“Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13 – 14).
Toda carrera tiene una meta, no tendría sentido correr sin saber a dónde. Cierta vez una persona se encuentra con un amigo y al verlo apurado le pregunta “¿a dónde vas?, el amigo le responde “no sé”, y el que preguntó le dice: “entonces no vas a llegar a ninguna parte”. “El éxito en cualquier actividad requiere una meta definida. El que desea lograr verdadero éxito en la vida debe mantener constantemente en vista esa meta digna de su esfuerzo”.[1] Y tú amigo ¿a dónde vas?, ¿sabes cuál es la meta?… ¿o caminas mucho y no llegas a ninguna parte?
La meta de la carrera del cristiano es ver a Jesús cara a cara, es llegar al cielo. Por eso Pablo exhorta: “sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio…”, porque Pablo quería ver a Jesús cara a cara, esa era su meta, y aunque tuvo que pasar por situaciones muy difíciles él no perdió de vista la meta, por lo mismo dijo: “Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire”.[2] Elena de White comenta sobre el esfuerzo de Pablo y su vista en la meta aplicado a nuestra experiencia: “El gran propósito que le constreñía a avanzar ante las penalidades y dificultades, debe inducir a cada obrero cristiano a consagrarse enteramente al servicio de Dios. Se le presentarán atracciones mundanales para desviar su atención del Salvador, pero debe avanzar hacia la meta, mostrando al mundo, a los ángeles y a los hombres que la esperanza de ver el rostro de Dios es digna de todo el esfuerzo y sacrificio que demanda el logro de esta esperanza”.[3]
Mi amigo (a), mi deseo personal es llegar al cielo, ¿él tuyo cuál es?; se acaba este año y ¿te acercaste más a la meta?, o ¿te alejaste de ella? En algún momento de estas últimas horas del año, detente un momento y recuerda estas palabras: “Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús”. “El discípulo más humilde de Cristo puede llegar a ser un habitante del cielo, un heredero de Dios de una herencia incorruptible e inmarcesible. ¡Oh, si cada uno pudiera elegir el don celestial, convirtiéndose en heredero de Dios de esa herencia cuyo título está a salvo de todo destructor, mundo sin fin! ¡No elijáis el mundo, sino la herencia mejor! Apresurad, acelerad vuestro camino hacia la meta para recibir el premio de vuestra elevada vocación en Cristo Jesús”.[4]
No desvíes tu vista del cielo, corramos fortalecidos en el Señor, él estará con nosotros al comenzar este nuevo año… Oremos los unos por los otros, te prometo que mañana antes de la puesta del sol le diré al Señor que te bendiga mucho y que tenga misericordia “pues están obteniendo la meta de su fe, que es su salvación”[5]… ¡Feliz año nuevo!
Pr. Joe Saavedra
Desde la línea de batalla y un poquito antes del retorno de Cristo…
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