¿QUÉ ESTÁS VIENDO?

“Sansón descendió a Timnat y vio allí a una joven filistea. Cuando él volvió, les dijo a sus padres: —He visto en Timnat a una joven filistea; pídanla para que sea mi esposa” (Jueces 14:1-2 NVI)

Enredarse con un acto pecaminoso, no es un asunto que ocurre de la noche a la mañana. Es poco probable, que un hombre casado, despierte una mañana, abra la ventana, vea a su vecina y en un rato ya esté con ella, engañando a su esposa. Tampoco es tan probable, que un joven este completamente drogado, porque adquirió ese vicio una noche anterior. Lo que pretendo resaltar, es que la consumación definitiva de una acción incorrecta, es precedida por un conjunto de acciones progresivas, que empiezan con una acción aparentemente normal y hasta imperceptible, hasta llegar a otra totalmente descarada e insensible. Estas acciones, llevan un motor que se llama “decisión”, es decir, cada acción se respalda en una decisión previa. Y las decisiones, se engendran entre pensamientos y experiencias que llegan a nuestro comando central de control, nuestro cerebro. El cerebro recibe mensajes, y lo procesa hasta convertirse en pensamientos, y estos en decisiones.

¿Y cómo llegan todos estos mensajes al cerebro?, a través de los sentidos, que son canales que unen al individuo con el ambiente que lo rodea. Uno, muy amplio y preferido por el enemigo de Dios, es la vista. La mayor cantidad de mensajes que entran al cerebro, es a través de la visión. Con razón, el joven cristiano Sansón, comenzó a mirar sin ningún cuidado, y “vio allí a una joven filistea”. Sus padres le habían advertido de las uniones con personas diferentes a él, con prácticas que desagradaban a Dios, sin embargo, Sansón fue a mirar y allí comenzó un proceso de acciones que lo llevaron a quedarse esclavo de los filisteos y completamente ciego. Aunque esta historia ya era repetida, porque en el mismo comienzo de la creación de este mundo, una joven mujer se atrevió a mirar sin tomar precauciones, y arruinó todo el plan que Dios tenía para su vida. Y Eva, “vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. Luego le dio a su esposo, y también él comió”.[1] Allí ella, había comenzado el proceso de su ruina, que terminó en desgracias para la humanidad. Elena de White comenta sobre esto: “Eva se encontró contemplando el fruto del árbol prohibido con una mezcla de curiosidad y admiración. Vio que el árbol era agradable y razonaba consigo misma acerca de por qué Dios habría prohibido tan decididamente que comieran de su fruto o lo tocaran. Esa era la oportunidad de Satanás. Se dirigió a ella como si fuese capaz de adivinar sus pensamientos: «¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?» Así, con palabras suaves y agradables, y con voz melodiosa, se dirigió a la maravillada Eva, que se sintió sorprendida al verificar que la serpiente hablaba. Esta alabó la belleza y el extraordinario encanto de Eva, lo que no le resultó desagradable. Pero estaba sorprendida, porque sabía que Dios no había conferido a la serpiente la facultad de hablar”.[2] Eva, estaba embelesada por lo que veía, pero ni cuenta se daba que caminaba hacia el precipicio.

Mi amigo (a), ¿Qué estás viendo?, ¿qué imágenes han atrapado tu vista?, ¿en qué parte del proceso de ruina te encuentras?, ¿qué mensajes alimentan tus pensamientos? Recuerda que el proceso que lleva a la ruina, empieza cuando abres el canal de la visión para contemplar lo que no debes.

Un joven me dijo el otro día: “¿Ahora qué hago, si veo lo que no debo?” ¡Buena pregunta! Y una buena razón para seguir escribiendo.

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

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[1] Génesis 3:6 NVI

[2] Historia de Redención, capítulo 4

RECONOZCO

“Pero los israelitas le contestaron al SEÑOR: —Hemos pecado. Haz con nosotros lo que mejor te parezca, pero te rogamos que nos salves en este día” (Jueces 10:15 NVI)

El principal paso para estar a cuentas con el Señor, y aliviar la carga de las acciones pecaminosas, es reconocer el pecado, y este paso atraviesa el umbral del arrepentimiento, requisito básico para hallar reconciliación con Dios. Cuando hablamos de reconocer el pecado, nos referimos al acto de tener conciencia plena de la acción que hacemos, y la expresamos a través de la confesión. En esta línea de pensamiento, cuando hablamos de confesión, tenemos que mencionar la acepción principal de este término en la Escrituras: “… se refiere al hecho de decirle a Dios los pecados que hemos cometido, buscando su perdón… Hay perdón, ‘si confesamos nuestros pecados’ (1 Juan. 1:9)”.[1]

