¿BUENA O MALA SUERTE?

“Fue Dios quien me envió aquí, y no ustedes. Él me ha puesto como asesor del faraón y administrador de su casa, y como gobernador de todo Egipto” (Génesis 45:8 NVI)

Hay personas que cree en la buena y en la mala suerte. Es común escuchar la frase “qué buena suerte” cuando algo ha salido bien, o que “mala suerte” si sucedió algo inesperado y desagradable. Este asunto de buena o mala suerte está ligado a la frase famosa “el destino”. Si algo salió mal, es tu destino de mala suerte; si todo salió bien, es el destino que te depara buena suerte. Hace algunas semanas atrás, estuve caminando por una calle céntrica de una ciudad grande, cuando en una esquina una señora vestida con ropas coloridas hacía la oferta a todo el que pasaba: “ven para leerte la mano y ver que te depara el destino”, y varios se quedaron para escuchar sobre su mala o buena suerte.

Sin embargo ese asunto es confuso para los hombres, porque muchas veces relacionan la suerte con los sucesos que van transcurriendo sin que estos sean parte del azar del destino, y lo que para unos puede ser mala suerte, quizás para otros sea buena, todo depende del momento y las circunstancias, como la ilustración que le contaba un amigo a otro:

Amigo 1: “Un avión comenzó arder en pleno vuelo y todos los pasajeros debían abandonar la nave”.

Amigo 2: “Qué mala suerte”

Amigo 1: “Pero todos corrieron a colocarse unos paracaídas de emergencia”

Amigo 2: “Qué buen suerte”

Amigo 1: “Pero cuando fueron a ponerse los paracaídas, estos había sido olvidados en tierra”

Amigo 2: “Qué mala suerte”

Amigo 1: “Si  embargo un Señor encontró un paracaídas olvidado en su compartimiento”

Amigo 2: “Qué buena suerte»

Amigo 1: “Entonces se colocó el paracaídas y se lanzó para salvar su vida, pero el paracaídas no se abrió”

Amigo 2: “Qué mala suerte”

Amigo 1: “Sin embargo mientras el hombre pensaba que iba a morir se dio cuenta que iba directo a un gran montículo de paja”

Amigo 2: “Qué buena suerte”

Amigo 1: “Pero en medio del montículo de paja había tres rastrillos de hierro con los dientes afilados hacia arriba”

Amigo 2: “Qué mala suerte”

Amigo 1: “Pero hombre no cayó en la paja”

Amigo 2: ¿…?

No obstante, la Biblia es clara en colocar a un lado ese asunto de la buena o mala suerte, porque los sucesos transcurren según la voluntad de Dios. Cómo en la historia de José, cuando se presentó a sus hermanos con el hermano que  ellos habían vendido y que su padre lo creía muerto. Y ante el asombro de su hermanos reiteró una verdad que todo ser humano debe entender: “No obstante, José insistió: —¡Acérquense! Cuando ellos se acercaron, él añadió: —Yo soy José, el hermano de ustedes, a quien vendieron a Egipto. Pero ahora, por favor no se aflijan más ni se reprochen el haberme vendido, pues en realidad fue Dios quien me mandó delante de ustedes para salvar vidas”.[1] No es el destino, ni la suerte, ni ninguna otra cosa parecida, lo que interviene en los acontecimientos de la historia del ser humano, sino la voluntad de Dios y las decisiones que el propio hombre asume. La frase es clara: “Dios me mandó delante de ustedes…”, no fue el destino, fue Dios el que lo permitió.

Mi amigo (a), es bueno mencionarte, que el destino y la suerte, no tienen relación con la vida que llevas; además, las victorias y la derrotas no tienen nada que ver con tu buena o mala suerte, o que el destino te escogió para ser mejor o peor, ¡no es así!, es Dios, soberano por sobre todas las cosas, quién va permitiendo sucesos en tu vida, tomando en cuenta las decisiones que libremente eliges. José sabía de eso, por eso volvió a reiterarles  a sus seres queridos que no era el destino sino Dios el que había permitido todo los acontecimientos: “Fue Dios quien me envió aquí, y no ustedes. Él me ha puesto como asesor del faraón y administrador de su casa, y como gobernador de todo Egipto”.

Hoy sometámonos a su voluntad, y pidamos sabiduría para poder tomas buenas decisiones… ¡Buen día!

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Génesis 45:4,5 NVI

EL PECADO NO TIENE EXCUSA

 “—¡No sabemos qué decirle, mi señor! —contestó Judá—. ¡No hay excusa que valga! ¿Cómo podemos demostrar nuestra inocencia? Dios ha puesto al descubierto la maldad de sus siervos. Aquí nos tiene usted: somos sus esclavos, nosotros y el que tenía la copa» (Génesis 44:16 NVI)

Desde que se inventaron las excusas, el ser humano ha puesto toda su originalidad para poder justificar cada una de sus acciones. Especialmente, las excusas se muestran en toda su plenitud cuando existe una falta, o cuando se pretende eludir la consecuencia de un error. Con razón el concepto general de “excusa” dice que es un “motivo o pretexto para eludir una obligación o disculpar alguna omisión”,[1] y normalmente está relacionado a exageraciones y mentiras.

Y esta tendencia humana, también convive en nuestra relación con Dios y la iglesia. Siempre encontramos una excusa para poder justificar una falta o calmar la conciencia que exige explicaciones a los actos pecaminosos. Es constante escuchar frases así: “engaño a mi esposa porque ella no me comprende”, “me emborracho porque quiero olvidar mi decepción”, “no realizo mi comunión personal con Dios porque tengo que salir muy temprano”, “no leo la Biblia porque sus letras con pequeñas”, “llego tarde a la iglesia porque vivo lejos”, “no testifico porque nadie quiere escuchar”, excusas y más excusas.

