LOBOS RAPACES (martes 31 de enero de 2012)

“Tengan cuidado de sí mismos y de todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha puesto como obispos para pastorear la iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre. Sé que después de mi partida entrarán en medio de ustedes lobos feroces que procurarán acabar con el rebaño” (Hechos  20:28-29 NVI)

El apóstol Pablo también advierte sobre los falsos profetas, que practican la mentira y arrastran a la iglesia hacia la apostasía. Él los identifica como lobos feroces, con un solo objetivo: comerse a las ovejas y arrasar con el rebaño. La versión Reina Valera Actualizada lo traduce como “lobos rapaces”, en relación a su naturaleza que se inclina al robo o la rapiña.

Estos lobos feroces, son hombres que “han entrado encubiertamente, los cuales desde antiguo habían sido destinados para esta condenación”. [1] Son hombres disfrazados de cristianos,  pero su naturaleza impía tergiversa las prácticas correctas en actos mundanos con apariencia religiosa. El apóstol Judas  los identifica como “hombres impíos, que convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje y niegan al único Soberano y Señor nuestro, Jesucristo”.[2]Siendo su carta de presentación la mentira y las verdades a medias.

También a los hermanos de Galacia, Pablo les advierte de la naturaleza encubierta de estos falsos maestros: “El problema era que algunos falsos hermanos se habían infiltrado entre nosotros para coartar la libertad que tenemos en Cristo Jesús a fin de esclavizarnos”.[3] Estos hijos de la mentira, también tienen el objetivo de quitar la libertad que otorga Cristo y esclavizar a prácticas que la Biblia condena.  Y como parte de su exhortación afirma asombrado la facilidad que tienen estos falsos profetas de embaucar, convencer y arrastrar con engaños: “Me asombra que tan pronto estén dejando ustedes a quien los llamó por la gracia de Cristo, para pasarse a otro evangelio. No es que haya otro evangelio, sino que ciertos individuos están sembrando confusión entre ustedes y quieren tergiversar el evangelio de Cristo”.[4]

En otra parte, Jesús, identifica a los falsos maestros con la hierba mala o cizaña que aparecerá en medio del trigo amarillo y listo para la cosecha: “Esto es obra de un enemigo”, les respondió. Le preguntaron los siervos: “¿Quiere usted que vayamos a arrancarla?” “¡No! —les contestó—, no sea que, al arrancar la mala hierba, arranquen con ella el trigo”.[5] La verdad es clara, son agentes del enemigo, practican la mentira, se parecen al trigo y permanecerán hasta el fin.

Elena de White advierte a la iglesia: “Se mezclarán falsas teorías con cada fase de la experiencia, y se abogará con satánico fervor con el propósito de cautivar la mente de cada creyente cuyo conocimiento no esté enraizado en los sagrados principios de la Palabra de Dios. En nuestro propio medio se levantarán falsos maestros investidos de espíritus seductores que sostendrán doctrinas de origen satánico. Con palabras lisonjeras, con tacto seductor y con tergiversaciones habilidosas, lograrán arrastrar como discípulos a los que estén desprevenidos”.[6]

Mi hermano (a), al advertencia está dada, los lobos rapaces están al acecho. Pero, ¿quiénes son esos lobos rapaces?… ¡buena pregunta!… ¡Hasta mañana!

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Judas 1:4 NVI

[2] Ibid.

[3] Gálatas 2:4 NVI

[4] Gálatas 1:6,7 NVI

[5] Mat 13:28-29 NVI

[6] Recibiréis poder, 16 de abril

«QUÉ NADIE LOS ENGAÑE» (Lunes 30 de enero de 2012)

“—Tengan cuidado de que nadie los engañe —les advirtió Jesús—. Vendrán muchos que, usando mi nombre, dirán: “Yo soy el Cristo”, y engañarán a muchos” (Mateo 24:4-5 NVI)

Una tarde, Jesús estaba sentado en el monte de los Olivos contemplando a Jerusalén, cuando los discípulos quisieron saber que pasaría en los momentos finales de la historia de este mundo y que señales tendrían que suceder para advertir a los creyentes que todo estaba por terminar.

Cristo pudo haber iniciado su explicación de los eventos finales, comentando sobre los desastres, las enfermedades y la maldad. Quizá sus primeras advertencias tendrían que ver con las guerras, la ciencia en crecimiento o la destrucción del ecosistema, sin embargo lo primero que menciona es la advertencia contra el engaño.

La mentira es la mayor arma de Satanás y la que puede producir más daño. Las enfermedades, los desastres y todo acontecimiento peligroso pueden ser resistidos en una vida que confía en Dios y tiene la seguridad de su fe, mientras que el error y la mentira, debilitan la confianza, distraen la preparación al cielo y genera más mentira que arrastra a otros a la perdición final.

Jesús identifica a Satanás como el responsable de la existencia de la mentira en la tierra: “… y no se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, expresa su propia naturaleza, porque es un mentiroso. ¡Es el padre de la mentira!”.[1] Elena de White menciona que «Cristo sabía que Satanás era mentiroso desde el principio…”[2] y es tan especialista en mentir que hasta “su obra de engaño la hizo con tanta astucia que los ángeles menos exaltados supusieron que él era el gobernante del cielo”.[3]

En la Biblia la palabra original más usual para “mentira” es kasab, y se entiende como “ser encontrado mentiroso o, a veces, fallar”,[4] además “se refiere al acto de hablar algo que no se corresponde con la verdad, por lo cual es falso e irreal”,[5]y “dentro del contenido de la palabra existe un sentido de intención, es decir, que se diga algo falso con la intención de engañar”.[6]

La mentira trae consecuencias fatales para los que están involucrados en ella, se manifiesta de muchas maneras, pero el objetivo supremo siempre fue el mismo: “alejar a la iglesia de los propósitos redentores de Dios y destruirla por completo”. Por eso Jesús, se apresuró a responder a sus discípulos que la señal más importante y la más peligrosa que precedería a su retorno sería la mentira por fuera y por dentro de la iglesia.

