LA CURA

“De hecho, la ley exige que casi todo sea purificado con sangre, pues sin derramamiento de sangre no hay perdón” (Hebreos 9:22 NVI).

Mientras se busca la vacuna contra la COVID-19, enfermedad causada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, expertos de todo el mundo prueban tratamientos ya existentes que sirvan para superar la enfermedad. Se experimenta con antimaláricos, como la cloroquina e hidroxicloroquina; antirretrovirales, como el ritonavir, y por estos días se está probando una terapia utilizada desde hace un siglo: el “plasma convaleciente”. Esta se basa en la transfusión de plasma sanguíneo de una persona convaleciente a un enfermo.

El plasma sanguíneo es el suero o solución que queda de la sangre después de que se han removido sus componentes celulares, como plaquetas, glóbulos rojos y glóbulos blancos. Está compuesto por agua, proteínas, grasa, glucosa, vitaminas, hormonas, oxígeno, dióxido de carbono, entre otras sustancias. No obstante, en el plasma también se encuentran los anticuerpos que el organismo de una persona con una infección crea para defenderse de los agentes patógenos que la originan. Por lo tanto, el llamado “plasma convaleciente” busca, mediante transfusión, usar los anticuerpos de personas recuperadas -que quedan en la sangre incluso por años- en pacientes que están luchando contra la misma infección.

Así como el “plasma sanguíneo” puede ser una cura alternativa para este coronavirus, la sangre de Jesús es la cura segura para la principal enfermedad que azota al mundo, y le le quita la paz, alegría y vida plena: el pecado, que se refleja en la maldad y la tendencia a tomar decisiones equivocadas.

“Sangre”, es una palabra clave para comprender el mensaje redentor de la Biblia. Su significado es esencial para entender los sacrificios del AT. Más importante aún; la palabra “sangre” constituye un tema fundamental para comprender la obra de Cristo.

El Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado explica acertadamente la obra de Cristo en relación a la sangre: “Según la Ley, la muerte es la paga del pecado. Para obtener el perdón era indispensable sacrificar la vida de un sustituto, prefigurando el sacrificio del Calvario. La sangre de los animales sacrificados servía para hacer la expiación sobre el altar (Lv. 17:1–14; Dt. 12:15–16), o en el interior del santuario, sobre el propiciatorio (Lv. 8:23, 30; Éx. 24:8; He. 9:18–22). Mediante este símbolo, el sacerdote venía a decir al Señor: «El hombre (o el pueblo) a quien yo represento hubiera debido morir a causa de su pecado. Pero la sangre aquí presentada demuestra que una víctima ha sido ofrecida en su lugar. Tu ley queda satisfecha. Otorga tu perdón según tu promesa.» En el NT, las expresiones: sangre de Jesús, sangre de Cristo, sangre del Cordero, sangre del pacto, sangre rociada, son metáforas que representan la muerte expiatoria del Señor Jesús; fue por el derramamiento de Su sangre que pudo haber salvación (1 Co. 10:16; Ef. 2:13; He. 9:14; 10:19; 1 P. 1:2, 19; 1 Jn. 1:7; Ap. 7:14; 12:11; Mt. 26:28; He. 12:24)”.[1]

Mi apreciado(a) compañero(a) de fe, aceptar a Jesús y por consecuencia, comprometerse a vivir bajo los principios de la Biblia,  es una forma simbólica de escapar del pago trágico e ineludible del pecado (la muerte eterna), al presentarse Cristo mismo como pago y saldar las cuentas, de tal manera que tengamos acceso a la vida eterna. Con razón, este texto es popular, por la simplicidad con que presenta la compleja verdad de nuestra salvación que tiene que ver con sangre: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”.[2]

“Dios está esperando para conferir la bendición del perdón, la remisión de la iniquidad y los dones de la justicia a todos los que crean en su amor y acepten la salvación que él ofrece. Cristo está dispuesto a decir al pecador arrepentido: ‘Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala’. La sangre de Jesucristo es el argumento elocuente que habla en favor de los pecadores. Esta sangre ‘limpia de todo pecado’”.[3]

Feliz y bendecido/a el/la que acepta a Cristo y vive bajo los preceptos de su Palabra, porque cuando pase el Ángel de la muerte, al encontrar la sangre rociada en el marco de su puerta, pasará de largo. ¿Qué piensas?… ¿qué decides?/////////.

Pr. Joe Saavedra

Desde mi rincón de poder… un poquito antes del retorno de Jesús…

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[1]Samuel Vila Ventura, Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado (TERRASSA (Barcelona): Editorial CLIE, 1985), 1065.

[2]Juan 3:16 NVI

[3]Elena de White. Testimonios para los Ministros, 517.

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¿CUÁNTA FE NOS QUEDA?