Sin embargo, las excusas no tienen sentido frente a un Dios omnisapiente, que lo sabe y lo conoce todo. Los mismos hermanos de José, entendieron que nadie se puede burlar de Dios, Él lo tiene todo bajo control. Frente a su hermano José, a quién no reconocían, empezaron a recordar actos incorrectos que habían justificado y que enterraron en el olvido, pero que Dios no había olvidado. Recordaron vívidamente, los instantes cuando volvían a casa después de haber vendido a José, repitiéndose entre ellos: “lo lastimamos porque se lo merecía”, “lo vendimos porque era un engreído”. Allí, en medio de la desgracia, entendieron que las excusas no justifican nada, sino encubren las faltas y alargan la agonía. “¿Cómo podemos demostrar nuestra inocencia? Dios ha puesto al descubierto la maldad de sus siervos”, esta exclamación es una muestra del dolor y la desesperación en que se encontraban después de haber querido, a través de excusas, justificar sus faltas.

Mi amigo (a), ¿cómo va tu vida?, ¿estás ocultando o justificando tus faltas a través de excusas?, ¿quieres pasar por inocente cuando sabes que eres culpable?, ¿no has entendido todavía que una vida de excusas es un campo que va a cosechar dolor y desgracias? El pecado no tiene excusa, y ocultarlo no tiene sentido frente a un Dios Todopoderoso que lo conoce todo. Empieza este día poniendo tu vida en orden, ¡para con las excusas!,¡estas no tienen sentido!, porque “cuando el Padre dio a su Hijo para que muriera por nosotros, puso todos los tesoros del cielo a nuestra disposición. El pecado no tiene excusa. El Señor nos ha concedido todas las ventajas posibles a fin de que tengamos fuerza para resistir las tentaciones del enemigo. Si el hombre hubiera seguido el ejemplo de Cristo cuando se lo sometió a prueba, habría dado a sus hijos y nietos un ejemplo de pureza y justicia inquebrantable, y la especie humana no se habría deteriorado, sino que hubiese mejorado”.[2] ¡Hoy puede ser el día de arreglar las cosas con Dios!

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe:

[2] Cada día con Dios, 5 de noviembre

LLORA EL QUE TIENE CORAZÓN

“Conmovido por la presencia de su hermano, y no pudiendo contener el llanto, José salió de prisa. Entró en su habitación, y allí se echó a llorar desconsoladamente. Después se lavó la cara y, ya más calmado, salió y ordenó: «¡Sirvan la comida!»” (Génesis 43:30-31 NVI)

Encontrarse después de muchos años con sus hermanos que lo lastimaron, saber de su padre, enterarse de los pormenores de la muerte de su madre, conocer a su hermano Benjamín, reconocer que las cosas habían cambiado en su casa, provocaron muchas emociones intensas en la vida de José. Las emociones, son propias de los seres humanos, y son reconocidas como “reacciones psicofisiológicas que representan modos de adaptación a ciertos estímulos ambientales o de uno mismo. Psicológicamente, las emociones alteran la atención, hacen subir de rango ciertas conductas guía de respuestas del individuo y activan redes asociativas relevantes en la memoria. Fisiológicamente, las emociones organizan rápidamente las respuestas de distintos sistemas biológicos, incluidas las expresiones faciales, los músculos, la voz, la actividad del SNA y la del sistema endocrino, a fin de establecer un medio interno óptimo para el comportamiento más efectivo”.[1] Todo esto produce reacciones de conducta, siendo el más común el llanto.

Cuando el cuerpo de un ser humano se emociona, su cuerpo se altera y se recarga de sensaciones y sentimientos que deben ser canalizados para que no produzcan daños psicológicos y fisiológicos. Una de las vías más seguras para poder drenar una sobrecarga de  emociones es llorar, a través de las lágrimas, ese cuerpo alterado vuelve a su estado normal. “El término llanto en general describe cuando alguien derrama lágrimas en reacción a un estado emocionado”,[2] y esto porque investigaciones recientes establecieron una red neural biológica entre el conducto lagrimal y las áreas del cerebro humano implicadas con la emoción. Además, las lágrimas, son producidas por la glándula lagrimal, y tienen una importancia crucial en la visión, porque limpian y lubrican el ojo. Esto quiere decir que “intervienen fundamentalmente en la óptica ocular y en el normal funcionamiento del globo ocular y de sus estructuras. Cualquier alteración de la lágrima influye en la agudeza visual”.[3]

¿Te imaginas que pasaría si no podríamos llorar?, creo que habría desperfectos en la vida humana. Por un lado, el ojo estaría sucio y la falta de lubricación haría complicada la visión; por el lado de las emociones, habría alteraciones psicológicas y fisiológicas, el cuerpo no resistiría la sobrecarga de emociones y el final sería fatal. Gracias a Dios, que podemos llorar, para tener una visión más aguda y sobretodo, poder drenar tantas emociones que en transcurso de nuestra vida vamos a manifestar. Cómo José, que necesitó llorar para poder descargar tantas emociones juntas, y hallar consuelo para las tribulaciones en que se encontraba. O cómo Pablo, quién habiendo pasado muchas aflicciones y finalmente la cárcel, llegó a sentir que no podía más, tenía que descargar tantas emociones y sentimientos encontrados, tenía que tener la serenidad de poder defenderse en Roma de todos los ataques diabólicos en su contra, y la forma más segura era llorar. Elena de White comenta los momentos antes de que Pablo emprendiera su viaje final a Roma: “Después, reflexionando sobre las arduas experiencias de aquel día, receló Pablo de que su conducta no hubiese sido agradable a Dios. ¿Acaso se había equivocado al visitar a Jerusalén? La causa de Cristo estaba muy cerca del corazón de Pablo, y con profunda ansiedad pensaba en los peligros de las diseminadas iglesias, expuestas a las persecuciones de hombres tales como los que había encontrado en el concilio del Sanedrín. Angustiado y desconsolado, lloró y oró”.[4]