Mi amigo (a), meditemos esta semana en estas palabras: “—Tengan cuidado de que nadie los engañe —les advirtió Jesús—. Vendrán muchos que, usando mi nombre, dirán: “Yo soy el Cristo”, y engañarán a muchos”. ¿Estaremos involucrados en la frase “engañarán a muchos”?.

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Juan 8:44 NVI

[2] Mensajes Selectos, T 1, 326

[3] Cada día con Dios, 4 de septiembre

[4] Alfonso Lockward, Nuevo diccionario de la Biblia. (Miami: Editorial Unilit, 2003), 695.

[5] Ibid.

[6] Ibid.

CONFESIÓN (viernes 27 de enero de 2012)

“Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón” (Proverbios 28:13 NVI).

El reavivamiento y reforma es posible en una vida guiada por el deseo y la convicción, pero estos atributos son dones brindados por el Espíritu, y no son enviados a menos que nos experimentemos “arrepentimiento”.

La prueba genuina de la experiencia del verdadero arrepentimiento estriba en la confesión sincera de los pecados. Asimismo, la confesión de pecados tiene como consecuencia directa la paz interior, la tranquilidad de vivir a cuentas con  Dios. “Los que no se han humillado de corazón delante de Dios reconociendo su culpa, no han cumplido todavía la primera condición de la aceptación. Si no hemos experimentado ese arrepentimiento, del cual nadie se arrepiente, y no hemos confesado nuestros pecados con verdadera humillación de alma y quebrantamiento de espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, nunca hemos encontrado la paz de Dios”.[1]

El Diccionario Bíblico Adventista dice que “confesión” un reconocimiento de fe en Dios y en su superioridad y autoridad, o una admisión de pecado. Elena de White añade que: “La verdadera confesión es siempre de un carácter específico y declara pecados particulares. Pueden ser de tal naturaleza que solamente pueden presentarse delante de Dios. Pueden ser males que deben confesarse individualmente a los que hayan sufrido daño por ellos; pueden ser de un carácter público y, en ese caso, deberán confesarse públicamente. Toda confesión debe hacerse definida y al punto, reconociendo los mismos pecados de que seáis culpables”.[2]

Una vida reformada y reavivada pasa por la experiencia del arrepentimiento y la confesión sincera, cuyo fruto es una vida que dejó a un lado las obras de pecado. “Dios no acepta la
confesión sin sincero arrepentimiento y reforma. Debe haber un cambio decidido en la vida; toda cosa que sea ofensiva a Dios debe dejarse. Esto será el resultado de una verdadera tristeza por el pecado”.[3]

Mi amigo (a), Dios no desea complicadas ceremonias o actos heroicos para entregarte paz interior y una vida trasformada, sino el paso sencillo de confesar muestras faltas y seguir en dirección opuesta a ellas. Hoy, que nuestra súplica sea por el don de la confesión y del arrepentimiento genuino. “El corazón humilde y quebrantado, enternecido por el arrepentimiento genuino, apreciará algo del amor de Dios y del costo del Calvario; y como el hijo se confiesa a un padre amoroso, así presentará el que esté verdaderamente arrepentido todos sus pecados delante de Dios”.[4] ¡Qué la paz sea con todos nosotros!

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] El camino a Cristo, 26,27.

[2] Ibid.

[3] Ibid, 28.

[4] Ibid, 29.

¿SERÁN SALVOS TODOS LOS NIÑOS?

“Muchas son las dudas que afloran a la mente de los miembros de iglesia y padres en relación a la salvación de los niños. Con esto, estamos levantando este estudio basado en la Biblia y en el Espíritu de Profecía, procurando encontrar las respuestas posibles, que vengan a traer luz y esperanza a todos los indagadores. Algunas de las indagaciones que queremos analizar son las siguientes:

• ¿Son los niños pecadores?

• ¿Necesitan ellas de un Salvador?

• ¿Cómo un niño de tierna edad, podrá llegar a la comprensión de esta verdad y aceptarla?

• ¿Cuándo el niño tendrá condiciones de ser responsable por sí mismo delante de Dios?

• ¿Serán salvos todos los niños?

• ¿Los niños pequeñitos serán salvos solamente en el caso que se salven sus padres?

• ¿Y si uno de sus padres no se salva?

• ¿Qué sucederá con los niños rebeldes, irreverentes, sublevados, pero que son hijos de padres creyentes?

• ¿Cuándo los padres no son creyentes, pero tienen hijos bondadosos, bien educados y disciplinados, hay esperanza de salvación para esos niños?

Lógicamente que esto no agota el asunto, pero contribuye para resolver muchas dudas; al mismo tiempo, abre espacio para que otros investiguen y puedan encontrar más luz sobre el mismo tema. Espero que tanto miembros, como pastores, encuentren en este trabajo una fuente útil de aclaración con respecto a la salvación de los pequeños.

La realidad del pecado y los niños.-

Hay quien enseñe que el pecado es accidental; sin embargo, conforme a las declaraciones del Libro Sagrado, el pe-cado resultó de un acto de desobediencia por parte de Adán. Ya en la epístola a los Romanos, tenemos la confirmación de Pablo que dice: “Así como por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así también la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron”. Rom. 5:12.

Hay algunos que afirman que el pecado es apenas una especie de debilidad o flaqueza, por lo cual somos muy infelices, pero que no somos de ningún modo culpables o condenables. Pero esa opinión, tal como la anterior, es contraria a la verdad revelada en las Escrituras. El mismo texto de Pablo, si se analiza con atención, muestra al hombre como el autor de la desobediencia, y por lo tanto el culpado, estando ahora sujeto a las consecuencias del pecado (la muerte), trayendo esta condenación a toda la raza humana.

