Existe un pasaje en la Biblia que resulta inquietante y quizá hasta perturbador: “Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5:48).[1] En cierta ocasión un sincero creyente me dijo: “Lo veo como un objetivo muy alto muy difícil de alcanzar”. Otras reflexiones honestas que surgen al leer ese versículo son: «¿Podré alcanzar la perfección de Dios?» «¿Será que puedo llegar a ser perfecto?»
La buena noticia es que, una cuidadosa observación del contexto de ese versículo y un acertado análisis de la palabra original que se traduce como “perfecto”, puede develarnos una verdad esperanzadora y concluir que un cristiano puede alcanzar la perfección.
“Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, junto con los obispos y diáconos:…” (Filipenses 1:1 NVI[1])
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Una presentación es importante en una buena comunicación. Desde un embajador que debe presentar sus credenciales de la nación que representa o un académico sus grados en una cátedra hasta un simple primer contacto entre dos personas que solamente mencionan sus nombres, presentarse nos da la información más importante que necesitamos saber acerca de la persona para un contexto particular. Asimismo, en una presentación se muestra la información más relevante que la persona necesita saber, basados en el contexto.
Pablo sabía del impacto de una presentación y normalmente en sus cartas lo hacía visualizando una lección importante que no debía ser ignorada. Por ejemplo, en el libro de Gálatas, se presenta como “apóstol, no por investidura ni mediación humanas, sino por Jesucristo y por Dios Padre, que lo levantó de entre los muertos”.[2] En la carta de Filemón, la credencial que Pablo elige es “prisionero de Cristo Jesús”.[3] Y en las cartas a los Tesalonicenses Pablo se presenta solamente con su nombre.
En el libro de Filipenses ¿cómo se presenta Pablo y que había detrás de esa presentación?
El versículo que encabeza esta reflexión delata que Pablo se presenta como “siervo” de Jesús. La palabra original griega es doulos, una de las palabras favoritas del apóstol y que la emplea en sus epístolas una treintena de veces, que se puede traducir también como esclavo.[4] Y escoge esa presentación porque se adapta mejor a los objetivos que tenía en mente, puesto que la obediencia, la humildad y la sumisión en la vida de un esclavo o un siervo, son relevantes también para un creyente que acepta la voluntad soberana de Dios y cumple voluntariamente la tarea de compartir el evangelio.
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El contexto de la Carta a los Filipenses es una prueba de lo que estoy mencionando porque Pablo ha “aceptado gustosamente sus circunstancias (la prisión). Las ve como dispuestas por Dios para el progreso del evangelio, y exhorta a los filipenses a adoptar esa misma perspectiva. Lejos de ser víctima, Pablo se alegra y seguirá alegrándose de sus circunstancias”.[5] Leamos:
“Es justo que yo piense así de todos ustedes porque los llevo en el corazón; pues, ya sea que me encuentre preso o defendiendo y confirmando el evangelio, todos ustedes participan conmigo de la gracia que Dios me ha dado. Dios es testigo de cuánto los quiero a todos con el entrañable amor de Cristo Jesús.[6]
Pablo no se está quejando de las circunstancias difíciles y “calientes” que le toca vivir por ser un seguidor de Jesús, más bien resalta su compromiso con la misión evangelística y el amor de Jesús que lo lleva amar y apoyar a sus compañeros que aceptan ser siervos como él.
Mi apreciado(a) compañero(a) de fe, ser un siervo de Dios no es una exclusividad de Pablo ni de ningún apóstol, sino tú y yo podemos serlo. Por un lado, tu experiencia y la mía van por la misma ruta, en algún momento nuestro orgullo ha sido quebrado por las consecuencias de nuestras malas decisiones, y hemos comprendido que es mejor someternos a la voluntad del Señor y renunciar a nuestros propios «derechos» de hacer lo que a nosotros nos parece, porque Dios sabe lo que es mejor.
