
En estos momentos de crisis, el seguidor de Cristo, debe entender y vivir la misión que tiene la iglesia en la tierra, porque sus acciones y decisiones dependerán de ese conocimiento. El mismo Salvador, en su paso por este mundo la primera vez, fue preciso al detallar su misión, la misma que fue dada a sus seguidores, tanto en un sentido individual y colectivo.
La mejor ocasión de hacer público las intenciones de su misión, fue un sábado en la sinagoga, porque ese día sagrado, mucha gente de Judea y Galilea se reunía para celebrarlo. Allí de pie, tomando el rollo del profeta mesiánico Isaías, leyó su misión y la de su iglesia: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor”.

Si nos percatamos, el sujeto de su misión, son los más necesitados: “pobres, cautivos, ciegos, oprimidos”. Por lo tanto, no es de extrañar que cuando revisamos los evangelios nos encontremos con una constante: Jesús socorriendo a los desvalidos y despreciados de la sociedad. No obstante, la pobreza al cual apunta su misión no era simplemente física, sino espiritual. Y para cumplirla, con los oprimidos físicos, primero satisfacía su necesidad de pan y alivio de sus dolencias, enseguida les mostraba la abundancia de su gracia, como en el caso del paralítico de Betesda. Asimismo, con los cautivos espirituales, con pocas carencias económicas, satisfacía sus necesidades afectivas, abriendo luego las puertas del perdón y paz, como en el caso de Nicodemo.
Pero en ambos casos, el sujeto de la misión era el ser humano, perdido en sus carencias y temores del futuro o en su opulencia y autosuficiencia. En este contexto, la misión propiamente dicha, consistía en su forma básica: anunciar, proclamar y pregonar las buenas nuevas, esto es, el evangelio: Salvación ofrecida gratuitamente por Dios, por medio de Jesucristo, a todos los que creen, para una mejor vida presente y para la eternidad. Por eso la parte central de la misión es la “evangelización”.
A la vez, para el cumplimiento de la misión, como mencionamos en un párrafo arriba, el método era satisfacer las necesidades y luego mostrar la gracia restauradora de Cristo. Lo que llamo el binomio evangelístico: «Ayudar y predicar», ambos no pueden separarse. Asimismo, para lograr ese cometido, Jesús dejó las estrategias claramente definidas:

Anunciar las buenas nuevas a los pobres: Si había un grupo al cual el Señor no dejaba sin auxilio oportuno era el pobre y necesitado. Éste no tenía más esperanza que el socorro de Dios, por lo tanto era más susceptible a su llamado. Por eso la labor social, esto es, socorrer al que lo necesita, es la principal evidencia que amamos como Jesús y la principal estrategia para abrir las puertas del evangelio.
Proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos: Definitivamente, cuando Jesús menciona a los “cautivos”, estaba pensando en los que son esclavos del mal, en su cuerpo, en su mente y en sus emociones. Asimismo cautivos de filosofías y ciencias humanas, donde el ser humano es el centro de todo, dejando fuera al Creador, dando paso a la incredulidad y autosuficiencia. Con certeza para satisfacer las necesidades de libertad y luz, la iglesia creó escuelas y centros de estudios superiores para proclamar libertad de filosofías humanas y cuidar a los liberados, y por otro lado, centros de salud para atender la urgencia de los “ciegos” físicos y atender a los restaurados, no obstante el objetivo es el mismo: predicar el evangelio.
Poner en libertad a los cautivos: La libertad que Cristo ofrece es completa, no se queda en un anuncio, sino es una realidad. Todo empieza, en la satisfación de las necesidades, desnudando la mayor necesidad: “libertad del mal y paz en Jesús”. Con razón el verbo griego empleado en este pasaje significa “quebrar”, “oprimir”, dando por sentado que el único que puede libertar a los hombres de la pesada carga del pecado y de la opresión es Jesús.

Pregonar el año del favor del Señor: El “año agradable del Señor” recuerda el año del jubileo, cuando los esclavos eran libertados, las deudas eran canceladas, y las tierras eran devueltas a sus dueños originales por herencia.[1] Definitivamente, las mejores buenas noticias, son las que trae el jubileo más grande, el retorno de Cristo, para recompensar a su iglesia, fiel cumplidora de su misión, y castigar a los que la mancillaron, dando la espalda a las necesidades de la gente, y por consecuencia estropeando el plan evangelístico.
Con razón la sierva del Señor, menciona que la iglesia de Dios “surgió en cumplimiento de la profecía con el objetivo de preparar a un pueblo para el regreso de Jesús. Fue escogida como un instrumento divino para proclamar a todo el mundo las buenas nuevas de salvación por la fe en el sacrificio de Cristo y la obediencia a sus mandamientos”.[2]No existe, otra tarea y misión más sublime para la iglesia que proclamar las buenas noticias de la Biblia, con el método de Cristo, donde el amor hacia el prójimo es la llave que abre su corazón.
Asimismo, también dijo que “el enemigo sabe muy bien que si no tenemos amor mutuo, puede alcanzar su objetivo, y herir y debilitar la iglesia, al provocar diferencias entre los hermanos. Los puede inducir a sospechar el mal, a hablar del mal, a acusar, condenar y aborrecerse. De esta manera se deshonra la causa de Dios, se arroja afrenta sobre el nombre de Cristo, y se le hace un daño indecible a las almas de los hombres. La gente del mundo nos está contemplando para ver qué influencia ejerce nuestra fe sobre nuestros caracteres y nuestras vidas. Nos está vigilando para ver si tiene un efecto santificador sobre nuestros corazones, si nos estamos transformando a la semejanza de Cristo. Están alerta para descubrir cada defecto en nuestras vidas, cada inconsecuencia en nuestros actos. No les demos la oportunidad de arrojar ofensa sobre nuestra fe. No es la oposición del mundo lo que nos va a poner en mayor peligro; es el mal albergado en nuestro seno lo que provoca nuestros más graves desastres. Es la vida carente de consagración, de los medios convertidos, lo que atrasa la obra de la verdad y arroja sombras sobre la iglesia de Dios…”.[3] Y por sobretodo, no entender ni comulgar la misión que Cristo nos ha encomendado.

Mi apreciado(a) compañero(a) de fe, Satanás está movilizando toda su maquinaria de desprestigio contra la iglesia y cuando los que la componen no entienden su misión, entonces se tornan aliados del enemigo de Dios. En estos tiempos de crisis, donde las necesidades agobian a los seres humanos, la iglesia de Dios debería estar en las portadas de los medios de comunicación como agente de amor y misericordia, lo contrario es oprobio a la causa de Dios, y de ninguna manera esa deshonra pasará desapercibida delante de sus ojos. Millares y millones de personas se prepararán para encontrarse con Jesús cuando tú y yo entendamos que la “religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es ésta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y conservarse limpio de la corrupción del mundo”.[4] ¿Qué piensas… qué decides?///////////.

Desde mi rincón de poder… un poquito antes del retorno de Jesús…
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[1]Francis D. Nichol and Humberto M. Rasi, eds., Mateo a Juan, vol. 5, Comentario Biblico Adventista Del Séptimo Día (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995), 711.
[2]Elena de White, La Música, 64.
[3]Elena de White, Review and Herald, 5 de junio de 1888.
[4]Santiago 1:27 NVI