A través del Espíritu de Profecía, recebemos más luz sobre este asunto, pues Ellen White dice que: “Adán fue transportado a través de sucesivas generaciones y vio el incremento del crimen, de la culpa y degradación, porque el hombre, se rendiría a sus fuertes inclinaciones naturales para transgredir la santa ley de Dios. Le fue mostrada la maldición de Dios, cayendo cada vez más pesadamente sobre la raza humana, sobre los animales y sobre la tierra, por causa de la continua transgresión del hombre” (Historia de la Redención: 49).

Sin sombra de dudas, podemos percibir y sentir la realidad del pecado. Él es un acto de desobediencia del hombre, siendo por esto culpado y responsable, teniendo que sufrir las consecuencias de su acto, “porque todo lo que el hombre siembre, eso también cosechará” Gal. 6:7.

El pecado es tan real y condenable, que la pluma inspirada, continuando la descripción de este asunto menciona que: “Adán fue llevado a comprender que el pecado es transgresión de la ley. Le fue mostrado que la degenración moral, mental y física sería para la raza el resultado de la transgresión, hasta que el mundo se llenaría con la miseria de toda especie” (Historia de la Redención: 49).

Para quien tiene ojos para ver, el pecado se manifiesta por todas partes. Realmente debe estar ciego quien no ve las operaciones arruinantes, maléficas, brutalizantes y bestiales del pecado, en el mundo de la vida humana. Un único ejemplar de algún diario, una única visita a las instituciones públicas de una ciudad grande, un simple paseo a pie por sus populosas avenidas, es suficiente para revelar las formas hediondas que el pecado asume y convence cualquier persona de su realidad.

Concluimos, por lo tanto, que toda la raza humana está envuelta con el pecado y sus consecuencias. En este momento surge la indagación: ¿Pero ni siquera los niños están libres del pecado y de sus consecuencias? ¡Claro que no! Lógicamente, ninguna persona, ya sea adulta, joven o niño, está libre de este drama, pues todos pecaron, según declara Pablo en Rom. 3:23. David, a su vez, refiriéndose a su concepción y nacimiento declaró: “He aquí que en iniquidad fui formado, y en pecado me concibió mi madre” Salmo 51:5.

Todo pecador necesita de un Salvador para resolver su problema, relacionado con el pecado. Necesita tomar decisiones que lo aproximen de Dios y lo liberen del pecado. ¿Y los niños de tierna edad? ¿Cómo podrán comprender esto? Eso es lo que veremos a continuación.

La necesidad de un Salvador y los Niños.-

Como vimos anteriormente, todo ser humano, inclusive los niños, son pecadores o “nacieron en pecado”. Con eso percibimos que hay necesidad de un Salvador. La pluma inspirada dice que “nos es imposible por nosotros mismos escapar al abismo del pecado en que estamos sumergidos. Nuestro corazón es impío y no lo podemos transformar … Es necesario un poder que opere interiormente … ese poder es Cristo. Su gracia solamente, es la única que puede avivar las amortiguadas facultades del alma y atraerlas a Dios, a la santidad” CC: 18.

Por otro lado, en la Biblia Sagrada, tenemos la propia declaración de Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre, sino por Mí” Juan 14:6.

Está bien claro, evidentemente, que aún los niños necesitan de Jesús, para transformar sus vidas y asegurarse la vida eterna. Para que esto suceda es necesario que el pecador (o en este caso, los niños) pueda tomar algunas decisiones o pasos que lo lleven a aceptar a Jesús.

1.- El Arrepentimiento.- El arrepentimiento puede ser definido como un cambio de pensamiento en relación con el pecado y en relación con la voluntad de Dios, lo cual conduce a una transformación de sentimientos y de propósitos a su respecto. La señora White dice que “el arrepentimiento comprende tristeza por el pecado y alejamiento del mismo” CC: 19. Juan Bautista en sus predicaciones decía: “Arrepentíos porque está cerca el reino de los cielos” Mat. 3:1-2. Jesús “de ahí en adelante pasó a predicar y a decir: arrepentíos, porque está próximo el reino de los cielos” Mat. 4:17. En Lucas 13:5 se nos dice que: “Si, sin embargo, no os arrepenteis, todos igualmente pereceréis”. La importancia del arrepentimiento se verifica a través del lugar que ocupa y por el énfasis qu le es dado, en la revelación divina, aún cuando no hayamos mencionado todos los textos. Viene entonces la pregunta: ¿Está un niño de meses, o de dos o tres años, en condiciones de entender el plano de la salvación y ser llevada al arrepentimiento? Esto lo veremos más adelante.

2.- La Fe.- La fe es el aspecto positivo de la verdadera conversión, el lado humano de la regeneración. A través del arrepentimiento, el pecador abandona el pecado; por la fe, él se vuelve para Cristo. “De hecho, sin fe es imposible agradar a Dios, por lo tanto es necesario que aquel que se aproxima de Dios, crea que Él existe y se vuelve galardonador de los que lo buscan” Heb. 11:6. “De suerte que la fe es a través del oir, y del oir de la Palabra de Dios” Rom. 10:17. Un niño, en sus primeros años de vida, ¿está en condiciones de ejercer fe y de entender las cosas referentes a la salvación? Podrá por acaso, aceptar a Jesús y ser justificado? En la gran comisión de Jesús a los discípulos, lo vemos ordenando a los mismos, que le enseñasen a los nuevos convertidos a guardar todas sus enseñanzas (Mat. 28:20). Para que un individuo pueda guardar, obedecer, necesita creer, tener fe en estas verdades. ¿Puede un niño pequeño, tener fe, creer y obedecer?