Mi amigo (a), no podemos quedarnos ajenos a las emociones, porque cada momento estamos interactuando con seres humanos, con reacciones y estados de ánimo. Además, nos toparemos con injusticias, maldades, insultos, incomprensiones, traiciones, decepciones y ataques malignos, y no te sientas débil si algún momento quiere llorar, más bien adelante, llora y llora bien, porque solo llora el que tiene corazón, el que siente, el que vive intensamente cada día, el que se esfuerza por estar en paz con Dios, él que sabe que llorar no es debilidad, sino fuerza para seguir sobreviviendo en este mundo de maldad. Y allí, en medio del llanto, sabrás que no estás solo, que el mismo Dios está presto para correr en tu auxilio, cómo pasó con Pablo que al sentirse débil lloró y oró y recibió respuesta; porque ese mismo Dios que lo había librado de turbas asesinas y de todo ataque infernal, estaba allí y le trasmitió confianza: «A la noche siguiente el Señor se apareció a Pablo, y le dijo: «¡Ánimo! Así como has dado testimonio de mí en Jerusalén, es necesario que lo des también en Roma»”.[5] ¡Ánimo si estas llorando!, solo lloran los que tienen corazón.

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Emoci%C3%B3n

[2] http://es.wikipedia.org/wiki/Llanto

[3] http://es.wikipedia.org/wiki/L%C3%A1grima

[4] Testimonios Selectos, Tomo 2, capítulo 26.

[5] Hechos 23:11 NVI

CONSECUENCIAS

“…pero se decían unos a otros: —Sin duda estamos sufriendo las consecuencias de lo que hicimos con nuestro hermano. Aunque vimos su angustia cuando nos suplicaba que le tuviéramos compasión, no le hicimos caso. Por eso ahora nos vemos en aprietos” (Génesis 42:21 NVI)

Existe un principio elemental de vida que dice: “Todo lo que cosechamos es consecuencias de lo que sembramos”. No podemos esperar recibir lo que no merecemos, ni obtener lo que no hemos ganado. Así como es normal esperar lo que ganamos y disfrutar lo que conseguimos. Es muy común escuchar frases así: “Dios me está castigando”, “es injusto esto”, “la vida me tiene bronca”, “soy una víctima de las circunstancias”. Aunque en un millón, uno pueda tener la razón, lo real es que cada uno recibe lo que merece, o cosecha lo que siembra.

Este principio está involucrado en cada acción del ser humano, en el trabajo, en las relaciones familiares, en la salud, en la familia y por sobre todo en nuestra relación con Dios y su santidad. Una persona que come y bebe “lo que sea”, no descansa y pone a un lado los hábitos de una buena salud, no tendría autoridad de vociferar que está siendo castigado cuando se encuentre próximo a la muerte en medio de dolores insoportables. Un padre que descuida a sus hijos, que piensa que comprándoles todo es suficiente y que su ausencia no será percibida, debe prepararse a llorar “lágrimas de sangre”, cuando vea a sus hijos tomando malas decisiones o arruinando su vida. Otra ilustración la tenemos en la experiencia de los hermanos de José.

Estos jóvenes tomaron a su hermano menor, lo lastimaron arrojándole a una cisterna vacía y a pesar de las súplicas lo vendieron como esclavo a unos mercaderes quienes lo llevaron lejos de su casa. Luego regresaron a casa y armaron todo un drama para encubrir sus faltas. No habían entendido que toda acción trae consecuencia, como tirar una piedra al cielo y esperar que caiga con fuerza. Allí en Egipto, en medio de la angustia comenzaron a entender que el golpe que se da, regresa con fuerza.

De la misma forma tenemos que considerar al pecado. No pensemos que nuestras acciones sucias, o el mal que practicamos puede quedar en el olvido, o que con una frase incrédula digamos: “aquí no pasó nada”, ¡no es así!, quizás tu mente sea frágil para olvidar tus acciones malas, o la costumbre de tus actos pecaminosos te hayan vuelto insensible, pero la mente omnipotente de Dios no olvida, y él te dice: “aquí si pasó algo”, y si te has olvidado, te lo va hacer recordar. Él mismo afirma en su Palabra: “Pero si se niegan, estarán pecando contra el SEÑOR. Y pueden estar seguros de que no escaparán de su pecado”, [1] la versión Reina Valera 1960 traduce este mismo versículo, resaltando el asunto de las consecuencias: “Mas si así no lo hacéis, he aquí habréis pecado ante Jehová; y sabed que vuestro pecado os alcanzará”. ¡Todo lo que hacemos hoy nos va alcanzar mañana!.

Elena de White dice: “El amor a Dios nunca debe inducirnos a empequeñecer el pecado; nunca debe encubrir ni excusar un mal inconfesado. Acán aprendió demasiado tarde que la ley de Dios, lo mismo que su Autor, es inmutable. Tiene que ver con todos nuestros actos, pensamientos y sentimientos. Nos sigue, y alcanza cada impulso secreto. Al abandonarse al pecado, los hombres llegan a considerar livianamente la ley de Dios. Muchos ocultan las transgresiones de sus semejantes, y se consuelan diciéndose que Dios no será estricto para señalar la iniquidad. Pero su ley es la gran norma de la rectitud, y con ella será comparado todo acto de la vida en ese día cuando Dios traerá toda obra a juicio, y todo acto secreto, sea bueno o malo. La pureza de corazón, producirá pureza de vida. Todas las excusas en favor del pecado son vanas. ¿Quién podrá defender al pecador si Dios da testimonio contra él?”.[2]

Mi amigo (a), cada paso que demos, cada acción emprendida, debería ser hecho con sumo cuidado y en la seguridad de la oración. Hacer las cosas sin pensar, tomar decisiones a la ligera y jugar con el pecado, no son acciones gratuitas, la factura va a llegar con una cuenta altísima, y quizás pagarla no esté a nuestro alcance. Hoy debería ser el momento de parar, de despertar, percibir en la dirección en que estamos yendo y de entender que esa piedra que lanzamos muy lejos, va a caer y quizás sea en nuestra cabeza. Hoy puede ser un día de cambios.

