EL ANCLA EN LA ETERNIDAD

“Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario” (Hechos 6:19 NVI)

Manuel Adrián Arriaga Navarro (1948 – 2022)

A Manuel lo conocí cuando era un niño. A mi memoria viene el sonido de su moto Honda CB 750 que alborotaba el barrio cuando llegaba a mi casa y que yo solía admirar, soñando con ser grande y tener una así.

Mi primer contacto con él fue cuando una tía que vivía en casa, lo presentó a la familia como el futuro tío. Su sonrisa franca y su agradable elocuencia despertaron en mis cortos años el sentido de querer ser simpático y elocuente. Más aun, cuando en alguna salida al mar, él no pudo esconder un tremendo ancla que llevaba tatuado en el hombro, que le recordaba su vida pasada por las costas del sur del Perú, donde nació el primer día del año 1948. Una vida pasada de retos y esfuerzos por ir tras sueños, llena de mundo, pero vacía del Salvador que da esperanza.

Pero el Creador tenía un plan para él, y en sus años mozos, lo encontró, lo llamó y el tío Manuel aceptó seguirlo. No obstante, cada vez que él miraba el ancla en su hombro, quería borrárselo, porque le recordaba una vida sin fe . No sé si el ancla lo acompañó toda la vida, o quizá ya con el tiempo logró borrarlo, pero ese ancla sigue tatuado en mi mente, y me hace recordar a mi niñez y las personas que fueron marcando mi camino.

Marlith y Manuel

Con seguridad ese ancla ha sujetado mi vida y mi fe hasta hoy, porque cada vez que pienso donde empezó mi llamado, lo primero que viene a mis pensamientos es el ancla impregnado en el hombro de mi tío, que me hace recordar que hay uno que nos da esperanza sobre el dolor, las lágrimas y las pérdidas.

Todo lo que nos hace llorar y doler, tendrán un fin, porque la promesa que Dios le hizo Abraham y lo tatuó en su mente ahora nos alcanza soberana: ¡el mal, el pecado y la muerte como fieras tempestades no nos arrastrarán ni vencerán!, y esta esperanza actúa como “segura y firme ancla” para el creyente. La esperanza cumple las mismas funciones que el ancla de un barco, que, en tiempos de prueba, dificultad y presión, evita que éste zozobre. Si la vida presente es el mar, y nuestra vida el barco, la esperanza es el ancla y el Señor Jesús la roca firme del anclaje para que no naufraguemos. Un extremo del cable está en el barco, el otro está en sujeto en aquel anclaje celestial provisto, que está por encima de las tormentas de la vida.

Sin duda Manuel también se agarró de ese ancla y tuvo una vida victoriosa, no exenta de pruebas duras, que le hacían sujetarse con más fervor de él. No solo se sujetaba de su ancla, sino enseñó a otros a agarrarse también. No es raro que varias personas, que ahora están viendo en directo como dejan por breve tiempo su cuerpo en el cementerio, comenten: “Gracias Manuelito, por enseñarme a sujetarme del ancla”.

Cada vez que alguien me dice: «gracias por mostrarme el camino de fe», me acuerdo del ancla y de mi tío. Me gustaría en la eternidad, que tú y yo nos encontremos con las personas a las cuales les enseñamos del ancla salvador.

Mi apreciado compañero(a) de fe: Hay algunas palabras que no pude decirle a Manuel, mi humanidad, la distancia, lo intempestivo de la muerte, no me lo permitieron y me duele mucho. Pero ese ancla vuelve a mi mente, y me devuelve la esperanza que muy pronto, frente al mar de vidrio, donde las anclas serán simplemente el recuerdo de las tempestades de la vida, abrazaré a mi tío y a las personas que marcaron el recorrido de mi existencia, pero que no pude despedirme. Después del abrazo les diré: “Gracias, perdón por mis debilidades y lo logramos con el ancla”.

Quiero llegar al cielo, quiero ver de nuevo el ancla, no sé si en el hombro restaurado de mi tío, pero de seguro lo veré en las manos marcadas de Jesucristo. ¿Qué piensas?… ¿qué decides?//////////.

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