3.- El Bautismo.- Después que el pecador ha demostrado arrepentimiento de sus pecados, fe en Salvador y en sus palabras, necesita demostrar esto públicamente. Esa demostración se hace a través del santo bautismo.

¿Pero con qué edad un niño estaría en condiciones de tomar sus propias decisiones relacionadas con la salvación y el bautismo? La respuesta viene de la pluma inspirada: “Los niños de ocho, diez o doce años, ya tienen edad suficiente para ser dirigidas al tema de la religión individual. No enseñéis a vuestros hijos en relación a un tiempo en el futuro, en que ellos tendrán suficiente edad como para arrepentirse y creer en la verdad. Si son correctamente instruidos, los niños bien tiernos pueden tener ideas correctas en relación a su estado de pecadores y al camino de la salvación por medio de Cristo” (Orientación del Niño: 490-491 y 1JT: 150-151). Si a partir de los ocho años un niño ya tiene condiciones de tomar decisiones en la vida espiritual, ¿en qué pie quedan los niños de menor edad? ¿irán para el cielo solamente si los padres también van? ¿Y si mueren cuando aún están muy pequeñitos? ¿y los niños de padres no creyentes? Analizaremos estas preguntas más adelante.

El cielo y los niños.-

Dios es justicia, amor y misericordia. Él extiende también su amor a los niños desde antes de su nacimiento hasta el periodo en que dejen de serlo. Tenemos registradas en la Biblia las palabras de Jesús: “Dejad a los niños, y no los estorbéis de venir a Mí; pues de los tales es el reino de los cielos” Mat. 19:14.

Con esto vemos que Jesús tiene un lugar en el Cielo para los niños. ¿Pero será que todos los niños irán al Cielo? Antes de responder a esta pregunta, tenemos la confirmación del Espíritu de Profecía sobre la presencia de niños en el reino de Dios.

“Hemos de ver nuevamente nuestros hijos. Hemos de encontrarnos con ellos y reconocerlos en las cortes celestia-les“. 2MS:259. Hablando sobre la resurrección de los justos, Ellen White dice que “niños son llevados por los santos ángeles a los brazos de sus madres … y con cantos de alegría ascienden juntamente para la ciudad de Dios” CS:650.

Por ocasión de su primera visión ella vio la ciudad y la Tierra hecha de nuevo y contempló en ella muchos niños. “Y vi los niños subir, o si prefieren, hacer uso de sus pequeñas alas y volar a la cima de las montañas y tomar flores que nunca se marchitarán” PE:19.

Está bien claro, por lo tanto, que en el Cielo habrán también niños de diferentes edades. Con esto surgen varias indagaciones: ¿Cómo estarán allí niños que por ser demasiados pequeños, no tuvieron ninguna prueba de carácter, no entendieron el plano de la salvación y nunca comprendieron lo que es pecado y arrepentimiento? La respuesta viene de la pluma inspirada: “¿Cómo pueden los niños pequeños tener este test y prueba? Respondo que la fe de los padres creyentes protege a los hijos, como sucedió cuando Dios envió Sus juicios sobre los primogénitos de los egipcios … y la fe de los padres los protegía a ellos mismos y a sus hijos” 3MS:314.

Con esto comprendemos que los niños pequeños, que no tienen aún la capacidad de entender los asuntos relaciona-dos con la salvación, serán salvos porque están protegidos por la fe de sus padres que son cristianos fieles. Pero los niños, como lo vimos en el capítulo anterior, que tienen ocho, diez o doce años, ya tienen condición de tomar decisiones y ser responsables delante de Dios por sus actitudes.

Otra cuestión que causa preocupación se refiere al caso de aquellos que recibieron de sus padres una educación ideal, pero que más tarde abandonaron la fe y no estarán en el Cielo. En este caso, ¿estarán estos niños en el Cielo o no? La inspiración responde: “Muchos niños pequeños, sin embargo, no tendrán mamá allí … los ángeles acogerán a estos pequeños sin madre y los conducirán hacia el árbol de la vida” 2MS:260.

Esta cita, fuera de responder la indagación , nos presenta otro hecho interesante, que es la posibilidad de que un niño esté en el Cielo, sin la presencia de uno de sus padres. Esto queda claro cuando ella menciona la ausencia de la madre y no del padre. Esto no quiere decir, que todos los niños de padres creyentes estarán en el Cielo. La mensajera de Dios dice que: “Algunos padres permiten que Satanás les dirija sus hijos, y sus hijos no son reprimidos, sino que se les permite que tengan un mal temperamento y sean irascibles, egoistas y desobedientes. Si ellos mueren, esos hijos no serán llevados al Cielo. El procedimiento de los padres está determinando el bien estar futuro de sus hijos … y esos niños que nunca fueron educados para la obediencia, y para bellos trazos de carácter, no serán llevados para el Cielo, pues el mismo temperamento y disposición sería revelado en ellos” 3MS:315.

Siendo así, tenemos este grupo de niños que no irán al Cielo. ¿Ellos serán resucitados al final del milenio o Dios los dejará como si hubiesen existido? Este es un asunto sobre el cual no tenemos luz suficiente y Dios ciertamente hará justicia.

No queremos encerrar este trabajo sin analizar la cuestión de los niños, hijos de padres no creyentes. Muchos miembros de iglesia se preguntan si estos niños estarán en el Cielo o no. Y esta misma pregunta le fue hecha a Ellen White. He aquí su respuesta: “Debemos considerar esto como una de las cuestiones sobre las cuales no estamos en libertad de expresar una posición u opinión, por la simple razón de que Dios no nos habló definidamente sobre este asunto en Su Palabra” 3MS:313.

