EL BUEN PASTOR
“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Juan 10:11 NVI)
Una de las comparaciones más acertadas que se aplica a Jesús es la de pastor. Para entender la dimensión de esta comparación, es necesario ubicarnos en el contexto del apóstol Juan y entender quién era un pastor y que hacía. Un pastor es el “que atiende a un rebaño de ovejas o de cabras. Se practica desde tiempos antiquísimos… (Gn. 4:2, 30:36). Era éste un oficio muy duro, que exigía mucha dedicación. El pastor disfrutaba de pocas comodidades, pues tenía que dirigir su rebaño desde temprano en la mañana… Para ello iba “delante de ellas”… Esta labor duraba todo el día, al final del cual traía el rebaño de nuevo a un lugar seguro, el redil, que podía consistir en un cerco con palos, piedras o espinas, y se ponía al rebaño dentro. O se aprovechaba alguna desigualdad del terreno, o una cueva. Contaba sus ovejas una a una, usando para ello su vara y luego tenía que velar para defenderlas de los posibles ataques de fieras como lobos, leones, leopardos, osos, etcétera… Generalmente, el pastor se apoyaba en una vara, que le servía como defensa en caso de ataque de fieras… Llevaba consigo una bolsa o zurrón, en la cual guardaba algunos alimentos para las largas jornadas de pastoreo… una honda, que era otro de los implementos usuales en el oficio de pastor…”.[1] En palabras sencillas, el oficio de pastor requería un cuidado abnegado por las ovejas. Con razón el discípulo amado pudo resumir todo esto en las palabras de Jesús: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas”. Porque ser pastor requería un sacrificio total, inclusive por encima de la satisfacción personal.
El aspecto que implicaba proveer, proteger y cuidar por el rebaño débil contribuyó al uso figurativo de “pastor” para los gobernantes del pueblo en el Cercano Oriente antiguo. En las Escrituras este uso figurativo se aplica a Dios, en dos sentidos principales: (1) su ilimitada soberanía sobre su pueblo considerado su rebaño; y (2) su tierno y extensivo cuidado de ellos.[2] Entonces, al traspasar el liderazgo a los dirigentes de su pueblo en la tierra, la metáfora del pastoreo también se aplica a ellos. El profeta Jeremías expresa ese deseo: “Les daré pastores que cumplan mi voluntad, para que los guíen con sabiduría y entendimiento”.[3] Quiere decir, que el llamado que hace la iglesia de Dios para constituirse en un pastor, es un encargo divino. Además, constituirse en pastor, resalta dos aspectos ineludibles. Primero, ser pastor es un privilegio porque Jesús lo fue, y lo reemplazamos, hasta su retorno; segundo, es un sacrificio abnegado, porque Jesús pedirá cuentas de sus ovejas. Una escritora cristiana comenta sobre esto: “Un verdadero pastor conoce a las ovejas más necesitadas, las lastimadas, perniquebradas y débiles; se compadece de ellas y las ayuda. ‘Como pastor apacentará su rebaño'».[4]
Mientras escribía esta reflexión, he tenido pausas más largas de lo habitual, por segundos me he perdido en mis pensamientos y recuerdos, porque por la gracia de Dios soy un pastor. He reflexionado en el privilegio que el cielo me concede, aun cuando no lo merezca. No he dejado de reconocer que es una tarea delicada, con consecuencias eternas, de la cual el Señor me pedirá cuentas. Asimismo, no puedo negar que es una tarea ardua, que requiere sacrificios extremos, y situaciones que no se comprenden. Quizás, pueda escribir muchas cosas más de los sentimientos de un pastor, pero sé que solamente otro pastor entendería todo lo que pretenda explicar. Pero, solo puedo decir con seguridad, que si eres pastor, como yo, goza de ese privilegio y haz todo para agradar a aquel que te llamó.
Apreciado colega pastor, donde te encuentres, en tu oficina, en tu sala de poder, en el púlpito, dirigiendo una junta, sosteniendo la mano de un enfermo, secando las lágrimas de tu hijo, consolando a tu esposa, callando frente a las ofensas, orando de madrugada, abriendo la Biblia frente a un incrédulo, escribiendo tus sermones, planchando tu camisa blanca, bautizando en el río, tocando una puerta, pateando una pelota con tus jóvenes, organizando una campaña, enseñando a los líderes, llorando en silencio, gozando por los milagros… Felicidades en el día del pastor… ahora, ¡detente un momento, desata la corbata, respira hondo, mira al cielo y agradece el llamado que Dios te hizo!, porque estoy seguro que “Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes, de manera que siempre, en toda circunstancia, tengan todo lo necesario, y toda buena obra abunde en ustedes”.[5]
¡A mis amigos!, si conoces a un pastor, en una de tus oraciones acuérdate de él, pide por su familia, y ruega que el Señor los guarde de todo mal.
Pr. Joe Saavedra
Desde la línea de batalla y un poquito antes del retorno de Cristo…
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