Al hacer eso, reconocer nuestras faltas delante de Dios, no solo nos abre la puerta del perdón de Dios, sino que nos faculta para vivir un vida que confía plenamente en el Señor, cómo los hebreos que confesaron su pecado y dijeron: “Haz con nosotros lo que mejor te parezca…”. No había miedo de las cosas que vendrían, porque todo estaba en paz con el Señor. No nos quedemos lejos de Dios, “al ver nuestras faltas, confesémoslas a Jesús, y con el alma verdaderamente contrita cooperaremos con el poder divino del Espíritu Santo para vencer todo mal. Si confesamos nuestros pecados, debemos creer que son perdonados, porque la promesa es positiva”.[2] Reconocer nuestras faltas es vivir una vida positiva. No hay vidas tristes que reciben el perdón de Dios.

Mi amigo (a), hoy es el día de despejar nuestro camino de los miedos que engendra una vida de acciones incorrectas. Porque “la confesión que brota de lo íntimo del alma sube al Dios de piedad infinita. Tus pecados podrán parecer montañas delante de ti; pero si humillas tu corazón y confiesas tus pecados, confiando en los méritos de un Salvador crucificado y resucitado, él te perdonará y te limpiará de toda injusticia… Desead la plenitud de la gracia de Cristo. Permitid que nuestro corazón se llene con un anhelo intenso por su justicia”.[3]

Vivamos una vida positiva, aliviados de las cargas de pecado. Caminemos la senda que lleva al cielo con la confianza de saber que nuestra confesión obtendrá una respuesta inmediata. Haz una oración este momento y repite con seguridad: “te rogamos que nos salves en este día” y así será.

Pr. Joe Saavedra

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[1] Lockward, A. (2003). Nuevo diccionario de la Biblia (241). Miami: Editorial Unilit.

[2] Cada día con Dios, 21 de marzo

[3] Dios nos cuida, 12 de marzo

¿CANSADO?

“Gedeón y sus trescientos hombres, agotados pero persistiendo en la persecución, llegaron al Jordán y lo cruzaron” (Jueces 8:4 NVI)

El término “agotamiento”, puede ser definido como un “cansancio muy grande”, tanto en un sentido físico, mental o espiritual.  También es conocido como astenia, letargo, o con éste otro más conocido: “cansancio”. Y sobre este último término, el Diccionario de la Lengua Española, lo define en dos sentidos, (1) falta de fuerzas que resulta de haberse fatigado, y (2) hastío, tedio, fastidio. A la vez, “se puede definir como una sensación subjetiva de falta de energía física o intelectual o de ambas. El cansancio es una respuesta importante y normal tras un esfuerzo físico, tensión emocional, o carencia de sueño”. [1] Asimismo, puede tratarse también de una debilidad extrema.[2]

Cuenta la historia bíblica, que los trescientos hebreos, liderados por Gedeón,  presenciaron la intervención divina en la derrota del ejército madianita, que se contaba en cientos de miles. Al terminar la tarde, solo quedaba una fuerza de quince mil guerreros enemigos, liderados por Zeba y Zalmuna que huyeron a Carcor, porque ya habían caído en batalla ciento veinte mil soldados.[3] A esa altura de la batalla, el grupo de trescientos valientes estaba exhausto, habían participado activamente durante la mañana y la tarde, y el cansancio ya era insoportable. Sin embargo, a pesar del cansancio extremo ellos siguieron guerreando, y persiguieron al remanente del ejército contrario hasta el río Jordán y cruzándolo, atraparon a los que huyeron. Habían comenzado una tarea, y debían terminarlo. No decayeron porque la fuerza del Señor los sostuvo hasta el final. El rey David, algunos años después entendió todo, por eso escribió: “El SEÑOR es mi fuerza y mi escudo; mi corazón en él confía; de él recibo ayuda. Mi corazón salta de alegría, y con cánticos le daré gracias. El SEÑOR es la fortaleza de su pueblo, y un baluarte de salvación para su ungido”.[4]