Más tarde, volviendo al mismo asunto, ella da a entender de que algunos hijos de padres no creyentes estarán en el Cielo. He aquí sus palabras: “No podemos decir si todos los hijos de padres no creyentes serán salvos …” 3MS:315. (La palabra “todos” fue destacada por el autor). Aquí da a entender que algunos podrán estar y entonces presenta razones para esto: “Muchos padres no creyentes dirigen sus hijos con mayor sabiduría que muchos que pretenden ser hijos de Dios. Ellos hacen un gran esfuerzo por sus hijos para que sean bondadosos, corteses, altruistas y para enseñarlos a obedecer, y en este sentido, los no creyentes manifiestan mayor sabiduría que los padres que poseen la gran luz de la verdad, pero cuyas obras, no corresponden absolutamente con la fe” 3MS:315.

Concluyendo, damos gracias a Dios por la luz que podemos tener por la Biblia y por el Espíritu de Profecía, sobre este asunto tan delicado que es la salvación de los niños. Aún cuando no todo esté absolutamente claro en nuestro entendimiento, podemos aún así, tener una visión general y hasta podemos vislumbrar algunos detalles, que nos dan tranquilidad y certeza de poder estar con nuestros hijos en el reino eterno.

Conclusión.-

Después de buscar y estudiar en la Biblia y en el Espíritu de Profecía, a respecto de la salvación de los niños de corta edad, esto es, de niñitos de algunos días, meses o pocos años de vida, que aún no tienen las condiciones de entender el plan de la salvación, la conclusión a que llegué es de que aún estos niños son pecadores y necesitan de un Salvador.

También pude concluir que el niño de ocho a doce años ya tiene capacidad de entender las cosas espirituales y ser responsable delante de Dios; lo que no sucede con los niños de menos edad, pues dependen de la fe de sus padres para obtener la salvación.

Sin embargo, esto no significa que todos los niños serán salvos, pues aún los niños de padres creyentes, podrán per-der la salvación, una vez que sus padres permitieron que se desarrollasen en ellos malos trazos de carácter, volviéndose desobedientes, irascibles y controladas por Satanás. Por otro lado, veremos en el Cielo a niños de padres no creyentes que estarán allá debido a su buena educación, recibida de sus padres, aún cuando no tuviesen el conocimiento de la verdad.

Con este estudio, espero contribuir con todos aquellos que desean una aclaración sobre este asunto. Entiendo que es un asunto profundo y delicado y que podrán surgir nuevas interrogaciones; que no todo lo que explicado responde de una manera concisa. Pero, para mí es suficiente como para tener una visión sobre el asunto y sentir esperanza y alegría en poder un día, volver a ver nuestros pequeñitos en el reino celestial.

Autor:   Érico Tadeu Xavier (IAE Sao Paulo, SP, Brasil)

TRISTEZA DE HACERLO (jueves 26 de enero de 2012)

“Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor…” (Hechos 3:19 NVI)

El reavivamiento y reforma debe ser precedida de necesidad y convicción, porque  sin esas condiciones los programas y cronogramas no lograrán sus objetivos, porque las necesidades se satisfacen y las convicciones se reafirman, pero los programas y cronogramas pasan y se olvidan. Además, ningún ser normal se empeñará en buscar algo que no necesita, ni dará su vida por algo que no cree.

El deseo y la convicción de una vida transformada proviene de Dios, porque Él produce el querer y el hacer. Solamente a través de Cristo podemos estar en armonía con Dios y su santidad. La reflexión natural es: “sé que a través de Cristo puedo llegar al Dios y el me brinda por su Espíritu Santo el don de la convicción y el deseo genuino de hacer las cosas según su voluntad, pero ¿cómo voy a Cristo?” El apóstol Pablo responde esa pregunta elemental: “Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor…”, el reavivamiento y reforma es posible en una vida guiada por el deseo y la convicción, pero estos atributos son dones brindados por el Espíritu, y estos no son enviados a menos que nos experimentemos “arrepentimiento”.

“El arrepentimiento comprende tristeza por el pecado y abandono del mismo. No renunciaremos al pecado a menos que veamos su pecaminosidad; mientras no lo repudiemos de corazón, no habrá cambio real en la vida”.[1]

Existen personas dentro de la iglesia que no entienden lo que significa “arrepentimiento”, lo relacionan a los actos y a las consecuencias. Es común escuchar exclamaciones cómo: “no hago eso porque me puede afectar”, “no voy a ese lugar porque me pueden descubrir”; “no cometo ese acto porque es malo”, relacionan el arrepentimiento con situaciones externas. Pero no hay nada más alejado del verdadero sentido del arrepentimiento. Éste se produce en el interior de la vida, desde allí comienza a producir una reparación de la vida. Y sobre todo, también es un don del Espíritu, porque el yerro común del cristiano es pensar que “Dios no puede aceptarnos si no producimos arrepentimiento”.

“La Biblia no enseña que el pecador deba arrepentirse antes de poder aceptar la invitación de Cristo: «¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso!» «(S. Mateo 11: 28). La virtud que viene de Cristo es la que guía a un arrepentimiento genuino. San Pedro habla del asunto de una manera muy clara en su exposición a los israelitas, cuando dice: «A éste, Dios le ensalzó con su diestra para ser Príncipe y Salvador, a fin de dar arrepentimiento a Israel, y remisión de pecados». «(Hechos 5: 31) No podemos arrepentirnos sin que el Espíritu de Cristo despierte la conciencia, más de lo que podemos ser perdonados sin Cristo”.[2]

Mi amigo(a), el pedido suplicante a la última iglesia de Apocalipsis es: “sé fervoroso y arrepiéntete”,[3] busquemos con corazón humillado y necesitado la gracia de Cristo, reconozcamos que no existe nada bueno en nuestra vida, que no somos mejor que nadie… entonces, sentiremos mucha tristeza por los pecados acariciados y el dolor será muy profundo al transigir con el mal.