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Por otro lado, Pablo mismo nos menciona que fuimos “comprados por un precio. Por tanto, glorifiquen con su cuerpo a Dios”,[7] entonces le pertenecemos y estamos “obligados” a servirle por amor, y aunque parezca contradictorio, no lo es, porque si alguien paga una deuda nuestra aun sabiendo que no podremos devolverle el pago, esa acción nos “obliga” a reconocer y hacer todo para agradar al que tuvo semejante acción de amor.
Esto me recuerda una historia que sucedió en la época en que en América se compraban y se vendían esclavos africanos. Uno de esos, alto y musculoso, en cuyo rostro se dibujaba nobleza de carácter y la ira de su condición, despertó el interés de un hombre inglés que deseaba comprarlo.
—Si usted me compra —le dijo el esclavo al inglés que estaba arreglando el precio con su dueño—, ¡yo nunca le serviré!
El inglés miró al joven un buen rato, pero no respondió nada. Entró en la oficina del comerciante, pagó el precio por el esclavo, y salió con un documento en la mano.
—Lee esto —le dijo el inglés al determinado esclavo.
El joven leyó el documento, y no podía creer lo que leía. Allí estaba legalizada su libertad. En aquel documento constaba que el precio total de su libertad había sido pagado y que él ahora era dueño de sí mismo y podía hacer de su vida lo que quisiera.
Al joven “ex esclavo” le rodaron las lágrimas y, deponiendo toda actitud agresiva y con voz tierna y humilde, dijo: —Señor, no sólo seré su servidor, sino que si llega a ser necesario, daré la vida por usted—.
[1] Todos los textos bíblicos citados en las meditaciones de Joe Saavedra pertenecen a la Nueva Versión Internacional (NVI) a menos que se indique otra.
[4] Henry George Liddell et al., A Greek-English lexicon (Oxford: Clarendon Press, 1996), 447.
[5] Steven E. Runge, Comentario de Alta Definición: Filipenses, ed. John D. Barry, trans. Adriana Powell y Guillermo D. Powell (Bellingham, WA: Software Bíblico Logos, 2011), Flp 1:1–11.
«Con el poder del Espíritu Santo que vive en nosotros, cuida la preciosa enseñanza que se te ha confiado» (2 Timoteo 1.14)
Esta exhortación del apóstol Pablo a Timoteo ya la había realizado en su primera carta. Al término de una extensa epístola repleta de instrucciones referidas a la vida y el ministerio de su joven discípulo, se despide con estas palabras de advertencia: «Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado» (1 Ti 6.20). Resulta provechoso para nosotros reflexionar sobre el problema que buscaba evitar el apóstol con este pedido.
Es una ley tan real como la que gobierna la gravedad, que el paso del tiempo expone todo lo que existe a un inevitable proceso de deterioro. Podríamos especular acerca de las razones por las cuales esto es así, aunque no nos ayudaría a resolver el problema. Seguramente estar insertados en un mundo caído que está bajo juicio tiene una directa relación con este proceso. El hecho es que el paso del tiempo trae desgaste. Nuestro cuerpo va perdiendo su movilidad y agilidad. La casa en que vivimos muestra las indudables señales del paso del tiempo. Sus paredes se descascaran. El techo comienza a gotear. Los caños de agua se van obstruyendo. Del mismo modo ocurre con cualquiera de las otras cosas que son parte de nuestro entorno cotidiano: el televisor, la radio, el carro o la computadora.
El mundo espiritual no está exento de este proceso. Note, por ejemplo, el deterioro que señala el profeta Isaías en este pasaje: «¿Cómo te has convertido en ramera, tú, la ciudad fiel? Llena estuvo de justicia, en ella habitó la equidad, ¡pero ahora la habitan los homicidas! Tu plata se ha convertido en escorias, tu vino está mezclado con agua» (Is 1.21–22). Lo que en algún momento fue glorioso puede, con el pasar del tiempo, convertirse en algo triste y sin vida. No hace falta más que observar el edificio de cualquier iglesia o institución con más de cien años de existencia. En otro tiempo estaba lleno de una vida vibrante y contagiosa. Hoy, es una reliquia en la cual quedan apenas unos tenaces sobrevivientes.