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Números 32:23 NVI

[2] Hijos e hijas de Dios, cap: Dar al pecado el nombre que se merece

BUEN SIERVO FIEL

“Pero José no quiso saber nada, sino que le contestó: —Mire, señora: mi patrón ya no tiene que preocuparse de nada en la casa, porque todo me lo ha confiado a mí. En esta casa no hay nadie más importante que yo. Mi patrón no me ha negado nada, excepto meterme con usted, que es su esposa. ¿Cómo podría yo cometer tal maldad y pecar así contra Dios?” (Génesis 39:8-9 NVI)

Muchas veces me pregunté qué hacía Jesús mientras la mujer de Potifar seducía a José. ¿Sabes cómo lo imagino? Lo veo junto a su Padre y a los ángeles, atento mirando a la tierra; mientras ve entrar a esa mujer al cuarto de José, cierra los puños, aprieta los dientes. Tiene deseos de intervenir poderosamente, de librar a su hijo de ese demonio con perfume y ropa ceñida, pero se contiene, sabe que debe respetar el libre albedrío y mientras esa mujer se insinúa a José, una súplica sale de su boca: “José, no me defraudes, no te quedes allí parado, no la escuches, ¡vamos José!, tú sabes lo que tienes que hacer, huye hijo, huye José, sal de ahí José”. ¿Sabes?, veo tensión en el rostro del Padre, veo súplicas en los ojos de Jesús, todo el cielo está en silencio, los ángeles no entienden el profundo amor de Dios por el hombre, no entienden que hay en “esos pobres humanos” que hacen sufrir al Dios Supremo.

¿Te Imaginas a esa mujer muy coqueta y perfumada, acercándose a José, proponiéndole pasar la noche más intensa de sus vidas?, ¿te imaginas a José mirando para todos lados, cerciorándose que nadie los ve, y cerrando la puerta de lachabitación?, ¿te imaginas la reacción de Jesús, si José cedía a las proposiciones de esa mujer casada?

Yo me imagino a Jesús, desplomándose en su asiento, me imagino sus ojos llenos de lágrimas, queriendo negar lo que ve, lo veo defraudado y muy triste. Nadie se le acerca, el silencio del cielo se pone aún más tenso. Y con un dolor indescriptible el pronuncia: “José, ¿por qué José?, ¿por qué no escapaste?, ¿por qué malograste todo?, yo tenía un plan tan exitoso para ti, tenía tantas bendiciones que entregarte, confié en ti y me has defraudado”

Pero, ¿te imaginas a esa mujer insinuándose a José, proponiéndole dinero por un momento de placer efímero?, ¿te imaginas acercándose a él toda perfumada y tentadora?, ¿Y te imaginas a José poniéndose de pie de un salto y huyendo, escapando de esa casa, corriendo a toda prisa?

¿Te imaginas la reacción de Jesús? Yo veo a Jesús saltando de alegría, abrazando al Padre, abrazando a los ángeles, lo escucho diciendo eufórico: “les dije, ese es mi José, ese en mi hijo, sabía que no me defraudaría” y de sus labios santos sale la frase: “Buen siervo fiel, sobre poco has sido fiel sobre mucho te pondré, entra en el gozo de tu Señor”.

Mi apreciado amigo (a), una escritora adventista decía: “Nuestra única seguridad consiste en no dar cabida al diablo; porque sus sugestiones y propósitos consisten siempre en perjudicarnos e impedirnos que confiemos en Dios. Él se transforma en ángel de pureza para poder, por sus especiosas tentaciones, introducir sus planes de manera que no discernamos sus astucias. Cuanto más cedamos, más poder ejercerán sus engaños sobre nosotros. No hay seguridad en entrar en controversia o parlamento con él. Por cada ventaja que concedamos al enemigo, pedirá más. Nuestra única seguridad consiste en rechazar firmemente el primer paso hacia la presunción. Dios nos ha dado, por los méritos de Cristo, suficiente gracia para resistir a Satanás y ser más que vencedores”.[1]

En el camino de la vida, rumbo al cielo, aparecerán tentaciones «perfumadas y atractivas», pecados “cargados de músculos y virilidad”, pero “la resistencia es éxito. ‘Resistid al diablo, y de vosotros huirá’. La resistencia debe ser firme y constante. Perderemos todo lo ganado, si resistimos hoy para ceder mañana”.[2] Y nuestra repuesta de firmeza debe ser: ¿Cómo podría yo cometer tal maldad y pecar así contra Dios?

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Elena de White, Testimonios Selectos, tomo 3 (Buenos Aires: ACES, 1934) pp. 205, 206.

[2] Ibid.

PURIFÍQUENSE

“Entonces Jacob dijo a su familia y a quienes lo acompañaban: «Desháganse de todos los dioses extraños que tengan con ustedes, purifíquense y cámbiense de ropa” (Génesis 35:2 NVI)

En algún momento de nuestra vida nos hemos sentido alejados de Dios. Esa sensación es producto de la rutina cristiana, de la poca voluntad de acercarnos más a Dios, o de la vida pecaminosa que nos envuelve. En cualquiera de los casos, existe un vacío existencial y desesperación. Jacob había pasado por todo eso, sus logros a base de engaños lo alejaron de Dios, incluso en su loca huida llegó a decir que el Señor estaba a su lado y él ni cuenta se había dado. Jacob quería estar en paz con Dios y hacer su voluntad. Él obedeció las instrucciones de Dios, y se reintegró al pueblo de Dios.

