hanói, a los 79 años. Ho Chi Min había muerto de tuberculosis y se suponía que lo más higiénico era incinerarlo, pero el gobierno ordenó embalsamarlo y colocarlo en un enrome mausoleo. Otro embalsamado contra su voluntad fue Mao Zedong, que murió en 1976 a los 82 años. En el sur de la eterna Plaza de Tiananmen, hay un edificio cubicular donde reposa el cuerpo del fundador de la República Popular China, precedida de esculturas de campesinos, soldados, obreros y estudiantes. Kim Jong Il fue el último de los líderes mundiales (antes de Chávez) en ser embalsamado fue Kim Jong Il. El ex mandatario de Corea del Norte fue expuesto al público en el primer aniversario de su muerte. Estaba en una urna de cristal con su característico uniforme caqui, lentes de sol y zapatos de plataforma. Finalmente, la única personalidad latinoamericana embalsamada fue Eva Perón, que falleció el 26 de julio de 1952 y fue honradas con las exequias más imponentes de la época”.[1]
La pregunta es: ¿qué lleva a las personas a conservar un cuerpo sin vida, visitarlo y rendirle tributo? He pensado en varias respuestas, pero lo seguro es que muchos no se resignan a perder a un ser que ellos consideran importante, que no pueden hacer nada frente a la muerte y que se conforman por lo menos con verlo. ¡Qué triste situación es no poder hacer nada frente al cuerpo sin vida de un ser querido! Miles de personas entran en pánico y locura frente al féretro de un ser apreciado, muchos darían todo por ver la sonrisa y escuchar una palabra de ese ser pálido de muerte, y hasta otros piden a gritos ser enterrados con sus amados porque no quieren separase de ellos.
Sin embargo, Job no esperaba inútilmente en un ser muerto, ni se conformaba con ver un cuerpo inerte, él confiaba en un Dios vivo y activo. Con voz segura afirma: “Yo sé que mi redentor vive, y que al final triunfará sobre la muerte”. Porque Dios, en la persona de Jesucristo, “murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado”, pero “resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”.[2] Nuestro Redentor está vivo, ninguna cruz puede sujetarlo, la muerte tan solo es una marca de amor que aseguró nuestra salvación. Jesús mismo afirma su autoridad y victoria sobre la muerte: “Yo soy el Primero y el Último, y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno”.[3] ¡Qué gran diferencia!, mientras algunos van en procesión detrás de seres muertos y buscan a toda costa alguna forma de no perderlos, nosotros vamos cantando jubilosos en busca de un Dios vivo y soberano, como una oveja va detrás de su pastor.
Job, tiene la certeza que verá al Salvador con sus propios ojos, y también sabe que el Redentor lo verá a él también. Este encuentro será cara a cara, abrazo tras abrazo, entre dos seres vivos, el Creador y su criatura. Con razón Juan expresa con emoción: “Luego miré, y oí la voz de muchos ángeles que estaban alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos. El número de ellos era millares de millares y millones de millones. Cantaban con todas sus fuerzas: ¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!”. Y recibe todo, porque fue sacrificado, venció, se levantó de la tumba y está listo para darnos la recompensa.
Mi amigo (a) nuestra fe está cimentada en un Ser Vivo, nuestro Redentor vive, venció la tumba y se ganó el derecho de recibir un Nombre por encima de todo nombre. No nos ha dejado solos, ni permite que vayamos en pos de seres sordos e inertes, más bien “en todas nuestras pruebas, tenemos un Ayudador que nunca nos falta. Él no nos deja solos para que luchemos con la tentación, batallemos contra el mal, y seamos finalmente aplastados por las cargas y tristezas. Aunque ahora esté oculto para los ojos mortales, el oído de la fe puede oír su voz que dice: No temas; yo estoy contigo. Yo soy «el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos».[4]
Los que viven sin esperanza, salen a buscar consuelo en mausoleos o altares donde yacen seres fríos e animados, sin embargo nosotros, confiamos en un Dios vivo, que responde cuando le invocamos y es dueño de la vida, por lo tanto aceptemos la vitalidad que quiere darnos y vivamos a plenitud, porque “Él no es Dios de muertos, sino de vivos”.[5]
Pr. Joe Saavedra
Desde la línea de batalla y un poquito antes del retorno de Cristo…
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