Mi amigo (a), ¿estás agotado de algo?, ¿las fuerzas se te acabaron en algún aspecto de tu vida?, ¿ya no deseas intentarlo más?, ¿estás apunto de arrojar la “toalla blanca” al ring de la vida? ¡No te rindas!, ¡persiste como los guerreros de Gedeón! y acaba la tarea. Dios ha permitido tu existencia porque está diseñado para luchar y vencer, como los guerreros que menciona la Biblia, “los cuales por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros”.[5]

Y un guerrero del cielo, encuentra fortaleza en la presencia de Dios, quién en las batallas de la vida, recarga las fuerzas que se pierden. David entendió esa verdad, y lo recalcó así: “Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia”.[6]

Hoy renueva las fuerzas perdidas y persiste en la persecución de tus más anhelados sueños, o persevera hasta encontrar paz en medio de la adversidad. ¡Lo vas a lograr!

Pr. Joe Saavedra

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[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Cansancio

[2] Diccionario general de la lengua española Vox. 1997 (N. L. Cayuela, Ed.). Barcelona: VOX.

[3] Jueces 8:10 NVI

[4] Salmos 28:7,8 NVI

[5] Hebreos 11: 33,34 NVI

[6] Salmos 46:1 NVI

GUERREROS VALIENTES

“Cuando el ángel del SEÑOR se le apareció a Gedeón, le dijo: —¡El SEÑOR está contigo, guerrero valiente!” (Jueces 6:12 NVI)

Los versículos que anteceden al texto de hoy, señalan a un pueblo hebreo asustado y escondiéndose entre las montañas. Tampoco podían criar sus animales, ni cosechar sus tierras, porque “siempre que los israelitas sembraban, los madianitas, amalecitas y otros pueblos del oriente venían y los atacaban. Acampaban y arruinaban las cosechas por todo el territorio, hasta la región de Gaza. No dejaban en Israel nada con vida: ni ovejas, ni bueyes ni asnos. Llegaban con su ganado y con sus carpas como plaga de langostas. Tanto ellos como sus camellos eran incontables, e invadían el país para devastarlo”.[1]

El miedo era general y el caos era total, que los hebreos se acordaron de las hazañas de Jehová y clamaron desconsolados. Dios no guardó silencio, sino que se manifestó a través de un profeta y les dijo: “Así dice el Señor, Dios de Israel: ‘Yo los saqué de Egipto, tierra de esclavitud, y los libré de su poder. También los libré del poder de todos sus opresores, a quienes expulsé de la presencia de ustedes para entregarles su tierra’. Les dije: ‘Yo soy el SEÑOR su Dios; no adoren a los dioses de los amorreos, en cuya tierra viven’. Pero ustedes no me obedecieron’”.[2] Este pueblo recibía el justo pago de su indiferencia y desobediencia.

Es allí, en medio del caos, que él Señor llama a Gedeón, porque lo vio un guerrero valiente. La historia bíblica cuenta que Gedeón estaba trabajando presurosamente, a pesar del miedo y del peligro enemigo. No se quedó paralizado por el pánico. No buscaba responsables, ni maldecía su vida, Él esperaba en Jehová. Y esperaba en Jehová, porque cuando el ángel aparece debajo de la encina que estaba en Ofra, Gedeón entabla una conversación propia de un hijo hacia su padre o de un amigo hacia otro al cual tiene mucha confianza. Gedeón, era obediente a Dios, y solo esperaba la confirmación de su Padre para levantarse en medio del caos, la idolatría y desobediencia, para enfrentar con decisión a los enemigos externos y a los de su propia casa.

Mi amigo(a), hoy, al igual que en el tiempo de Gedeón, vivimos en un valle de sombra y miedo. No hay lugar donde podamos escondernos de los ejércitos de este mundo que destruyen familias, se apoderan de la juventud y arruinan todo lo que lleva el título de “correcto y bueno”. Dios está buscando a “guerreros valientes”, hijos obedientes, que no se amilanen en ponerse de pie y enfrentar el error. Porque en estos tiempos finales, la mayor necesidad de la iglesia y del mundo “es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos”.[3]

¿Aceptas el llamado?

