CASA DE DIOS
“Al despertar Jacob de su sueño, pensó: «En realidad, el SEÑOR está en este lugar, y yo no me había dado cuenta.» Y con mucho temor, añadió: «¡Qué asombroso es este lugar! Es nada menos que la casa de Dios; ¡es la puerta del cielo!» (Génesis 28:16-17 NVI)
Jacob se encontraba en ese lugar porque estaba huyendo. Y lo hacía porque tenía miedo de su hermano Esaú, quién lo buscaba para matarlo. La razón de este embrollo era que Jacob había conseguido bendiciones en base a mentiras. Jacob era un mentiroso, aunque no hay que sorprenderse de esto, porque esa acción lo había aprendido de su padre y abuelo,[1] y esto nos enseña que las acciones que los padres practican son imitadas por los hijos.
El que miente nunca vive en paz, aunque se acostumbre a mentir. La mentira trae miedo, vergüenza, intranquilidad y por sobre todo, el mentiroso se aleja de Dios y pierde la confianza en Él. Jacob estaba huyendo porque había conseguido la bendición de su padre como un hijo primogénito aunque no lo era, diciendo mentiras. Ahora se encontraba asustado, perplejo y alejado de Dios. Por eso, todo lo que se consigue en base a acciones fraudulentas o prácticas engañosas, traen consecuencias de la cuales no se puede escapar, ni escondiéndose en un bunker antibombas a cien metros bajo el suelo. La mentira puede conseguir riquezas, títulos, puestos y hasta ocultar pecados, pero el final es el mismo: una vida intranquila y la desaprobación de Dios, y de eso no hay escondite seguro.
Jacob, cansado de huir, en medio de un paraje solitario acomodó una piedra para su cabeza y acostándose se durmió. Quizás su cuerpo dormía, pero su mente estaba perturbada, allí no había descanso, los recuerdos de pecado aparecían y desaparecían como luces intermitentes, definitivamente no hallaba paz. Allí, en su descanso pesado tuvo un sueño que lo sacudió y le hizo entender algo vital que podría traerle paz: “confiar en Dios y volverse a su voluntad”. Cuando despertó, tenía una idea central: “En realidad, el SEÑOR está en este lugar, y yo no me había dado cuenta”. Los actos fraudulentos bloquean la única fuente de solución y paz, y convencen al mentiroso que no hay solución y que no existe nadie que pueda aliviarlo. Y no es extraño que la mentira cause todo esto, porque “… el diablo… no se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él…es un mentiroso. ¡Es el padre de la mentira!”,[2] y te odia tanto que el hará todo para mantenerte desanimado y sin esperanza.
Jacob, esa madrugada, pudo encontrarse con Dios, y entender que no estaba solo, que su vida frágil, construida a base de engaños, podía tener otro final, y que estaba viviendo en soledad, cuando tenía a Dios como su pronto socorro. A veces vivimos así, pensando que no le importamos a nadie, que estamos solos, que nadie sabe lo que sentimos o vivimos; pero la tragedia no es esa condición, sino vivir en soledad cuando Dios está tan cerca de nosotros, presto para socorrernos; somos como un pobre hombre que muere de sed a las orillas de un riachuelo de aguas cristalinas y limpias. ¡A ese extremo nos lleva la mentira!
Mi amigo (a), ¡no estamos solos!, tenemos un pronto socorro, un especialista en vidas fraudulentas, que endereza lo que se ha torcido. Él mismo momento, en que clamemos a Dios por ayuda y permitamos su presencia todo se transforma, ¡definitivamente!, todo cambia, y vas clamar como Jacob: «¡Qué asombroso es este lugar! Es nada menos que la casa de Dios; ¡es la puerta del cielo!». ¡Asómbrate de lo que es capaz de hacer Dios por tu vida!, y ten en claro que no necesitas ubicar un “lugar santo” para encontrarte con Dios, sino que, en el lugar donde te encuentres el Dios Omnipotente puede establecer su oficina principal y desde allí ministrar tu vida. ¡Qué asombroso es saber que una oficina, una habitación, una sala, una cocina, una banca en un parque, cualquier lugar donde nos encontremos puede ser la Casa de Dios!, allí en su presencia podemos resolver todos los conflictos, encontrar salidas para vivir en verdad y dejar la mentira.
En este mismo instante, reviso mi vida y necesito de Dios, voy a clamar a su nombre y me acomodo, porque en instantes mi pequeña oficina, quizás en algún lugar olvidado del planeta tierra, será la oficina de Dios el Rey y Creador del Universo, ¡qué asombroso!
Pr. Joe Saavedra
Desde la línea de batalla y un poquito antes del retorno de Cristo…
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