Él, en cambio, conoce mis caminos; si me pusiera a prueba, saldría yo puro como el oro” (Job 23:10 NVI)

En agosto pasado, los mercados del oro registraron su máximo precio histórico al superar los US$2.000 por onza. Este metal precioso tiene una gran demanda como inversión, es símbolo de estatus, riqueza y un componente clave en muchos productos electrónicos. No obstante, muy a parte de su relevante importancia en el mundo, es valedera la incógnita que cuestiona la disponibilidad del metal precioso y cuan cerca estamos de que se agoten sus reservas en la Tierra. Porque al ser un recurso finito, eventualmente llegará una etapa en la que no quedará nada por explotar.

Los expertos hablan sobre el concepto de nivel máximo o pico, que tiene lugar cuando hemos extraído la mayor cantidad posible en un año. Algunos creen que es posible que ya hayamos llegado a ese punto. La producción de las minas de oro totalizó 3.531 toneladas en 2019, un 1% menos que en 2018, según el Consejo Mundial del Oro. Esta es la primera disminución anual de la producción desde 2008.

Aun con toda la información previa, la pregunta básica todavía requiere respuesta: ¿Cuánto oro queda?

Para tratar de dar una respuesta acertada, debemos conocer como las empresas mineras estiman el volumen de oro que permanece en el suelo, y la hacen de dos formas:

  1. Reservas: oro que es económicamente viable extraer al precio de su cotización.
  2. Recursos: oro que se volverá económicamente viable después de una investigación adicional, o a un nivel de precios más alto.

El volumen de las reservas de oro se puede calcular con mayor precisión que los recursos, aunque todavía no es una tarea fácil. Entonces, el stock subterráneo de reservas de oro se estima actualmente en alrededor de 50.000 toneladas, según el Servicio Geológico de Estados Unidos.

Esto significa, en base a estas cifras aproximadas del oro ya extraído, que todavía queda alrededor del 20% por explotar. Esto quiere decir, que este metal precioso se está acabando, y los que la poseen serán sumamente ricos y afortunados.

Aplicando este análisis a la experiencia cristiana, estas dos preguntas también son válidas: ¿Cuánta fe queda en el mundo? ¿Cuánta fe nos queda? En este contexto, resalto a la fe como esa “actitud de confianza, convicción y entrega a un ser divino o a una enseñanza religiosa. Tiene que ver con la orientación de la persona total, que puede involucrar también las creencias de una religión, pero que básicamente se expresa como confianza o lealtad”.[1]

Sin embargo, apreciado(a) lector(a), quizá puedas estar cuestionando la relación “fe = oro”, pero no te sorprendan que en la Biblia, esa virtud como prueba de lealtad y compromiso con Dios es ilustrada a través de este metal precioso.  Por ejemplo Job, en el texto que elegimos para la meditación de hoy, relaciona su fe con el oro puro. Por su parte, el apóstol Pedro, también ilustra la fe incondicional con el metal precioso.

Por todo lo mencionado, una vez más cuestiono: ¿Cuánta fe queda en el mundo? ¿Cuánta fe nos queda? Porque es innegable que vivimos tiempos muy complicados. La moral está trastocada, la solidez familiar resquebrajada, la cordura humana alterada y por estos tiempos, la buena salud amenazada.

Los expertos en salud emocional mencionan que la repetición de hechos o actividades sean estos agradables o dolorosos, llegan a ser considerados como parte natural de la vida, por ende la resistencia y la resignación aumentan. Por su lado los sociólogos, comulgan que es éticamente correcto cuando se actúa de acuerdo a lo que dicta la costumbre o cuando se decide en base a lo que la mayoría cree correcto (la presión de masa). Si es costumbre y la mayoría lo hace, entonces se concluye que estas son las cosas que debemos hacer. Menciono estas ideas, porque es una opción en tu vida y en la mía, que al experimentar dolor, o encontrarnos con situaciones bien complicadas o enfrentarnos a un mundo donde lo malo ya es bueno y lo bueno es considerado malo, pensemos que todo esto es natural y que necesitamos acomodarnos a las circunstancias, sin Dios, sin fe y sin esperanza, porque al final de todo, solo es cuestión de resistencia y adaptación.

El mundo se va quedando sin fe, la humanidad va perdiendo el rastro de su Creador, porque las exigencias y el rigor de estos tiempos malos, están llevando a los hombres a echar mano de una característica nata y peculiar: sobrevivencia. Porque es innegable que por estos tiempos, ante tanto dolor y pecado extremo, hasta los seguidores de Jesús son inducidos y tentados a resignarse y acomodarse. Por lo tanto, mi apreciado(a) compañero(a) de fe, esta pregunta es necesaria: ¿Cuánta fe nos queda?////////.

Pr. Joe Saavedra

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[1]Pablo A. Deiros, «Prefacio a la Edición Electrónica», Diccionario Hispano-Americano de la misión (Bellingham, WA: Logos Research Systems, 2006).

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