CONFESIÓN (viernes 27 de enero de 2012)
“Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón” (Proverbios 28:13 NVI).
El reavivamiento y reforma es posible en una vida guiada por el deseo y la convicción, pero estos atributos son dones brindados por el Espíritu, y no son enviados a menos que nos experimentemos “arrepentimiento”.
La prueba genuina de la experiencia del verdadero arrepentimiento estriba en la confesión sincera de los pecados. Asimismo, la confesión de pecados tiene como consecuencia directa la paz interior, la tranquilidad de vivir a cuentas con Dios. “Los que no se han humillado de corazón delante de Dios reconociendo su culpa, no han cumplido todavía la primera condición de la aceptación. Si no hemos experimentado ese arrepentimiento, del cual nadie se arrepiente, y no hemos confesado nuestros pecados con verdadera humillación de alma y quebrantamiento de espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, nunca hemos encontrado la paz de Dios”.[1]
El Diccionario Bíblico Adventista dice que “confesión” un reconocimiento de fe en Dios y en su superioridad y autoridad, o una admisión de pecado. Elena de White añade que: “La verdadera confesión es siempre de un carácter específico y declara pecados particulares. Pueden ser de tal naturaleza que solamente pueden presentarse delante de Dios. Pueden ser males que deben confesarse individualmente a los que hayan sufrido daño por ellos; pueden ser de un carácter público y, en ese caso, deberán confesarse públicamente. Toda confesión debe hacerse definida y al punto, reconociendo los mismos pecados de que seáis culpables”.[2]
Una vida reformada y reavivada pasa por la experiencia del arrepentimiento y la confesión sincera, cuyo fruto es una vida que dejó a un lado las obras de pecado. “Dios no acepta la
confesión sin sincero arrepentimiento y reforma. Debe haber un cambio decidido en la vida; toda cosa que sea ofensiva a Dios debe dejarse. Esto será el resultado de una verdadera tristeza por el pecado”.[3]
Mi amigo (a), Dios no desea complicadas ceremonias o actos heroicos para entregarte paz interior y una vida trasformada, sino el paso sencillo de confesar muestras faltas y seguir en dirección opuesta a ellas. Hoy, que nuestra súplica sea por el don de la confesión y del arrepentimiento genuino. “El corazón humilde y quebrantado, enternecido por el arrepentimiento genuino, apreciará algo del amor de Dios y del costo del Calvario; y como el hijo se confiesa a un padre amoroso, así presentará el que esté verdaderamente arrepentido todos sus pecados delante de Dios”.[4] ¡Qué la paz sea con todos nosotros!
Pr. Joe Saavedra
Desde la línea de batalla y un poquito antes del retorno de Cristo…
Ubícame en mi página web: www.poder1844.org