“… cuando un hombre haga un voto al SEÑOR, o bajo juramento haga un compromiso, no deberá faltar a su palabra sino que cumplirá con todo lo prometido” (Números 30:2 NVI)
“Ya te llamo”, “por la tarde te busco”, “uno de estos días jugamos”, “mañana salimos”, son algunas frases comunes que los adultos las pronuncian cuando quieren sacarse rápidamente un compromiso, y lo hacen especialmente con los niños. Lo curioso de esto es que muchas veces las pronuncian sin pensar, y muy pocas veces se cumplen, porque esa llamada no se hace, esa visita no se concreta, ese juego no llega y esa salida prometida no se realiza.
Algunas veces algunos amigos les han hecho algunas promesas rápidas a mis pequeños hijos, quizás sin pensar o como un formalismo más, entonces he tenido que intervenir y hacerles algunas preguntas: “¿de verdad vas a llamar?, ¿mañana a qué hora vas a venir?, ¿cuándo le vas a traer lo que le estás prometiendo?”. Al ver sus rostros perplejos, los llamo a parte y los exhorto: “a mis hijos les estoy enseñando el valor de la palabra, si no vas a poder cumplir una promesa, no hagas una”. Otras veces he tenido que llamarlos y decirle: “mi hijo te está esperando, ¿cuánto más te esperamos?”.
Considero que el problema radica en que muchas personas no han entendido lo que significa una promesa. Según la famosa enciclopedia en línea Wikipedia, una “promesa es un contrato por el cual una de las partes, o ambas, se obligan, dentro de cierto lapso, sea por el vencimiento de un plazo o por el cumplimiento de una condición, a celebrar un contrato futuro determinado”.[1] Y así debe considerarse una promesa: “una obligación que no se puede eludir”. Otros no se han dado cuenta que existe un bien muy preciado que debe cuidarse; “el valor de la palabra”. Lo triste es que no son pocos los que las pierden o no se han percatado del valor de cumplir una promesa. Con razón Moisés, conociendo la naturaleza de Dios, que es verdad y rectitud nos exhorta: “… cuando un hombre haga un voto al SEÑOR, o bajo juramento haga un compromiso, no deberá faltar a su palabra sino que cumplirá con todo lo prometido”.
El Señor Jesús rechaza la mentira y denuncia a su inventor: “Ustedes son de su padre, el diablo, cuyos deseos quieren cumplir. Desde el principio éste ha sido un asesino, y no se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, expresa su propia naturaleza, porque es un mentiroso. ¡Es el padre de la mentira!”.[2] La mentira impide que una persona cumpla su palabra, porque la boca mentirosa es contraria a respetar promesas. A Dios no le agrada la mentira entre seres humanos y menos las que están en relación con Él. Y una promesa que no se cumple, es una mentira descarada.
El mayor ejemplo de respetar las promesas es Dios, la Biblia afirma que “ni una sola de las buenas promesas del SEÑOR a favor de Israel dejó de cumplirse, sino que cada una se cumplió al pie de la letra”.[3] Entonces nosotros somos llamados a cumplir nuestra palabra, de esa forma representamos dignamente al que nos llamó, cuya boca no lleva engaños. Elena de White, resalta el cumplimiento seguro de las promesas de Dios especialmente en los días finales de la tierra: “La iglesia, que está por entrar en su más severo conflicto, será el objeto más querido para Dios en la tierra. La confederación del mal será impulsada por un poder de abajo, y Satanás arrojará todo vituperio posible sobre los escogidos a quienes no puede engañar y alucinar con sus invenciones y falsedades satánicas. Pero. . . Cristo. . . ¿dejará de cumplir su promesa? No; nunca, nunca”.[4]
Mi amigo (a), Dios nos ha dado un bien muy preciado, que una vez que se pierde, es muy difícil de recuperar: “una boca que habla verdad y cumple promesas”. Pidamos a Dios que nos de la fortaleza de cuidar ese bien, que hace verdaderamente ricos a los que poseen, y miserables a los que la pierden. Cuando Cristo retorne a la tierra, en la lista de salvos, solo estarán los que “no se encontró mentira alguna en su boca, pues son intachables”.[5]
Pr. Joe Saavedra
Desde la línea de batalla y un poquito antes del retorno de Cristo…
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