“Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!” (Isaías 55.9, NVI)
En noviembre del año 2004, la revista National Geographic de 33 páginas fue publicado con la siguiente portada: “¿Estaba Darwin equivocado?” y la respuesta se escribía páginas más adelante en letras grandes y cómo título de un artículo: “No. The evidence for Evolution is overwhelming”.[1] Para los que estamos del otro lado de la teoría que postulaba Darwin, no es sorprendente esa respuesta, a pesar que afirmen que cuentan con “evidencia abrumadora”.
Tampoco sorprende que el debate entre creación/evolución ha sido candente durante décadas, hasta hoy, y la verdad es que en el centro de la lucha revolotean las mayores preguntas del origen de todo. Aunque la base de este debate entre la creación y la evolución está el asunto de la existencia de Dios, y en realidad ése es el verdadero tema en cuestión.
Entonces, en relación a esta bramada de puntos de vista, los que cuestionan la existencia de Dios suelen caer en cinco grande categorías, una de ellas vocifera esto: “Dios no existe porque no lo veo”, es decir se cuestiona la falta de evidencias de la existencia de Dios.
Este argumento es muy simple: ¿Dónde está la evidencia de la existencia de Dios? Si existe realmente un Dios infinito que creó el universo, ¿no deberíamos tener evidencias abundantes de su existencia? Si Dios es real, ¿por qué no se muestra a sí mismo o realiza algunos milagros espectaculares cómo los que leemos en el Antiguo Testamento? Esto me hace recordar a un amigo de infancia, que con una broma me mostraba el pensamiento común de aquellos que quieren evidencia claras: “Si Dios me llama a mi celular, entonces creo en él y lo acepto”.
Sobre esto es bueno señalar que a veces las personas ignoran voluntariamente la evidencia que no quieren ver. Mi abuelita era bien curiosa cada vez que se producía un temblor, y las paredes se sacudían y algunos objetos caían al suelo. Todos salíamos corriendo, ella permanecía impávida, como si nada estaría pasando. Le rogábamos que saliera para poner a salvo su vida, ella respondía que no sentía nada. De la misma forma, algunas personas sencillamente eligen no ver ninguna evidencia de la existencia de Dios, muy a pesar que hay abundantes evidencias naturales que sugieren la existencia de un Creador Divino. “Sostener que no hay evidencias significa generalmente que uno (a) no las ha considerado en realidad, o (b) que decide ignorar lo que está ante sus ojos. Se podrá argumentar que las evidencias no son totalmente convincentes, o que se las encuentras débiles, pero no se puede afirmar que no hay evidencias alguna”.[2] Es como ver un destello de luz, sea fuerte o sea débil es luz, y nadie lo puede negar, a menos que lo haga a propósito. Evidencia es evidencia, así sean fuerte o débil.
La cuestión de los milagros, es otra bifurcación en el argumento de la falta de evidencia de la existencia de Dios. Es decir, si el Dios de la Biblia es real, y los milagros que narra también lo son, ¿por qué no los vemos más a menudo en la vida moderna?
“Afirmar que Dios no existe porque no hemos visto un milagro es como si un perrito negara tu existencia porque no llegaste a casa a la hora esperada para llenar su plato de comida. Tu perro no está capacitado para entender que podrías tener otras prioridades en ese momento. Puede que no te haya visto apagando un fuego en el jardín vecino para que la casa no se quemara, o que no sepa que encontraste su comida infestada de gusanos y corriste al mercado a comprarle comida en buen estado. Los perros no entienden nuestros motivos porque funcionan en un plano mental inferior al nuestro”.[3]
Lamentablemente, el argumento de “no creo porque no veo”, también se introduce en nuestra experiencia cristiana. Entonces, muchas de nuestras frustraciones con Dios se deben a que esperamos que actúe como lo haría un ser humano. Aunque la Biblia enseña que Dios es semejante a nosotros, (aunque lo preciso sería que nosotros somos semejantes a él), en realidad somos muy diferentes. “Semejantes” no es “iguales”. Con razón claramente el profeta Isaías dice: “Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!”.
Debemos aceptar que si Dios es real, y la descripción de la Biblia es correcta, no vamos a poder entenderlo plenamente con nuestras mentes finitas. En definitiva, describimos a Dios como un ser infinito y omnisciente, pero nosotros somos finitos y nos vemos severamente limitados por lo vasto de conocimientos que no poseemos. Debemos admitir que nuestro orgullo intelectual, nuestro ego elevado sufre mucho al aceptar que hay cosas que la simple lógica humana no puede discernir. Las formas y los momentos en los que Dios decide actuar entran en esta categoría, en esa lógica que el humano no puede entender.
Como mis hijos que a veces no entienden mis decisiones. No entienden porque les exijo que tengan su cuarto ordenado y limpio. No comprenden porque tienen que trotar y tomar mucha agua por las mañana. No hallan razón porque deben tener un horario para revisar sus redes sociales y jugar en la computadora. Se quedan perplejos cuando les ordeno que duerman temprano y abran las ventanas y cortinas cada mañana. Todo esto, porque son hijos, porque no han vivido lo suficiente ni han tenido la experiencia necesaria como para darse cuenta de por qué algunas cosas son importantes para mí que soy adulto. Eso cambiará cuando crezcan.
En la vida nos vamos a encontrar con situaciones que no entendemos, o circunstancias donde necesitamos algunas evidencias o razones claras para creer, pero solo nos toparemos con mucho silencio y ninguna respuesta. Allí debemos obligarnos a confiar en ese Dios invisible, que se hará visible en el momento que él crea conveniente.
Mi apreciado(a) hermano(a) de la fe, aunque todo sea oscuro, aunque no haya lógica en lo que vemos o simplemente no vemos nada, es porque Dios tiene otro ritmo de existencia, otra forma de actuar. Él tiene muchas respuestas que ignoramos, y soluciones que no prevemos, que lo revelará en el momento adecuado a sus hijos que esperan pacientemente en su voluntad y que entienden lo que Pablo en sus momentos más oscuros: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido”.[4]
Con razón la esencia de la fe es tener la certeza de lo que no se ve. ¡Paciencia… Dios lo tiene todo bajo control!
Desde mi rincón de poder… un poquito antes del retorno de Jesús…
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[1]Traducción: «No. La evidencia de la Evolución es abrumadora».
[2] Shaw Boonstra, De la nada, (Oshawa,Ontario, Canadá: Pacific Press Publishing Association, 2007), 26.
[3]Ibid.
[4]1 Corintios 13.11–12, NVI