Evidentemente Pablo estaba preocupado por el efecto de este proceso en la vida de Timoteo. Al animarle a «guardar» lo que tenía, estaba señalando que eso mismo podía echarse a perder. No mantendría siempre el mismo estado vigoroso y pujante que tenía en el presente. De no cuidarlo, lentamente iría perdiendo su fuerza y se convertiría en algo insignificante.
El principio espiritual al cual apunta esta exhortación es que la gloria de ayer no da vida para el presente. No importa cuán extraordinarios hayan sido las vivencias del pasado, el único camino que mantiene intacta la manifestación de la vida es estar relacionado con la fuente misma. Para «guardar» lo que hemos recibido, necesitamos cada día renovar nuestra relación y compromiso con el Señor. Y mucho más quienes estamos sirviendo como pastores y obreros, porque el desgaste del «buen depósito» que hemos recibido es intenso. ¿Será esta la razón por la cual Cristo, en los días de su carne, procuraba apartarse a lugares solitarios para estar con el Padre?
Para pensar: ¿Cuáles son las señales de desgaste en su propia vida? ¿Qué actividades necesita realizar para renovarse? ¿Cómo puede evitar el avance del deterioro?
Christopher Shaw, Alza tus ojos (San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional, 2005).
“El ánimo del hombre puede sostener al enfermo, ¿pero quién puede levantar al abatido?” (Proverbios 18:14 NBV)[1]
El paiche o Arapaima gigas[2] es uno de los peces de agua dulce más grandes del mundo, alcanza hasta 4 metros de longitud y pesa 200 kg o más. Los ríos de la Amazonía peruana lo albergan, siendo oriundo y parte natural del ecosistema de esa zona. Los pescadores son beneficiados por la demanda que hay de su carne en los mercados peruanos. Sin embargo, se cree que el escape de unos ejemplares de una piscifactoría hizo que llegaran a los ríos de Bolivia, alterando peligrosamente el ecosistema de la Amazonía boliviana.
Se estima que cada año el paiche avanza unos 40 kilómetros en los ríos bolivianos, que por su tamaño y apetito lo convierten en una seria amenaza para las poblaciones de peces nativos. Al ser un pez territorial, se apodera de un cuerpo de agua y ahuyenta a las especies nativas. Ese es uno de los problemas graves. Las otras especies huyen del depredador y se adentran en otros cuerpos de agua mucho más lejanos, más remotos y de difícil acceso.
Se sabe que en todo el mundo la mayoría de las especies invasoras son perjudiciales para la naturaleza. Esas especies se consideran la segunda causa más importante de pérdida de biodiversidad después de la destrucción de hábitat. Los investigadores bolivianos sostienen que, en una o dos décadas, el paiche se va a extender a todas las áreas potenciales donde esta especie pueda vivir.
Así como ese gran pez puede ser capaz de arruinar y desequilibrar un ecosistema, el ser humano puede terminar en la ruina y con una vida desequilibrada, si no doblega y aleja el desánimo, que cómo un paiche voraz y agresivo puede alterar su presente y perturbar su futuro.
Ánimo versus desánimo
Para definir el término desánimo, el verso bíblico que encabeza esta reflexión, es propicio para ese fin: “El ánimo del hombre…”. La palabra original hebrea para “ánimo” es rûah, y tiene una gama amplia de significados,[3] pero en síntesis puede referirse al (1) viento, brisa, aire en movimiento, (2) aliento, respiración, soplo, (3) hálito de vida, espíritu como factor vital de todas las criaturas que respiran.[4] Sin embargo, el sentido básico de esa palabra te lleva al inicio mismo de la vida humana que narra Génesis 2: 7.[5] Dios “animó” al inerte cuerpo de barro del hombre con el “soplo de vida”, ese hálito de vitalidad, como una chispa de energía, puso en funcionamiento el insensible trozo muerto de barro. Le dio al cuerpo de barro un “corazón y espíritu”, convirtiéndolo en un ser vivo, integral y dinámico.