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] El camino a Cristo, pág. 14

[2] Ibid.

[3] Apocalipsis 3:19 NVI

QUERER Y HACER (miércoles 25 de enero de 2012)

“… pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad” (Filipenses 2:13 NVI)

Nuestros líderes promueven programas interesantes para producir un reavivamiento y reforma en la iglesia, además establecen horarios y acciones cuyo fin es producir cambio en la vida de los cristianos,  sin embargo el reavivamiento y reforma debe ser precedida de necesidad y convicción, porque  sin esas condiciones los programas y cronogramas no lograrán sus objetivos, porque las necesidades se satisfacen y las convicciones se reafirman, pero los programas y cronogramas pasan y se olvidan. Elena de White afirma que “hay personas en la iglesia que no están convertidas y que no se unirán a la oración ferviente y eficaz”,[1] así le llenemos de publicidad y papeles donde se le detalle los programas y horarios a seguir, cada miembro de la iglesia necesita estar convertido, es decir, convencido y deseoso de ver su vida transformada.

Esa convicción y ese deseo no nace de una naturaleza que juega con el mal o cumple una agenda establecida, sino de la gracia que nos concede Dios por es Él “quien produce… tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad”, “Cristo prometió el don del Espíritu Santo a su iglesia, y la promesa nos pertenece a nosotros tanto como a los primeros discípulos. Pero como toda otra promesa, está sujeta a condiciones. Hay muchos que creen y profesan aferrarse a lo prometido por el Señor; hablan acerca de Cristo y del Espíritu Santo, y sin embargo no reciben beneficio alguno. No entregan su vida para que sea guiada y regida por los agentes divinos. No podemos utilizar al Espíritu Santo. El Espíritu ha de emplearnos a nosotros. Gracias al Espíritu Dios obra en su pueblo ‘así el querer como el hacer, por su buena voluntad’. Pero muchos no desean someterse a eso. Quieren manejarse a sí mismos. Esta es la razón por la cual no reciben el don celestial”.[2]

Cada individuo debe cumplir su parte en la restauración de la iglesia, los líderes organizando programas y los miembros llevándolos a la práctica, pero todos juntos deberíamos someternos a la gracia de Dios, reconociendo que nuestra naturaleza humana es traicionera y que necesitamos el poder de Dios para vencer. “El Espíritu se da únicamente a aquellos que esperan humildemente en Dios, y que velan para tener su dirección y gracia. El poder de Dios aguarda que ellos lo pidan y lo reciban. Esta bendición prometida, reclamada por la fe, trae todas las demás bendiciones en su estela. Se da según las riquezas de la gracia de Cristo, y él está listo para proporcionarla a toda persona según su capacidad para recibirla”.[3]

“Cuando el Espíritu de Dios se posesiona del corazón, transforma la vida. Se desechan los pensamientos pecaminosos y se renuncia a las malas acciones; el amor, la humildad y la paz ocupan el lugar de la ira, la envidia y las rencillas. La tristeza es desplazada por la alegría, y el semblante refleja el gozo del cielo. Nadie ve la mano que levanta la carga ni capta cómo desciende la luz de los atrios celestiales. La bendición llega cuando por fe el creyente se entrega a Dios. Entonces ese poder que ningún ojo humano puede ver, crea un nuevo ser a la imagen de Dios. El Espíritu Santo es el aliento de la vida espiritual. Dar el Espíritu es conceder la vida de Cristo. Infunde en quien lo recibe los atributos del Maestro”.[4]

Mi amigo(a), hagamos nuestra parte para presentarnos como una iglesia pura y sin mancha, la obra de restauración y reforma comienza en tu vida y en la mía. “Debemos orar más y hablar menos. Abunda la iniquidad, y debe enseñarse a la gente que no se satisfaga con una forma de piedad sin espíritu ni poder”.[5] ¿Qué estamos haciendo?

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Mensajes selectos, T 1, capítulo 16

[2] Review and Herald, 19 de noviembre de 1908

[3] Ibid.

[4] Ibid.

[5] Mensajes selectos, T 1, capítulo 16

NECESIDAD Y CONVICCIÓN (viernes 20 de enero de 2012)

“Vale más pasar un día en tus atrios que mil fuera de ellos; prefiero cuidar la entrada de la casa de mi Dios que habitar entre los impíos”(Salmos 84:10 NVI).

La iglesia necesita cumplir su misión aquí en la tierra y presentarse gloriosa delante de su Dios. Quedan muchas personas que todavía viven sin esperanza, observando desdichados el transcurrir de los días y por otro lado los que están de parte de la verdad deben caminar hacia la meta “evitando tropezar”. Entonces una iglesia triunfante es una iglesia reavivada y reformada. Con razón, el énfasis al reavivamiento y reforma está siendo más intensa en todos los niveles de la iglesia en estos últimos meses. Sin embargo, todo cambio y acción consciente es precedida de necesidad y convicción.  Si una persona no necesita un producto no lo busca y si no está convencida que le será de utilidad no lo adquiere ni lo toma en cuenta.

Elena de White dice que “la mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio”[1] y “ahora se necesitan hombres de claro entendimiento. Dios pide que los que están dispuestos a dejarse dirigir por el Espíritu Santo señalen el camino hacia una obra de reforma cabal”.[2] No habrá devoción ni cambio de vida en los miembros de la iglesia, si no sienten necesidad ni están convencidos de vivir así y que en esa condición están listos para recibir las promesas de Dios.

