CONSECUENCIAS (jueves 25 de agosto de 2011)
“No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra. El que siembra para agradar a su naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza cosechará destrucción; el que siembra para agradar al Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna” (Gálatas 6:7,8)[1]
Tenemos que hacer una diferencia entre la condición pecaminosa del ser humano y los frutos de ese estado. La Biblia, por un lado, presenta la condición en el cual un ser humano nace, y esto es una vida degradada y con tendencia a hacer las cosas mal: “Yo sé que soy malo de nacimiento; pecador me concibió mi madre”;[2] por otro lado, esa condición de pecado lleva al hombre a realizar actos malos o lo que se conoce como obras de la naturaleza pecaminosa o frutos del pecado: “Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas”.[3] Con esta aclaración, entonces podemos entender que la condición de pecado inevitablemente acabará con la muerte, pero gracias al plan redentor ese destino puede cambiar con el retorno de Jesús, si lo aceptamos como Salvador. Sin embargo, hacemos más difícil la reconciliación con Dios cuando vivimos produciendo frutos del pecado.
Entonces, la muerte es el final del hombre nacido en pecado y los frutos de éste reafirman nuestro destino fatal. Dios en su segunda venida destruirá hasta el más minúsculo rastro de pecado, nada quedará impune, porque de Dios, afirma Pablo, nadie se burla. Y cosechamos lo que sembramos. Y la cosecha se manifiesta en una penosa separación de Dios (Isaías 59:2 NVI), en una vida de trabajo duro y dolor (Génesis 3:16-19 NVI), en enfermedad física (Salmos 32:3; 38:3 NVI), en falta de paz (Isaías 48:22 NVI), en exclusión segura del reino de Dios (1 Corintios 6:9,10 NVI) y otras consecuencias que hacen más desdichada la existencia del hombre (Proverbios 13:21; 1 Pedro 2:11 NVI).
Mi amigo(a), el dar rienda suelta a los pedidos de la naturaleza pecaminosa conlleva a una vida de felicidad pasajera, constante dolor y rechazo de uno mismo; no obstante sembrar para agradar al espíritu, esto es, reconciliarnos con Dios, escuchar su voz y hacer su voluntad, nos prepara para una transformación futura y una vida de esperanza para todos los días.
La guerra contra el mal no ha terminado todavía, quedan muchas batallas por enfrentar, hagámoslo de la mano del General, y comprobemos que nuestro destino final puede acabar en el cielo.
Pr. Joe Saavedra
Desde mi rincón de poder y un poquito antes del retorno de Cristo…
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