Lo primero que hizo Jacob es volver por el camino que había huido, esto significaba dar un giro de 180 grados y dejar el camino que lo alejaba de Dios, la orden era: “Ponte en marcha, y vete a vivir a Betel. Erige allí un altar al Dios que se te apareció cuando escapabas de tu hermano Esaú”.[1] Esta orden requería “volver”, ir en dirección contraria. Reintegrarse al pueblo de Dios o volver a estar a cuentas con Él, significa dejar el camino que estamos andando y tomar el rumbo contrario, “volver; quizás la palabra más adecuadas sea: “conversión”. Un concepto general de “conversión” dice que “es el cambio de un estado pecaminoso a uno de santidad, de un comportamiento de corrupción a uno de pureza, de un sometimiento a Satanás al dominio de Dios”.[2] Y dejar un estado pecaminoso y enrolarse en el “ejército” de los santos, requiere acciones concretas, cómo Jacob, que si deseaba establecerse en Betel, debía deshacerse de todos los dioses extraños que tenía, purificarse y cambiarse de ropa.

Las palabras claves son “deshacerse”, “lavarse” y “cambiarse la ropa sucia”. Si una habitación tiene un mal olor, debe ser porque alguna cosa la está causando. Lo normal sería “deshacerse” del causante del mal olor, una vez que lo descubrimos. Después lavar el rincón que fue ensuciado y desinfectar todo objeto que estuvo en contacto con la causa del hedor. Esta ilustración puede ser oportuna para entender las acciones que un hijo de Dios debe hacer en su afán de romper las cadenas del mal y someterse a Dios: “Deshacerse de los pecados que dan mal olor, lavarse y cambiarse de ropa”. El que hace eso ha emprendido el camino de retorno, y establecerá su morada en Betel, en la casa de Dios.

Con razón Isaías puso énfasis es esto: “¡Lávense, límpiense! ¡Aparten de mi vista sus obras malvadas! ¡Dejen de hacer el mal!”.[3] Y Juan reafirmó sobre la importancia de la ropa limpia: “… ropas blancas para que te vistas y cubras tu vergonzosa desnudez…”.[4] No nos extrañemos que la Biblia resalte estas palabras: “limpieza”, “lavarse”, “ropa limpia”, “ropa blanca”, “purifíquense”.

Mi amigo (a), esconder los pecados que causan olores desagradables, no ayuda en nada; justificar la vida sucia o rociarle un poco de perfume de pretextos, no hace más que ocultar por breves momentos la realidad triste de la vida de pecado; tampoco, ayuda en nada escapar cargando “ídolos”, que hacen la vida pesada y quitan la libertad. ¡Volvamos a Dios!, ¡dejemos las prácticas pecaminosas!, y lavémonos en el perdón de Dios… El olor más grato que Dios puede percibir es una vida purificada… ¿Puedes comenzar hoy la purificación de tu vida?

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Génesis 35:1 NVI

[2] Alfonso Lockward, Nuevo Diccionario de La Biblia. (Miami: Editorial Unilit, 2003), 244.

[3] Isaías 1:16 NVI

[4] Apocalipsis 3:18 NVI

CASA DE DIOS

“Al despertar Jacob de su sueño, pensó: «En realidad, el SEÑOR está en este lugar, y yo no me había dado cuenta.» Y con mucho temor, añadió: «¡Qué asombroso es este lugar! Es nada menos que la casa de Dios; ¡es la puerta del cielo!» (Génesis 28:16-17 NVI)

Jacob se encontraba en ese lugar porque estaba huyendo. Y lo hacía porque tenía miedo de su hermano Esaú, quién lo buscaba para matarlo. La razón de este embrollo era que Jacob había conseguido bendiciones en base a mentiras. Jacob era un mentiroso, aunque no hay que sorprenderse de esto, porque esa acción lo había aprendido de su padre y abuelo,[1] y esto nos enseña que las acciones que los padres practican son imitadas por los hijos.

El que miente nunca vive en paz, aunque se acostumbre a mentir. La mentira trae miedo, vergüenza, intranquilidad y por sobre todo, el mentiroso se aleja de Dios y pierde la confianza en Él. Jacob estaba huyendo porque había conseguido la bendición de su padre como un hijo primogénito aunque no lo era, diciendo mentiras. Ahora se encontraba asustado, perplejo y alejado de Dios. Por eso, todo lo que se consigue en base a acciones fraudulentas o prácticas engañosas, traen consecuencias de la cuales no se puede escapar, ni escondiéndose en un bunker antibombas a cien metros bajo el suelo. La mentira puede conseguir riquezas, títulos, puestos y hasta ocultar pecados, pero el final es el mismo: una vida intranquila y la desaprobación de Dios, y de eso no hay escondite seguro.

Jacob, cansado de huir, en medio de un paraje solitario acomodó una piedra para su cabeza y acostándose se durmió. Quizás su cuerpo dormía, pero su mente estaba perturbada, allí no había descanso, los recuerdos de pecado aparecían y desaparecían como luces intermitentes, definitivamente no hallaba paz. Allí, en su descanso pesado tuvo un sueño que lo sacudió y le hizo entender algo vital que podría traerle paz: “confiar en Dios y volverse a su voluntad”. Cuando despertó, tenía una idea central: “En realidad, el SEÑOR está en este lugar, y yo no me había dado cuenta”. Los actos fraudulentos bloquean la única fuente de solución y paz, y convencen al mentiroso que no hay solución y que no existe nadie que pueda aliviarlo. Y no es extraño que la mentira cause todo esto, porque “… el diablo… no se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él…es un mentiroso. ¡Es el padre de la mentira!”,[2] y te odia tanto que el hará todo para mantenerte desanimado y sin esperanza.

