“Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas” (1 Pedro 4:10 NVI)
Dios nos concede a través de su espíritu manifestaciones especiales que se conocen como dones, y es a través de ellos que manifestamos el poder de Dios. Todos deberíamos anhelar esas manifestaciones, en este sentido el apóstol Pablo nos exhorta: “Así también vosotros, puesto que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para la edificación de la iglesia”.[1]
Los dones espirituales tienen propósitos definidos y no tienen nada que ver con el orgullo de sentirse superior a los demás. Por lo menos son dos los propósitos según el Nuevo Diccionario Bíblico: “en primer término, la edificación de toda la iglesia (1 Co. 12.4–7; 14.12), y, en segundo término, el convencimiento y la conversión de los incrédulos (1 Co. 14.21–25; cf. Ro. 15.18s)”.[2]
Mi amigo(a), esta mañana oremos para poder ejercitar en toda su potencia los talentos que hemos recibido y que por ningún motivo nos sintamos mejor que nadie por tener algunos dones o peor por no saber identificarlos. Elena de White nos aconseja: “Los talentos confiados no son monopolio de unos pocos favoritos ubicados por encima de sus semejantes en lo que se refiere a educación y capacidad intelectual. Los talentos son habilitaciones concedidas individualmente a cada miembro de la familia del Señor, desde el más humilde y oscuro hasta el que ocupa el más elevado cargo de confianza. Los dones concedidos están proporcionados a nuestras diversas habilidades, y todos deben usarlos para gloria de Dios. El cristiano debe aumentar la utilidad de esos talentos porque al usarlos se capacita más para comerciar con los bienes de su Señor y para acumular ganancias mediante ese comercio. Tanto la luz de la verdad como toda ventaja son de Dios. Deben ser apreciadas y han de ejercer influencia sobre la mente y el carácter. Debemos devolver al Señor la ganancia correspondiente, de acuerdo con los dones que se nos han confiado”.[3]
Además, no olvidemos que los dones “son impartidos a diferentes personas, para que los obreros sientan la necesidad unos de otros. Dios los otorga para que sean empleados en su servicio; no para glorificar a su poseedor, ni para elevar al hombre, sino para exaltar al Redentor del mundo. Deben ser utilizados para el bien de toda la humanidad, para representar la verdad, y no con el fin de testificar una falsedad… En cada palabra y acción se revelará bondad y amor; y cuando cada obrero ocupe fielmente el lugar que le corresponde, será respondida la oración de Cristo pidiendo la unidad de sus seguidores, y el mundo conocerá que éstos son sus discípulos”.[4]
Pr. Joe Saavedra
Desde mi rincón de poder y un poquito antes del retorno de Cristo…
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