ADMINISTRADORES
“Que todos nos consideren servidores de Cristo, encargados de administrar los misterios de Dios. Ahora bien, a los que reciben un encargo se les exige que demuestren ser dignos de confianza.” (1 Corintios 4.1–2, NVI)
Como servidores de Dios tenemos deberes que cumplir. Éstos no consisten solamente en la asistencia regular a la iglesia o una mayordomía impecable, más bien uno resalta entre varios, y es el papel de administrador, cuyo rol es trascendente en la vivencia cristiana. Dios nos ha encargado una obra especial, no se la dio a los ángeles ni a ninguna otra criatura, por lo mismo es una responsabilidad seria, por eso nos ha llamado a ser “administradores de los misterios de Dios”, como diría Jesús, tengo que administrar “el negocio de mi padre”.
La palabra griega de “administrador” es “oikonomos”, pero por derivar de otras dos términos griegos, “oikos”, casa, y “nomo”, distribuir o dispensar,[1] entonces bien podría ser correctamente traducido como “mayordomo”, y éste es una persona que tiene bajo su responsabilidad una casa y todos lo que viven bajo ese techo, además de pagar todas las cuentas y disponer que todo esté en orden. Esa función es asignada directamente por el dueño del predio, quién le da “una anillo”,[2] que para el contexto bíblico, significa autoridad y poder.[3]
En el mismo contexto, un mayordomo en un sentido más amplio, cumplía los siguientes deberes: (1) La palabra neotestamentaria (1 Corintios 4:1–2) es importante. El administrador (mayordomo) era un comisionado, uno a quien se confiaban valiosos recursos. Se esperaba que el/ella tomara esos recursos, los usara según los propósitos de su señor y volviera con el fruto de su esfuerzo y los recursos originales, para traer renombre a su patrón. El principio clave en que se funda una buena administración es el servicio fiel y productivo del cual el patrón pueda disponer como quiera.
(2) Es el que sirve a los demás y en su calidad de servidor se convierte en la persona clave de una organización. Es el encargado de idear y realizar, por medio de todos los elementos disponibles, humanos y no humanos, todas las actividades de la corporación. Según Henry Fayol, el mayordomo «necesita un cuerpo sistematizado de conocimientos que proporcione las verdades fundamentales que puede utilizar en su trabajo. Al mismo tiempo, debe inspirar, adular, lisonjear, enseñar e inducir a otras personas que sirvan al unísono y contribuyan hacia los objetivos deseados».[4]
En resumidas cuentas, un administrador es una persona de confianza, que cumple a cabalidad los encargos que se le encomendaron y se convierte en una persona productiva. Además, lidera personas con un ejemplo de servicio, y de esa forma motiva a sus dirigidos al cumplimiento de sus objetivos. Nosotros, también fuimos llamados a ser administradores, el Señor nos encomendó cuidar de “sus negocios”. Él espera que seamos administradores leales y de confianza, que llevemos adelante los encargos que nos dio, y que seamos de motivación para las personas que nos rodean. Que privilegio y responsabilidad tenemos, al saber que el Creador del universo, nos dejó aquí en la tierra el encargo de sus bienes, “sus misterios”, y que viene pronto a comprobar si fuimos dignos de su confianza. Pero, ¿cuáles son esos bienes o misterios que se nos encargó?, ¡buena pregunta!
Mi amigo (a) en la fe, “cada cristiano es un administrador de Dios, que tiene a su cargo los bienes del Señor… Que todos los que pretenden ser cristianos obren sabiamente con los bienes del Señor. Dios está haciendo un inventario del dinero que les ha prestado y de las ventajas espirituales que les ha concedido. ¿Harán ustedes, como administradores, un inventario cuidadoso?”.[5]////.
Desde la línea de batalla y un poquito antes del retorno de Cristo…
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[1] Marvin Richardson Vincent, Word studies in the New Testament, vol. 1 (New York: Charles Scribner’s Sons, 1887), 391.
[2] Ibid.
[3] James Swanson, Dictionary of Biblical Languages with Semantic Domains: Greek (New Testament) (Oak Harbor: Logos Research Systems, Inc., 1997).
[4] Pablo A. Deiros, «Preacio a la Edicion Electronica», Diccionario Hispano-Americano de la misión (Bellingham, WA: Logos Research Systems, 2006).
[5] Elena de White, A fin de Conocerle, 2 de agosto.