Pr. Joe Saavedra

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[1] Jueces 6:3-5 NVI

[2] Jueces 6:8-10 NVI

[3] La Educación , págs. 53, 54

SIN CARROS DEL CIELO

“Por eso el SEÑOR dejó en paz a esas naciones; no las echó en seguida ni las entregó en manos de Josué” (Jueces 2:23 NVI)

Anoche, en el culto de familia, meditamos en el capítulo uno del libro de los jueces, y después de explicar a mis hijos que los guerreros hebreos no pudieron derrotar a las cananeos en las llanuras solamente por los carros de hierro, les dejé la tarea de leer el capítulo dos del mismo libro, porque allí estaba la verdadera respuesta del fracaso judío en los valles de Canaán.

Hoy por la madrugada, mientras buscaba un vaso con agua para comenzar el día, me encontré con el menor de mis hijos varones y antes de mostrarle mi asombro de verlo despierto muy temprano en la mañana, exclamó seguro: “papito, ya se la respuesta”, y mostrándome la Biblia dijo: “Esos israelitas hicieron lo que ofende al SEÑOR y adoraron a los ídolos de Baal”.[1] ¡Esa respuesta me hizo despertar, la respuesta del tema de anoche comenzaba a tomar forma!

El capítulo dos de Jueces empieza resaltando el pacto que Dios hizo con su pueblo de ir delante de Él y derrotar a todo enemigo en las montañas o en la llanura. Sin embargo, a pesar que la cláusula principal del pacto de Dios advertía las relaciones con los cananeos, los hebreos comenzaron a introducir prácticas y costumbres abominables a los ojos de Dios. El verso 2 es enfático: “… ustedes, por su parte, no harán ningún pacto con la gente de esta tierra, sino que derribarán sus altares. ¡Pero me han desobedecido! ¿Por qué han actuado así?”.[2] Y a continuación les asegura que un pacto que no se cumple es un pacto roto, y eso significaba que los carros del cielo que estaban listos para despedazar la maquinaria de hierro, comenzaban la retirada. En las palabras de los Jueces dice así: “Pues quiero que sepan que no expulsaré de la presencia de ustedes a esa gente; ellos les harán la vida imposible, y sus dioses les serán una trampa”.[3]

Después de ver el pacto de Dios quebrado, los israelitas lloraron amargamente y dejaron de pelear, porque sabían que sin Dios no hay victoria. Sin embargo, el cese de las luchas significó que los cananeos se afianzaran más en su territorio y se conviertan en constante amenaza para los hebreos. Nadie podía dormir bien, porque sabían que en cualquier momento entrarían a destruir sus hogares y lastimar a sus familias. Cuenta la historia bíblica, que toda la generación de Josué que conocía de cerca a Dios, descansó sin ver la restauración del pacto de Dios. La siguiente generación que nació en Canaán no conocía a Dios, ni le importó el asunto del pacto, sino  “abandonaron al SEÑOR, Dios de sus padres, que los había sacado de Egipto, y siguieron a otros dioses —dioses de los pueblos que los rodeaban—, y los adoraron, provocando así la ira del SEÑOR. Abandonaron al SEÑOR, y adoraron a Baal y a las imágenes de Astarté”.[4] Entonces el Señor no solo abandonó a su pueblo sino que “los entregó en manos de invasores que los saquearon. Los vendió a sus enemigos que tenían a su alrededor, a los que ya no pudieron hacerles frente”.[5] Sus pesadillas dejaron de existir porque se tornaron en realidades. Entendieron que cumplir el pacto de adoración exclusiva a Dios era imprescindible y  practicar las costumbres del mundo no pasan desapercibidos a los ojos del Altísimo. “Por eso el SEÑOR dejó en paz a esas naciones; no las echó en seguida ni las entregó en manos de Josué”.

Mi amigo (a), los carros de fuego están listos para darte la victoria, no existe carro humano que pueda vencer al poder del ejército del cielo. Dios está listo a cumplir sus promesas de vitoria en todos los terrenos de tu vida, pero Él requiere adoración exclusiva, obediencia a su Palabra y una vida limpia delante de Él. Con razón, el apóstol Juan en una visión, contempla un ejército de vencedores y a la pregunta de un anciano de quienes eran, responde: “—Eso usted lo sabe, mi señor —respondí. Él me dijo: —Aquéllos son los que están saliendo de la gran tribulación; han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero”.[6]

Cada mañana, cada momento, en medio de un mundo rodeado de carros de hierro listos para arrasar con todo, lava tu vida en la sangre de Cristo, reconócelo como tu Salvador y Protector, pon tus pocas fuerzas en las fuerzas divinas que no conocen derrota, porque en su Méritos podemos hallar descanso. Restaura el pacto quebrado con Dios, empieza con una oración, y no pares hasta asirte de la victoria.