Jacob, esa madrugada, pudo encontrarse con Dios, y entender que no estaba solo, que su vida frágil, construida a base de engaños, podía tener otro final, y que estaba viviendo en soledad, cuando tenía a Dios como su pronto socorro. A veces vivimos así, pensando que no le importamos a nadie, que estamos solos, que nadie sabe lo que sentimos o vivimos; pero la tragedia no es esa condición, sino vivir en soledad cuando Dios está tan cerca de nosotros, presto para socorrernos; somos como un pobre hombre que muere de sed a las orillas de un riachuelo de aguas cristalinas y limpias. ¡A ese extremo nos lleva la mentira!

Mi amigo (a), ¡no estamos solos!, tenemos un pronto socorro, un especialista en vidas fraudulentas, que endereza lo que se ha torcido. Él mismo momento, en que clamemos a Dios por ayuda y permitamos su presencia todo se transforma, ¡definitivamente!, todo cambia, y vas clamar como Jacob: «¡Qué asombroso es este lugar! Es nada menos que la casa de Dios; ¡es la puerta del cielo!». ¡Asómbrate de lo que es capaz de hacer Dios por tu vida!, y ten en claro que no necesitas ubicar un “lugar santo” para encontrarte con Dios, sino que, en el lugar donde te encuentres el Dios Omnipotente puede establecer su oficina principal  y desde allí ministrar tu vida. ¡Qué asombroso es saber que una oficina, una habitación, una sala, una cocina, una banca en un parque, cualquier lugar donde nos encontremos puede ser la Casa de Dios!, allí en su presencia podemos resolver todos los conflictos, encontrar salidas para vivir en verdad y dejar la mentira.

En este mismo instante, reviso mi vida y necesito de Dios, voy a clamar a su nombre y me acomodo, porque en instantes mi pequeña oficina, quizás en algún lugar olvidado del planeta tierra, será la oficina de Dios el Rey y Creador del Universo, ¡qué asombroso!

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Génesis 20:2; 26:7

[2] Juan 8:44 NVI

TAN AMADOS

“Entonces Dios escuchó la voz del muchacho, y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo y le dijo: –¿Qué tienes, Agar? No temas, porque Dios ha oído la voz del muchacho, allí donde está” (Génesis 21:17 RVA)

Al muchacho al que hace referencia el texto es Ismael, hijo de Abraham con Agar. Cuando sucede este incidente, Ismael era un adolescente de 16 años. La adolescencia es un periodo en el desarrollo biológico, psicológico, sexual y social inmediatamente posterior a la niñez y que comienza con la pubertad. Su rango de duración varía según las diferentes fuentes y opiniones médicas, científicas y psicológicas, pero generalmente se enmarca su inicio entre los 10 a 12 años, y su finalización a los 19 o 20. Si podríamos resumir en una palabra todo lo que pasa en esta etapa, esta sería la ideal: “cambios”; por lo tanto, es una etapa bien complicada. Cambios a nivel psicológico, sexual y biológico son los más naturales, sin embargo, estas modificaciones llevan a los juveniles a la confusión, admiración, temor, frustración y hasta vergüenza. Por eso es una etapa en el desarrollo humano, que necesita orientación, paciencia y cuidado.

Satanás sabe todo esto, y tiene dirigido toda su “artillería pesada” hacia los adolescentes, porque un adolescente confuso, temeroso y frustrado, sin comprensión y descuidado, es un campo fértil para que el enemigo siembre todo tipo de vicios, prácticas perversas y desprecio personal. En ese estado, Dios no tiene cabida, tampoco la oración y mucho menos la iglesia.

Por otro lado, Dios, también conoce a milímetro a los adolescentes, porque son creación suya, y eso le da un conocimiento más preciso que su Enemigo. Sabe de sus miedos, de sus confusiones, de sus vergüenzas, de sus cambios hormonales y escucha esos gritos silenciosos que hay en el corazón de un muchacho o muchacha. Dios ama mucho a un adolescente, y le tiene una consideración altísima. La prueba de ello se ve en la experiencia de Ismael. Él era un jovencito que comprendía cabalmente lo que estaba sucediendo. Sabía que había sido echado de casa por su propio padre, conocía perfectamente el desprecio de Sara hacia él y su madre, y sentía mucho dolor al ver a su madre llorando desesperadamente, porque no tenían casa, comida y donde ir.  A sus 16 años, estaba experimentando una tragedia familiar.

¿Qué hace normalmente un adolescente deprimido o triste?, algunos abrazan vicios, otros se tornan agresivos, varios se encierran en su soledad, y muchos se quitan la vida. Y todo eso no es raro, porque “los cambios” debilitan la resistencia de un juvenil. ¿Qué hizo el adolescente Ismael?, hizo algo que normalmente un adolescente no hace: “oró al Señor”, y el Señor escuchó al muchacho y corrió a su pronto auxilio.

Dios ama mucho a los adolescentes, sabe sus debilidades, también sus fortalezas, y conoce perfectamente los planes  insanos de Satanás, por eso está presto a ser su pronto auxilio. Si eres un adolescente, y tienes muchos temores, ¡ora!; si eres un padre con un hijo que está creciendo, ¡enséñale a orar! Porque como a Ismael, el Señor escucha a los adolescentes, y va en su ayuda allí donde estén, en la condición que se encuentren.

Recuerda, “Jesús ama a los jóvenes. Murió para salvarlos… Él quiere hacerlos buenos y puros, nobles, amables y corteses, para que puedan vivir con los ángeles puros y santos por la eternidad…”.[1]

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] En Lugares Celestiales, 30 de julio.