El reavivamiento y reforma debe ser precedida de necesidad y convicción, y reforzadas por programas que ayuden a ese cometido. Sin embargo, programas y cronogramas de reforma en una vida que no tiene  necesidad ni convicción, no lograrán sus objetivos, porque las necesidades se satisfacen y las convicciones se reafirman, pero los programas y cronogramas pasan y se olvidan. Cada uno de nosotros deberíamos rogar cada día por sentir necesidad de estar en comunión con Dios y que nuestro corazón esté convencido que nuestra vida en las manos de Dios es la mejor seguridad y satisfacción con consecuencias eternas, como David que decía: “Vale más pasar un día en tus atrios que mil fuera de ellos; prefiero cuidar la entrada de la casa de mi Dios que habitar entre los impíos”.

Mi amigo(a) “hay personas en la iglesia que no están convertidas y que no se unirán a la oración ferviente y eficaz”,[3] en ellos los horarios o programas de reavivamiento y reforma serán inútiles, porque no sienten necesidad ni están convencidos de los que hacen. ¿Te gustaría sentir necesidad y estar convencido de reavivar y reformar tu vida?… ¡Éxitos y bendiciones!

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Recibiréis poder, 1 de octubre

[2] Dios nos cuida, 11 de diciembre

[3] Mensajes selectos, T 1, capítulo 16

SACERDOTES (jueves 12 de enero de 2012)

“…al que ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre, ¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén” (Apocalipsis 1:6 NVI)

Un sacerdote en los tiempos bíblicos, especialmente en el marco del Antiguo Testamento, básicamente cuidaba del santuario y comunicaba las decisiones divinas, además representaba al pueblo delante de Dios y a Dios delante del pueblo.

Cabe notar que el Nuevo Testamento jamás usa el título de sacerdote para el ministro de la iglesia. Esta costumbre, aunque empezó temprano en la historia de la iglesia (1 Clemente, La didajé, etc.), carece de base puesto que todo creyente es llamado a ser sacerdote. “La doctrina del sacerdocio de los creyentes comprende la verdadera meta del sacerdocio bíblico, es decir, la responsabilidad de cada uno para con los demás. El creyente se identifica con Cristo y con el pecador, siendo «un Cristo para el prójimo»”.[1]

El sacerdote al servicio de Dios, asume como honor este llamado y se desvive por cumplir sus responsabilidades. “El Nuevo Testamento exige que cada creyente sea santo y, a la vez, responsable de su hermano creyente o no creyente. La iglesia como el cuerpo de Cristo comparte el sacerdocio de Jesucristo (1 Pedro 2.5, 9; Apocalipsis 1:6; 5:10; 20:8) y es responsable delante de Dios por el mundo”.[2]

Somos parte de un reino, en el cual somos llamados a ser sacerdotes de Dios, cuando esta verdad le fue revelada a Juan,  glorificó a Dios por este honor: “¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén”. ¡Qué privilegio es servir a Dios y hacer su voluntad. “Cristo ha constituido a su iglesia en un «reino» y a sus miembros individuales en sacerdotes. Ser miembro del reino es ser «sacerdote”. Los que han aceptado la salvación en Cristo, constituyen un reino cuyo rey es Cristo. Es una referencia al reino de la gracia divina en los corazones de los seres humanos. Un sacerdote puede ser considerado como uno que presenta ofrendas a Dios (cf. Hebreos 5: l; 8:3), y en este sentido todo cristiano tiene el privilegio de presentar «sacrificios espirituales» -oración, intercesión, acción de gracias, gloria- a Dios (1 Pedro 2:5, 9). Como cada cristiano es un sacerdote, puede acercarse a Dios personalmente, sin la mediación de otro ser humano, y también acercarse -interceder- por otros. Cristo es nuestro mediador (1 Timoteo 2:5), nuestro gran «sumo sacerdote», y por medio de él tenemos el privilegio de llegarnos «confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:15-16)”.[3]

Mi amigo (a), ¿sabes quién eres?, recordemos: Hijos de Dios, príncipes, más que vencedores, creación maravillosa y llamados a constituirnos sacerdotes de su reino… “…¡a él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén”

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Wilton M. Nelson and Juan Rojas Mayo, Nelson Nuevo Diccionario Ilustrado de La Biblia, electronic ed. (Nashville: Editorial Caribe, 2000, c1998).

[2] Ibid.

[3] Comentario Bíblico Adventista, Tomo 7, Apocalipsis 1:6

DE SUS MANOS (miércoles 11 de enero de 2012)

“¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien!” (Salmos 139:14 NVI).

Frente a las incógnitas del ser humano y las diferentes teorías del origen del hombre, comprender y aceptar que somos creación de Dios, nos lleva por un camino de seguridad y bendición. No existimos por azar o por algunos procesos confusos, tampoco tenemos que aceptar que nuestros antepasados fueron animales.  Por el contrario, “Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó”,[1] esta información eleva el autoestima y el correcto autoconcepto se reafirma. ¡El ser humano no es un fenómeno natural que salió de la nada,  es una creación admirable! Con razón David, afirma con entusiasmo: ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien!

Todo lo que hace Dios es maravilloso, detente un momento para contemplar una flor, la inocencia de un recién nacido o el vuelo de una abeja y verás que a pesar de la marca del pecado, todo esto llevar impregnado perfección y belleza, marca registrada del Creador del universo. Si Él todo lo hace maravilloso, entonces tú y yo somos una creación maravillosa. Cada parte de nosotros lleva belleza, porque el que nos hizo es bello. ¡Mírate al espejo y no observes lo que tu cabeza alterada de pecado quiere ver! Admira el milagro que eres y el gran amor que Dios tiene por ti por permitirte observar el sol y sentir la brisa fresca de una tarde de verano.