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Entonces, ánimo en el contexto anterior, apunta al “corazón y espíritu”,[6] es decir, es el funcionamiento sincrónico y equilibrado del aprendizaje de la vida diaria con las emociones y reacciones naturales frente a acontecimientos diarios, que hacen del ser humano, un ente dichoso que vive en paz. Asimismo, es la energía que mantiene vivo y en acción al hombre, es la fuerza y resiliencia para enfrentar óptimamente el peso de las dificultades que son opciones válidas en la experiencia humana. Es la “cualidad de poder actuar con valentía ante la oposición o bajo grandes dificultades; estar preparado para hacer cosas peligrosas o arriesgadas”.[7]
Pocas cosas ayudan a una persona como el ánimo. George M. Adams lo llamó “el oxígeno del alma”. El poeta y filósofo alemán Johann Wolfgang von Goethe escribió: “La corrección alcanza mucho, pero el ánimo después de la censura es el sol tras una llovizna”. Y William A. Ward reveló sus sentimientos al decir: “Adúleme, y es posible que no le crea. Critíqueme, y quizás no me caiga bien. Ignóreme, y a lo mejor no lo perdone. Anímeme, y no lo olvidaré”.[8]
Por eso, el desánimo, como un paiche, puede arrasar e invadir ferozmente el ecosistema equilibrado de una vida. En definitiva, el desánimo es lo contrario al ánimo, es la “energía de vida” que abandona el cuerpo, dejándolo en su estado primario: inerte, frío y cadavérico. Allí ese ser humano solo existe, no vive, es como un muerto que camina, no le avisaron de su deceso, y solo falta que lo entierren. Como decía el poeta Manuel González Prada: “Para verme con los muertos ya no voy al campo santo, busco plazas, no desiertos, para verme con los muertos. ¡Corazones hay tan yertos! ¡Almas hay que hieden tanto!…”
Sin embargo, el desánimo se puede entender mejor a través de ciertas características tanto físicas, mentales y espirituales: cansancio prolongado que no se recupera en las horas normales de sueño, apatía, descuido personal, vida desordenada y sin metas claras, sentido de infelicidad que surge de la pérdida de confianza en las propias habilidades, oscurecimiento de la visión y olvido de la misión, abandono del entusiasmo, desvalorizar las bendiciones materiales y espirituales que antes se disfrutaban, pocas ganas de orar, el estudio de la Biblia deja de ser prioritario y desgano cuando se trata de actividades de la iglesia.
Un ejemplo de una vida desanimada es el rey David, cuando en cierto momento de su vida, “el paiche” invadió su frágil ecosistema vivencial y arrasó con su paz y esperanza: “Y le digo a Dios, a mi Roca: ¿Por qué me has olvidado? ¿Por qué debo andar de luto y oprimido por el enemigo? Mortal agonía me penetra hasta los huesos…” (Salmos 42:9–10).
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Expulsando “al paiche”
Una vida animada, debe ser tu principal deseo para empezar y enfrentar un nuevo año, porque un muerto no puede hacer nada. En la experiencia de David, que pasó por el valle del desánimo, podemos descubrir la llave que abre el remedio para ese estado. El capítulo 42 y 43 de Salmos una pregunta es recurrente en el contexto de una vida desanimada: ¿por qué? Esto nos dice, que la expulsión del desánimo empieza en descubrir sus causas. ¿De qué color y tamaño es mi “paiche”? ¿por qué estoy así?, ¿cuándo fue el momento que empecé a perder la energía? ¿tiene que ver con alguna experiencia o práctica? ¿tiene relación a algún sueño u objetivo personal? ¿cómo está mi relación con Dios? ¿estoy caminando bajo sus principios?
