ALABANZA A DIOS
“Él es el motivo de tu alabanza; él es tu Dios, el que hizo en tu favor las grandes y maravillosas hazañas que tú mismo presenciaste” (Deuteronomio 10:21 NVI)
Si hacemos una mirada retrospectiva a nuestra vida, con certeza tendremos que reconocer que Dios ha hecho grandes y maravillosas hazañas, y todo delante de nuestros ojos. Frente a esto, ¿cuál debería ser la respuesta de una persona que ha experimentado la mano poderosa de Dios? La respuesta es reiterativa a lo largo de Biblia: “Él es el motivo de tu alabanza; él es tu Dios…”. Alabar a Dios es la respuesta a la intervención divina.
“Alabanza” es un “acto mediante el cual se expresa reverencia, respeto, honor, amor y obediencia a Dios. En el AT se utiliza la palabra shachah para indicar esa actitud, con la connotación de ‘postrarse’, ‘arrodillarse’, ‘inclinarse’. En el NT el término es proskusneo, que es reverenciar a una persona. Usualmente el adorante baja ‘la cabeza hacia el suelo’ (Éxodo 34:8) o se postra en tierra (Job 1:20; Sal. 95:6), por lo cual muchas veces se usa la palabra ‘inclinarse” como equivalente a ‘alabanza’ (Éxodo 20:5; 2 R. 5:18)”.[1] El cristiano que ha presenciado las hazañas de Dios, hace de su vida un templo de adoración a Dios. Un ejemplo de esto, lo encontramos en el salmo 99:
“El SEÑOR es rey: que tiemblen las naciones. Él tiene su trono entre querubines: que se estremezca la tierra. Grande es el SEÑOR en Sión, ¡excelso sobre todos los pueblos! Sea alabado su nombre grandioso e imponente: ¡él es santo! Rey poderoso, que amas la justicia: tú has establecido la equidad y has actuado en Jacob con justicia y rectitud. Exalten al SEÑOR nuestro Dios; adórenlo ante el estrado de sus pies: ¡él es santo! Moisés y Aarón se contaban entre sus sacerdotes, y Samuel, entre los que invocaron su nombre. Invocaron al SEÑOR, y él les respondió; les habló desde la columna de nube. Cumplieron con sus estatutos, con los decretos que él les entregó. SEÑOR y Dios nuestro, tú les respondiste; fuiste para ellos un Dios perdonador, aun cuando castigaste sus rebeliones. Exalten al SEÑOR nuestro Dios; adórenlo en su santo monte: ¡Santo es el SEÑOR nuestro Dios!”.[2]
Sin embargo, la adoración no es automática en la vida de un ser humano bendecido, porque el requisito indispensable es la fortaleza de reconocer la intervención de Dios. Como dijo Lockward: “Para que exista ‘alabanza’ es imprescindible una actitud del corazón que reconoce en el objeto de la ‘alabanza’ el carácter de soberano señor y dueño, como en el Sal. 99, donde se comienza reconociendo la grandeza de Dios”.[3] Elena de White, menciona que “el Señor Jesús está muy cerca de aquellos que aprecian de ese modo sus dones de gracia, que descubren el origen de todos sus bienes en un Dios benevolente, amante y cuidadoso, y que reconocen en él a la gran Fuente de toda consolación, la vertiente inagotable de la gracia”, y este reconocimiento concibe alabanzas genuinas a Dios.
Mi amigo (a) que “reine la paz de Dios en vuestra alma. Entonces tendréis fuerzas para soportar todos los sufrimientos, y os gozaréis en el hecho de que poseéis gracia para resistir. Alabad al Señor; proclamad su bondad; hablad de su poder. Dulcificada la atmósfera que rodea vuestra alma… Alabad con alma, voz y corazón al que sostiene vuestra vida, vuestro Salvador y vuestro Dios”.[4]
Pr. Joe Saavedra
Desde la línea de batalla y un poquito antes del retorno de Cristo…
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