EL CUENTO DE LA MANZANA

“Por eso, dejando a un lado las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez. No volvamos a poner los fundamentos…” (Hebreos 6:1 NVI)

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La vida cristiana, desde que aceptamos a Cristo, es un continuo aprendizaje. Es un crecimiento paulatino y constante, entre tropezones y reacciones, entre caerse y levantarse, entre nutrirse y ejercitarse. Ese es el contexto de “madurez” del cual está hablando el autor del libro de Hebreos, no tiene nada que ver con “el cuento de la manzana”.

¿Cuento de la manzana?, es la pregunta que debes estar formulándote ahora, y que te voy a explicar en las siguientes líneas.

Hoy en día, los historiadores de la ciencia no creen en cuentos de «momentos eureka». La historia oficial -que no deja de ser un mito- atribuye el momento eureka a Arquímedes, quien supuestamente al entrar en una bañera completamente llena, dedujo que la cantidad de agua que se derramaba era proporcional al tamaño de la masa que entraba en ella.

La palabra griega εὕρηκα (héurēka) significa: “¡lo he descubierto!”. Por ello, actualmente el “momento eureka” o el “aha! moment”, como se le conoce también en inglés, se refiere a cuando se nos presenta la solución repentina a un problema o reto que no habíamos podido descifrar hasta entonces. Quizá esto funcione para un determinado problema casero o existencial, pero para la ciencia y la madurez cristiana, ese concepto no tiene opción.

Quizá el ejemplo de Newton y la manzana, para descubrir la teoría de la gravedad, finalmente me ayude a explicar todo lo que vengo escribiendo. Ese cuento (momento eureka), que pasó entre los años 1665 y 1666 seguramente lo has escuchado: Una tarde el científico y filósofo Isaac Newton reflexionaba bajo un frondoso árbol de manzanas y vio caer una de ellas bajo una fuerza misteriosa, y se preguntó si el poder de esta fuerza podría extenderse mucho más de lo que la mayoría de la gente pensaba. Así descubrió y desarrolló la teoría de la gravedad.

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Déjame decirte, que eso no sucedió así, a ti y a mí nos vendieron el cuento de la manzana. Muchos historiadores científicos, incluso para el biógrafo moderno de Newton, Richard Westfall, es absurdo imaginar que él simplemente tenía toda la teoría en su cabeza desde el momento en que cayó la manzana hasta que la puso en papel. Esa historia, para Westfall, convierte la gravitación en una mera idea brillante, y una sola idea, por brillante que sea, no puede revolucionar la ciencia.

Ahora se sabe que, después de 1665, Newton pasó años de lucha y confusión antes de finalmente entender cómo funcionaba la gravedad. Por lo tanto, la idea de que la ciencia progresa a través de cegadores destellos de visión ha sido reemplazada principalmente por una versión más sobria en la que el conocimiento llega lentamente, a través de trabajo duro, pistas falsas e ideas fallidas.

Mi apreciado(a) amigo(a) cristiano(a), lo mismo sucede con la madurez espiritual o lo que se conoce como “santificación”. No llegamos a ser maduros espirituales con algo parecido al cuento de la manzana. No es que hoy conoces a Cristo, aceptas seguirlo y todo se transforma en un camino de rosas y bendiciones constantes. Si alguien te contó el cuento de que, si “te arrodillas una vez, lees un par de textos de la Biblia y lloras arrepentido, entregándole tu vida a Jesús”, todo se arregla como por arte de magia, te pintó un evangelio falso. Para conservarse fiel a Dios, no basta un momento eureka.

Con razón Jesús nos confirma que la victoria contra nuestras tendencias hacia el mal no es por una casualidad, porque el cuerpo es débil y está listo para caer. Por el contrario, la victoria se consigue con perseverancia y constancia: “Estén alerta y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil”.[1]

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Lo mismo el apóstol Pablo, cuando habla de los victoriosos seguidores de Jesús, no contempla un momento casual o momento eureka, sino de lucha y perseverancia: “Así mismo, el atleta no recibe la corona de vencedor si no compite según el reglamento”.[2] Puesto que ganar una carrera requiere mucho esfuerzo, sudor, cansancio y caídas. Quizá un momento eureka sea valedero en la experiencia cristiana, como una acción de arranque, como una bujía que da la chispa para que arranque el motor. O como un destello de luz que te haga ver que estás en la oscuridad y te haga reaccionar. Pero si deseas toda la luz debes ir por él y pagar este precio para obtenerla:

“Por tanto, también nosotros… despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo”.[3]

¿Qué piensas… qué decides?///////////////.

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[1]Mateo 26:41 NVI

[2]2 Timoteo 2:5 NVI

[3]Hebreos 12:1-3 NVI

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