No te sorprenda que, si en las primeras horas del nuevo año te retiras a un lugar solitario, donde a solas con Dios puedes sincerarte y evaluar los 365 días que se fueron, descubrirás las causas de tu desánimo, entonces cobrará sentido el antídoto o remedio que necesitas. Y éste se basa en tres acciones que son reveladas en los dos capítulos mencionados:
Piensa y ora: El desánimo es real, tienes derecho a sentirte débil y sin vida, porque eres un ser de carne y hueso. Pero el hecho que sea palpable no es, en última instancia, invencible para aquel cuya esperanza esté puesta en Dios. En las Escrituras, la esperanza no es como pensar: “Ojalá…” Es más bien confianza basada en las promesas de Dios; es la certeza de que llegaremos a experimentar bendiciones que aún no experimentamos. Esa certeza está basada en el hecho de que Él es “Salvador y Dios” (42:11)
Retorna a la luz de Las Escrituras: Una vida desanimada, es una experiencia en oscuridad, como un túnel donde no se ve la luz de la salida. David, aun en medio de la penumbra del desánimo, es guardado de ser sobrecogido, y lo que le guarda es el conocimiento de Dios que ha recibido en el pasado a través de su Palabra. Aun cuando estaba en el punto más bajo, conocía a Dios como Salvador, Dios vivo, su Roca, y su Fortaleza. Con razón busca y pide: “Envía tu luz y tu verdad; que ellas me guíen a tu monte santo, que me lleven al lugar donde tú habitas” (43:3) Y esa luz es La Palabra de Dios (119:105)
Vuelve a ver: Vuelve a enfocar su vista. Mira dentro de ti mismo; mira a tu alrededor y atrévete a mirar hacia el futuro. Pero no permitas que sea el desánimo el que direccione tu mirada, porque solo mirarás hacia dentro, hacia abajo y hacia atrás. En cambio, cuando la Palabra de Dios enfoca tu mirada, lo harás hacia arriba, hacia fuera e ineludiblemente hacia adelante. El desánimo desfigura el verdadero futuro que Dios tiene planificado para ti, y te priva de las bendiciones que llevan tu nombre y apellido. En el mejor de los casos, el desánimo sólo te permite vislumbrar el futuro a la luz pálida del presente. Pero la Palabra de Dios nos anima a mirar el presente a la luz brillante del futuro. Por eso David, al tomar el antídoto para el desaliento, exclama seguro: “Llegaré entonces al altar de Dios, del Dios de mi alegría y mi deleite, y allí, oh Dios, mi Dios, te alabaré al son del arpa” (Salmos 43:4)
2024
Puede ser hasta normal, que después de un año de pruebas, retos, tropiezos y conquistas, nos quedemos sin energía, sin vida, inertes y secos, desanimados. En ese estado, el desánimo arrasará con tus sueños, con la esperanza y la fe. Con razón el hijo de David, Salomón, asegura que una vida con ánimo trae sanidad en todos los aspectos de la existencia.
Mi compañero(a) de fe, empecemos un nuevo año con ánimo, recarga tu vida con la vitalidad de un reencuentro con Dios, a solas. Allí, en ese rincón silencioso de tu casa o en algún paraje calmado y solitario escucharás con total claridad: “¡Ten ánimo; Yo Soy, no temas!”.[9] ¿Qué piensas? ¿qué decides?////////////.
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[1]NBV (Nueva Biblia Viva). Aunque todos los textos bíblicos de este artículo se basan en la Nueva Versión Internacional (NVI), a menos que indique otra.
[3]Moisés Chávez, Diccionario de hebreo bı́blico (El Paso, Tx: Editorial Mundo Hispano, 1992), 638.
[4]J. A. McGuire-Moushon, «Divine Beings», ed. Douglas Mangum et al., Lexham Theological Wordbook, Lexham Bible Reference Series (Bellingham, WA: Lexham Press, 2014).
[5]Roland J. Lowther, «Spirit», ed. Douglas Mangum et al., Lexham Theological Wordbook, Lexham Bible Reference Series (Bellingham, WA: Lexham Press, 2014).
[6]R. Colin Craston, «ALIENTO (ÁNIMO)», ed. Everett F. Harrison, Geoffrey W. Bromiley, y Carl F. H. Henry, Diccionario de Teología (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2006), 22.
[7]M. H. Manser, Diccionario de temas bíblicos, ed. Guillermo Powell (Bellingham, WA: Software Bíblico Logos, 2012).
[8]John C. Maxwell, Seamos Personas de Influencia (Thomas Nelson, Inc., 1998), 62–63.