“Dios creó al hombre conforme a su propia imagen. No hay en esto misterio. No existe fundamento alguno para la suposición de que el hombre llegó a existir mediante un lento proceso evolutivo de las formas bajas de la vida animal o vegetal. Tales enseñanzas rebajan la obra sublime del Creador al nivel de las mezquinas y terrenales concepciones humanas. Los hombres están tan resueltos a excluir a Dios de la soberanía del universo que rebajan al hombre y le privan de la dignidad de su origen. El que colocó los mundos estrellados en la altura y coloreó con delicada maestría las flores del campo, el que llenó la tierra y los cielos con las maravillas de su potencia, cuando quiso coronar su gloriosa obra, colocando a alguien para regir la hermosa tierra, supo crear un ser digno de las manos que le dieron vida. La genealogía de nuestro linaje, como ha sido revelada, no hace remontar su origen a una serie de gérmenes, moluscos o cuadrúpedos, sino al gran Creador. Aunque Adán fue formado del polvo, era el «hijo de Dios»…”.[2]

Mi amigo(a), ¿sabes quién eres?… no hay duda: hijo de Dios, un príncipe, más que vencedor y por si fuera poco “saliste de las manos de Creador del universo” ¿Qué más privilegios queremos?… Solo repitamos en alabanza: “¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien!”.

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Génesis 1:27 NVI

[2] Conflicto y valor, 5 de enero

MAS QUE VENCEDORES (martes 10 de enero de 2012)

“Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37 NVI).

Responde a la siguiente pregunta: ¿Fuimos llamados a ser vencedores?, si tu respuesta es afirmativa, te equivocaste, porque no fuimos llamados  a ser vencedores sino a ser “más que vencedores”, y en esto hay mucha diferencia. Ayer comentamos, que desde la perspectiva secular los sinónimos de la palabra “vencedor”, pueden ser “ganador, triunfador, campeón, victorioso, triunfante…”, y todos estos términos tienen el sentido de salir airosos o aprobar con excelencia una prueba difícil. Los hijos de Dios, los príncipes herederos, también podemos ser vencedores o ganadores frente a los obstáculos y retos que la vida nos pone en frente, sin embargo, el sentido de “vencedor” para un hijo de Dios, es otro. Pablo dice no dice que “somos vencedores”, sino “más que vencedores”, y allí hay una diferencia sustancial, además del hecho del concepto mismo de “vencedor” y los elementos que participan en la lucha: el escenario, el enemigo y sus armas.

Pero ¿que significa “más que vencedor”? Una de las explicaciones se encuentra en el plano de la salvación, de nuestra lucha contra el pecado, y la siguiente ilustración ayuda para comprenderla mejor: Había un atleta que anhela ganar una medalla de oro en una competencia mundial, además de llevarse el jugoso premio económico. Él sabía que la cosa no era sencilla, más bien complicada y difícil, porque requería preparación constante, esfuerzo extremo y ganar todas las competencias preliminares para poder llegar a un evento mundial. Sin embargo no se amilanó, más bien inició su preparación rápidamente: Tres horas en el gimnasio para fortalecer la masa muscular,  unas cinco horas de carrera por diversas carreteras de su cuidad, alimentación adecuada y preparación psicológica. Se preparó arduamente unos tres meses antes de su primera competencia con miras a un campeonato mundial. Esta primera carrera le costó mucho, pero la ganó, aunque por delante tenía una ardua tarea para llegar a la cima mundial. Después de varios meses de competencia fue seleccionado para una justa mundial. Todo su esfuerzo, sus lágrimas e inversión no fue en vano, por fin competiría por una medalla olímpica. Su prueba máxima llegó, esa tarde debería demostrar que su esfuerzo no fue en vano. Sonó el disparo del juez y todos los atletas salieron disparados. No había que ceder un milímetro porque todos los participantes eran profesionales y experimentados. Finalmente, después de un esfuerzo supremo y un sufrimiento intenso llegó a la meta en primer lugar. Ganó la medalla y se llevó el premio millonario, era un vencedor.

Esa tarde el vencedor  volvió a casa, buscó a su hijo y le regaló su medalla. Además le dio todo el premio que había ganado con tanto esfuerzo. ¿Ese chico merecía la medalla y el premio?, ¿era un vencedor? Ese muchacho no merecía esa medalla ni ese premio, nunca hizo un esfuerzo, no le costó nada, además esa medalla solo era para los vencedores y él no lo era. Entonces ¿por qué recibió la medalla y el premio?, porque era “más que vencedor”, pero ¿existirá algo más que un vencedor?, ¡claro que sí!, era su hijo.

Mi amigo(a), nosotros no merecemos nada, además nuestros esfuerzos serían inútiles para obtener la victoria sobre Satanás y el pecado, delante de ellos somos insignificantes y fácilmente seríamos derrotados. Si correríamos en la carrera por ganar nuestra salvación, no lograríamos nada. Pero Jesucristo, como el mejor atleta, corre por nosotros, gana la medalla de la salvación y el premio de la vida eterna porque él es el único capaz de erigirse como vencedor. Luego, se dirige a nosotros, y sin que lo merezcamos, nos regala la medalla y nos concede el premio, porque “…por su gracia somos justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó”.[1] Él es el vencedor, nosotros “más que vencedores”, sus hijos, dependientes y necesitados de él.

¡Qué gran amor de Dios por nosotros!, mandó al mejor atleta a ganar una carrera que la teníamos perdida. ¡Qué gran dimensión entendimos hoy, sobre lo que significa ser “más que vencedores”!

¡Alabado sea el nombre de nuestro padre Dios y por el supremo amor de su hijo Jesucristo! ¿qué piensas tú?

Pr. Joe Saavedra

Desde la línea de batalla  y un poquito antes del retorno de Cristo…

Ubícame en mi página web: www.poder1844.org


[1] Romanos 3:24 NVI