WELLESLEY MUIR: UN HOMBRE DE DIOS

“Entonces oí una voz del cielo, que decía: «Escribe: Dichosos los que de ahora en adelante mueren en el Señor.» «Sí —dice el Espíritu—, ellos descansarán de sus fatigosas tareas, pues sus obras los acompañan»” (Apocalipsis 14:13 NVI)

Aunque suene paradójico, debe ser grato morir esperando en el Señor. Muchas veces me pongo a pensar en los momentos cuando me toque descansar: ¿cómo será?, ¿tendré mucho dolor?, ¿me daré cuenta?, ¿dónde será?, ¿tendré tiempo de dejar todo arreglado?, ¿estaré rodeado de mis seres queridos?, ¿estaré solo?, ¿mi fe estará viva e intacta? No quisiera morir todavía, pero si ya me tocara el turno me gustaría descansar como el pastor Wellesley Muir.

El pastor Muir, llegó de Rusia a los Estados Unidos el 4 de Abril, después de haber cumplido con éxito una serie de actividades evangelísticas y de conservación con los hermanos rusos. Sin embargo, llegó sintiéndose muy mal, no podía respirar. Fue internado en Centro Médico de St. Agnes en Fresno California, con el primer diagnóstico de «neumonía doble», aunque después de varios análisis eso fue descartado. Dos semanas después de haber estado internado, con una leve mejoría le dejaron que regrese a su casa pero tuvo que ir con un tanque de oxígeno. Ese viernes la pasó bastante bien, estaba muy contento estar en casa.  Pudo escribir cartas acerca de su próximo viaje al Perú, y algunas otras cosas. Sin embargo, aunque  el sábado parecía empeorar por momentos, pudo disfrutar de un tiempo en el jardín, con la compañía de sus amigos de la iglesia a la cual congregaba. A la puesta del sol del sábado toda su familia junta celebró el culto para despedir el sábado. Esa tarde, el Pr. Muir, comentó que tenía tres libros más que quería escribir si Dios le sanaba y su deseo de cumplir una tarea pendiente en el Perú, pero todo lo dejaba a la voluntad de Dios. Además contó que en medio del dolor,  pudo conversar con una enfermera en el hospital y hablarle del amor de Jesús. Él tenía el deseo de encontrarla en el cielo.

El domingo, por la mañana se puso muy mal otra vez y fue llevado nuevamente al hospital de Fresno. El martes 24 de abril, su condición se deterioró y el médico recomendó que él tendría que ser conectado a un ventilador. El Pr. Muir le dijo al doctor que si el respirador artificial le ayudaría mejorar, él estaría de acuerdo hasta un máximo de cuatro semanas, pero si era evidente que no iba a mejorar, su deseo era que no lo mantengan vivo con máquinas. Esa tarde, su familia se reunió en torno a él, era el momento de despedirse, lo tenían que sedar para conectarlo al ventilador; sus hijas y esposa pudieron decirle que lo querían mucho y cuan orgullosos estaban de tenerlo como padre y esposo, el pastor aprovechó para dar las instrucciones de última hora de su lista de proyectos, y cuando ya era el momento de empezar a respirar con la máquina, él se despidió de sus hijas y sus parientes más cercanos, ese momento las enfermeras le quitaron la máscara de oxígeno por unos pocos momentos, tenía que despedirse de su compañera leal de toda la vida, mirándola por unos segundos a los ojos, le dio un beso de despedida.

Los que tuvimos el privilegio de conocer al pastor Muir y a su entorno más cercano, no podemos negar que hemos sido impactados con su vida, con sus hábitos de alimentación y salud, con su forma de ver a la iglesia y su fidelidad incondicional a Dios, personalmente, lo considero uno de los últimos grandes misioneros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Allí en las montañas de California, lejos de la contaminación de la ciudad grande, se ubica su sencilla casa, rodeado de pinos y vegetación abundante; de rato en rato ciervos visitan su casa y los pajarillos dan conciertos por la mañana, ¿parece una fantasía?, ¡pero es cierto!, una profesora comentaba sobre ese hogar: “es un pedacito de cielo”. Allí se queda su esposa Evelyn, la abuelita Evelyn, no hay desesperación, hay esperanza; tanto Wellesley y Evelyn aprendieron a confiar en Dios y depender de su voluntad.

Un domingo de tarde,  el año 2009, el pastor Muir y su esposa Evelyn, mi familia y yo, estábamos caminando por una montaña de la sierra del Perú. La tarde era fresca, la visión espectacular. Había risas, muchos consejos, historias misioneras hermosas, y comentarios sobre los libros que él estaba escribiendo, en ese punto el Pr. Muir se detuvo, me miró y con su sonrisa que transmitía calma me preguntó: ¿por qué no escribes?, le respondí: “¿yo?”, “¡sí tú!” alegó”. Y con esa forma de hablar, con mucho sosiego y bondad terminó su llamado: “sé qué lo puedes hacer bien… inténtalo”.

He llorado mucho al recordarlo, he sido impactado por su manera de vivir, de servir, y hasta de morir, dejando todo arreglado, todo listo y en paz. Aunque la verdad es que no he llorado por su forma de vivir ni de morir, sino porque no estoy listo para morir en paz, tantas cosas por arreglar, muchas cosas por corregir, no he logrado aún  que mi casa sea “un pedacito de cielo”. Todavía mis obras no pueden seguirme. ¿Cómo estás tú? ¿Si ya te tocara el turno de despedirte?, ¿estás en paz?, ¿lo tienes todo arreglado?, ¿serías capaz de dirigir tu muerte?, ¿estarías dispuesto a seguir la voluntad de Dios?

