EL SÍNDROME DEL MUERTO
“La muerte se ha metido por nuestras ventanas, ha entrado en nuestros palacios; ha eliminado en las calles a los niños, y en las plazas a los jóvenes” (Jeremías 9.21, NVI).
Esto parece absurdo, pero es cierto, hay personas que caminan y respiran pero creen plenamente que están muertas, se sienten cómodas en los cementerios y hasta piden que los entierren. Como el caso de Martín, quien es tratado por el doctor Paul Broks, neuropsicólogo clínico, es decir, alguien que estudia la relación entre la mente, el cuerpo y la conducta. Veamos un fragmento de una conversación entre paciente y médico:
Médico (M): – ¡Buenos días Martin! ¿Cómo estás?
Paciente (P): – Igual, supongo: muerto.
M: – ¿Qué te hace pensar que estás muerto?
P: – Y a usted, doctor Broks, ¿qué le hace pensar que está vivo?
M: – Pues yo estoy muy seguro de que estoy vivo porque estoy sentado aquí contigo, estamos conversando, estoy respirando, puedo ver cosas… y parece que tú estás haciendo lo mismo, así que también estoy seguro de que estás vivo.
P: – No estoy sintiendo nada. Nada de esto es real.
M: – ¿Quieres decir que no te sientes igual que antes o te sientes un poco deprimido quizás?
P: – Nada de eso. No siento nada en absoluto. Mi cerebro se pudrió, no queda nada de mí: es hora de que me entierren.[1]
El mismo Dr. Broks, cuenta la experiencia de otro paciente llamado Graham, que fue tratado por una colega suyo llamado Adam Zeman, de la Universidad de Exeter, Inglaterra:
«Él había tratado de suicidarse metiendo un calentador eléctrico en la tina, pero no sufrió ningún efecto físico serio. Sin embargo, quedó convencido de que su cerebro ya no estaba vivo. Y cuando uno lo cuestionaba, daba una versión muy persuasiva de su experiencia. Decía que ya no necesitaba comer ni beber ni dormir. La mayoría de nosotros alguna vez nos sentimos terriblemente y lo expresamos diciendo ‘estoy muerto’. Cuando hablabas con Graham era como si lo hubiera invadido esa metáfora”.[2]
La manera en la que Graham describía su experiencia era tan intrigante que los neurólogos decidieron estudiarlo y observar cómo se estaba comportando su cerebro. Descubrieron que al igual que Martin, él padecía del síndrome de Cotard -también conocido como delirio de negación o delirio nihilista-, una enfermedad mental que lleva a la persona a creer que está muerta, que no existe, que se está descomponiendo o que ha perdido toda su sangre o sus órganos internos.
Esta enfermedad es una alteración mental aguda, que lleva a la persona a desestimar hasta la más básica intuición que posee un ser humano normal: Puede no estar seguro de nada más, pero al menos sabe que existe. Pero el que posee el síndrome de Cotard, ha perdido hasta ese sentido básico, piensa que está muerto y por lo tanto vive como un muerto, aunque suene paradójico.
De la misma forma, llega un momento en la vida espiritual de tanta apatía, de tanto relajo, de tanta vida oculta, que un cristiano puede sentirse muerto y acabado. Quizás pasen miles de cosas a su alrededor, pero no siente nada, no se percata de nada, nada lo hace reaccionar. En el libro de Efesios, el apóstol Pablo tiene una forma bien acertada de explicar el “síndrome de Cotard espiritual” que yo lo llamo el “síndrome del muerto”, que lleva a algunos de nosotros a sentirnos totalmente fríos espiritualmente, cómo muertos:
“En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia. En ese tiempo también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos. Como los demás, éramos por naturaleza objeto de la ira de Dios” (Efesios 2.1–3, NVI).
Con razón el profeta Jeremías, al percatarse que su pueblo era arrastrado por sus gobernantes que comenzaron a involucrarse íntimamente con el mundo, puesto que ellos “frecuentemente confiaron en negociaciones y acuerdos internacionales en lugar de en Dios”,[3] también comenta sobre este síndrome espiritual: “La muerte se ha metido por nuestras ventanas, ha entrado en nuestros palacios; ha eliminado en las calles a los niños, y en las plazas a los jóvenes”. Porque la muerte espiritual va llegando lenta pero eficazmente cuando empezamos a confiar más en los poderes terrenales antes que en la providencia Divina, y se hace más severa cuando nos envolvemos en la maraña de prácticas y vivencias contrarias a la voluntad de Dios.
Mi apreciado(a) compañero(a) de fe, ¿cómo está tu salud espiritual?, ¿te sientes fuerte, tienes ganas de practicar y vivir a plenitud las verdades que conoces? O por el contrario, ¿has perdido la sensibilidad espiritual?, ¿te da igual la forma en que vives y ofender a Dios no es materia de preocupación? Quizás estas padeciendo el síndrome del muerto, insensible, todo te da igual, pecar no es el problema, puede pasar todo a plena luz del día o en lo más íntimo de la recámara. Y hasta quizás después de una semana viviendo sin freno, o aparentando que todo va bien, te arreglas de la mejor manera, te colocas una corbata o un lindo vestido y entras al santuario del Señor a rendir honor a su santidad, y contigo no pasó nada, ni el mensaje, ni la alabanza te lleva a salir de ese lugar y arreglar tu vida con Dios, porque al empezar la nueva semana todo seguirá igual.
¿Qué piensas? Por mi parte, tengo tantas partes insensibles que necesito el toque de vida del Maestro.
Desde mi rincón de poder… un poquito antes del retorno de Jesús…
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[1]http://www.bbc.com/mundo/noticias-36673870
[2]Ibid
[3]Eduardo A. Hernández, Lockman Foundation, Biblia de estudio: LBLA. (La Habra, CA: Editorial Funacion, Casa Editoral para La Fundacion Biblica Lockman, 2003), Jr.