“Al acercarse el fin de la historia de esta tierra, Satanás obrará con todo su poder de la misma manera y con las mismas tentaciones con que tentó al antiguo Israel cuando estaba por entrar en la tierra prometida. Tenderá lazos para los que aseveran guardar los mandamientos de Dios, y que están casi en los límites de la Canaán celestial. Empleará hasta lo sumo sus poderes para entrampar almas y hacer caer en lo que respecta a sus puntos más débiles a los que profesan ser hijos de Dios. Satanás ha resuelto destruir por sus tentaciones y contaminar por la licencia las almas de quienes no hayan sujetado las pasiones inferiores a las facultades superiores de su ser, a los que dejaron correr sus pensamientos por el canal de la satisfacción carnal de las pasiones más bajas. No apunta especialmente a los blancos menos importantes, sino que se vale de sus engaños mediante personas a quienes puede alistar como agentes suyos para inducir a los hombres a permitirse libertades que la ley de Dios condena. Sabiendo que quien transgrede en un punto es culpado de todos, y él, Satanás, domina así todo el ser, ataca a quienes ocupan puestos de responsabilidad, a los que enseñan lo exigido por la ley de Dios, a aquellos de cuya boca rebosan los argumentos para vindicar dicha ley, y dirigiendo contra ellos sus poderes infernales, pone sus agentes a trabajar, para hacer caer a esos hombres en los puntos débiles de su carácter. La ruina abarca la mente, el alma y el cuerpo. Si se trata de quien fue mensajero de la justicia, poseedor de mucha luz, o si el Señor lo usó como obrero especial en la causa de la verdad, entonces ¡cuán grande es el triunfo de Satanás! ¡Cómo se regocija él! ¡Cuánto deshonor para Dios! (El Hogar adventista, pp. 295, 296).