En una carta, Gail, Gladys y Evelyn, las hijas y la esposa del  pastor, nos cuentan esto: “El lunes por la mañana, el 30 de abril, poco después de ser retirado del respirador artificial, papá exhaló su último suspiro. Él está descansando ahora  hasta la mañana cuando venga Jesus. Sabemos que Dios permitió lo mejor para papá. A pesar de que lo extrañamos mucho, estamos muy agradecidos por el privilegio que tuvimos de tenerle como esposo y padre. No podíamos haber pedido un mejor esposo y padre, quién nos dio un buenísimo ejemplo de cómo vivir con una amistad personal con Jesús. Estamos muy felices de que todos pudimos estar juntos durante la mayor parte de los últimas 2 semanas y media. Jesús es el único que nos sostiene ahora. Estamos felices que papi pudo compartir su fe hasta sus últimos días.  Eso era la cosa más importante en la vida para él”… Ayer por la noche mientras hablábamos con la abuelita Evelyn, referente al descanso del pastor, una frase se quedó grabado en mi mente: «Él estaba preparado…»

Al final de la carta que mencioné hace un momento, ellas nos dicen: “Papi los amó mucho y cuando Jesús vuelva los buscará en el cielo”. ¡Deseo fervientemente llegar al cielo!, quiero encontrarme una vez más con el pastor Muir, y con varios amigos que me llevan la delantera, sé que no estoy listo, todavía no puedo morir en paz, ¡pero todavía tengo un tiempo más para ordenar la cosas y someterme a la voluntad de Dios!… Y tú ¿Qué decisión vas a tomar?

Todos los días, me encuentro con muchos hombres comunes, pero cuando me encuentro con un hombre de Dios, es una experiencia que no puedo dejar pasar, y del cual no puedo dejar de sorprenderme porque “dichosos los que de ahora en adelante mueren en el Señor… Sí —dice el Espíritu—, ellos descansarán de sus fatigosas tareas, pues sus obras los acompañan”.

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org

PACIENCIA

“Allí, junto a un manantial que está en el camino a la región de Sur, la encontró el ángel del SEÑOR y le preguntó: —Agar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y a dónde vas? —Estoy huyendo de mi dueña Saray —respondió ella” (Génesis 16:7-8 NVI)

Este incidente es parte de un problema que desde su inicio se fue enredando cada vez más. Los involucrados eran el patrón Abram, la patrona Saray y la sirvienta Agar. Ellos se involucraron en un triángulo de intimidades, pasando por alto principios claros de convivencia y de lo que significa la santidad del matrimonio. El resultado final fue: un patrón arrepentido, una patrona llena de odio y una esclava embarazada reclamando sus derechos. Desde este evento triste, Abram nunca fue la misma persona y quizás nunca tuvo verdadera paz. Todo esto se hubiera evitado si la pareja “Saray – Abram” hubieran tenido paciencia a la promesa de Dios. Y ¿cuál fue la promesa de Dios? Muchos años atrás, Dios le había prometido esto: “Abram, levanta la vista desde el lugar donde estás, y mira hacia el norte y hacia el sur, hacia el este y hacia el oeste. Yo te daré a ti y a tu descendencia, para siempre, toda la tierra que abarca tu mirada. Multiplicaré tu descendencia como el polvo de la tierra. Si alguien puede contar el polvo de la tierra, también podrá contar tus descendientes”.[1] Esa promesa fue tomada con mucha expectativa por Abram y su esposa, porque estaban en el momento justo para ser padres y criar una  familia grande, sin embargo los años fueron pasando y su paciencia también. Un día se vieron al espejo y ya no eran los mismos de antes, estaban viejos y cansados, tanto así que Abram hizo llegar su reclamo: “—SEÑOR y Dios, ¿para qué vas a darme algo, si aún sigo sin tener hijos, y el heredero de mis bienes será Eliezer de Damasco?”.[2]

Una mañana la pareja despertó y ya no estaban dispuestos a esperar más, la paciencia se había agotado, pensaron que quizás ellos deberían hacer algo para ayudar a Dios en el cumplimiento de su promesa, y Saray tomó la iniciativa, pensó en darle una “ayudita a Dios”. Allí comenzó todo, ese momento la desdicha, el dolor y las lágrimas fueron fecundados, porque esta pareja no estuvo dispuesta a tener más paciencia y vivir confiados en la providencia de Dios. En el Antiguo Testamento,[3] “paciencia” viene de la palabra hebrea “erek”, que es la capacidad de soportar el sufrimiento y el mal.[4] Paciencia es soportar, esperar, y calmarse, aunque parezca que la tormenta hunde el barco.

Mi amigo (a), ¿has aprendido a tener paciencia?, ¿eres capaz de confiar en Dios a pesar que parezca que todo está mal?, ¿puedes quedarte quieto y esperar que Dios actúe? Recuerda la historia de Abram, piensa en la reacción de Saray, ten en cuenta las reacciones de Agar, ellos no fueron capaces de tener paciencia y esperar en Jehová. ¡Ten paciencia!; Dios, jamás olvida sus promesas, quizás el dolor, la angustia y hasta las burlas son parte del plan de tu vida, y que necesitas estar listo para el momento justo, porque Dios actúa en el segundo exacto, ni antes ni después. ¡Ten paciencia, confía… Él sabe lo que hace”.

Hoy, pidamos paciencia, y mucha tranquilidad para aguardar el cumplimiento de sus promesas… ¡Bendiciones!

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Génesis 13:14 – 16 NVI

[2] Génesis 15:2 NVI

[3] Algunos textos donde aparece esta palabra:  Prov. 25:15; cf. 15:18; 16:32

[4] Wilton M. Nelson and Juan Rojas Mayo, Nelson Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia, electronic ed. (Nashville: Editorial Caribe, 2000, c1998).