Pr. Joe Saavedra

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[1] Jueces 2:11 NVI

[2] Jueces 2:2 NVI

[3] Jueces 2:3 NVI

[4] Jueces 2:12-13 NVI

[5] Jueces 2:14 NVI

[6] Apocalipsis 7:13,14 NVI

CARROS DE HIERRO

“El SEÑOR estaba con los hombres de Judá. Éstos tomaron posesión de la región montañosa, pero no pudieron expulsar a los que vivían en las llanuras, porque esa gente contaba con carros de hierro” (Jueces 1:19 NVI)

¿Por qué los guerreros de Judá no pudieron vencer a los cananeos que vivían en las llanuras de Canaán? Esta pregunta parecería absurda, teniendo en cuenta que el propio versículo ofrece una respuesta apropiada al problema: “los carros de hierro”. En esa época, estos carros eran lo más sofisticado en material de guerra. Varios comentaristas, mencionan que los cananeos habían aprendido el uso y construcción de carros de guerra de los hititas y horeos. Y podría ser cierta esa afirmación porque algunos estudiosos mantienen la postura que el carro de guerra nació en la zona del creciente fértil y Anatolia en los comienzos del II milenio a. C. en el reino de Mitani (Hititas).

El reino de Mitani parece que fue el responsable de la introducción del caballo de tiro y del carro de guerra en la Edad del Bronce en el Oriente Medio. El testimonio más antiguo del carro de guerra es el texto de Anitta, texto hitita del siglo XVIII a. C., que menciona 40 tiros de caballos en el asedio de Salatiwara. Dado que sólo se cita explícitamente a los caballos y no a los carros, se pone en duda la presencia de éstos. La primera noticia cierta de carros en el Imperio Hitita data del siglo XVII a. C. (Hattusil I). Se conserva un texto hitita sobre el entrenamiento de caballos, atribuido a Kikkuli de Mitanni en el siglo XV a. C.[1] Los hititas fueron hábiles aurigas. Desarrollaron un nuevo diseño, con ruedas más ligeras, con cuatro radios en lugar de ocho y capaz de transportar a tres guerreros en vez de dos. La prosperidad hitita dependía en gran medida del control de las rutas comerciales y de los recursos naturales, especialmente los metales.[2] No cabe duda, que para esa época estos carros de guerra eran armas superiores de los que poseían los hebreos.

Entonces, la respuesta a la pregunta sobre el fracaso de Judá en las llanuras de Canaán, es porque los cananeos usaron esta arma sofisticada, y que el texto bíblico confirma, porque el carro de guerra era una arma superior que no poseía el ejército hebreo y aunque, “en las zonas montañosas, donde no podían maniobrar la caballería ni los carros, vencían las audaces bandas de hebreos que podían movilizarse con agilidad”, eso no sucedía en el llano, porque “en los anchos valles de la llanura marítima, los cananeos mejor armados podían repeler sus incursiones”.[3]Sin embargo, esa respuesta no puede ser la más acertada, porque el texto empieza con esta frase: “El SEÑOR estaba con los hombres de Judá”. Es decir, si el Señor estaba con los hebreos, ¿por qué no pudieron vencer?, ¿acaso los carros cananeos eran más poderosos que los carros de fuego de los millares de ángeles?

No hay duda que el poder infinito estaba al alcance del pueblo de Dios, pero algo sucedió que la tribu de Judá no pudo dominar totalmente a sus enemigos. ¿Qué sucedió? ¿Qué pasó con los guerreros de Judá que se quedaron sin la fuerza divina? El siguiente capítulo del libro de los jueces explica la razón de todo esto. Te invito a leer el capítulo dos de ese libro y quizás mañana podamos entender mejor el proceder de Dios.

Mi amigo (a), ¿has fracasado pese a tener la convicción de que Dios iba a tu lado?, ¿pensabas que tenías la bendición de Dios en algún proyecto y todo salió mal? ¿Dónde está el problema? Seguro que la derrota no estaba en los carros del cielo, porque ellos no conocen derrota, ni la victoria en los carros de hierro. Tenemos que descubrir el detalle que no se ve, la respuesta que no conocemos, el concejo que no escuchamos.

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

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[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Carro_de_guerra

[2] Ibid.

[3] Comentario Bíblico Adventista, T2, libro de los Jueces